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Abusos: «nunca más» por voluntad de Benedicto XVI

Las nuevas normas contra la pederastia del clero no son suficientes, es necesario un cambio de mentalidad y es necesario seguir el ejemplo del Papa

ANDREA TORNIELLI. CIUDAD DEL VATICANO»Never again», no tiene que volver a suceder. Las palabras que el cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos, recalcó ayer por la noche durante la vigilia penitencial por las víctimas de los abusos llevados a cabo por miembros del clero, estaban llenas de dolor, pero también de determinación.

El purpurado canadiense, en manos del cual Benedicto XVI ha querido dejar la llamada «fábrica de los obispos», presidió la vigilia en la Iglesia de San Ignacio. Ouellet, en la homilía habló de la «gran vergüenza» y del «enorme escándalo», definió como una «tragedia» estos actos infames que tienen como protagonistas a sacerdotes y religiosos, un «crimen que causa una auténtica experiencia de muerte de los inocentes». «Como miembros de la Iglesia –añadió el cardenal- tenemos que tener el valor de pedir perdón a Dios y a los pequeños a los cuales se ha hecho daño». Ouellet añadió que el «primer paso» que hay que dar es «escucharlos atentamente y creer sus historias dolorosas».

Este siempre ha sido un punto que ha causado resentimiento: de hecho las víctimas ha menudo han sido consideradas adversarias de la Iglesia y de su buen nombre, sus historias no se han creído, sus familias han sido alejadas, se han encontrado frente a una pared de goma. No es suficiente aplicar normas más seberas, casi como si fuera una legislación de emergencia. No es suficiente la facultad de alejar del ministerio a un sacerdote con medidas de urgencia, no es suficiente la obligación de comunicar estos casos a la task-force de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Lo que se necesita es un cambio de mentalidad en la institución eclesiástica.

Un cambio que ponga en primer plano a las víctimas de estos actos infames: para ellas tiene que ser toda la acogida, el apoyo, la comprensión, la ayuda para que puedan empezar a curar sus heridas, a superar el trauma derivado de la violencia padecida. Es justo subrayar que la pederastia es un cáncer difundido en la sociedad, y que el mayor número de actos violentos tiene lugar en el ambiente familiar. Como también es justo destacar que el triste fenómeno toca muchas confesiones y religiones.

Y también que no siempre las noticias relacionadas con otras comunidades religiosas se narran con el mismo énfasis que se reserva a la Iglesia católica, como demuestran algunos casos recientemente venidos a la luz en Estados Unidos. Todo esto sin embargo no disminuye la gravedad, más atroz todavía, en los casos en los cuales quien abusa de los muchachos son los sacerdotes en cuyas manos las familias les han dejado para que reciban una educación hacia la fe.

En julio de 2011, el Promotor de Justicia de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Charles Scicluna, declaró a Vatican Insider que la violencia contra menores, cometida por clérigos era «un abuso de poder espiritual». «Existe una diferencia específica –añadía- entre el abuso cometido por un laico y el cometido por un sacerdote. El sacerdote se toma la libertad de cometer estos actos como sacerdote, a víctimas que piensan que encontrarán en él al «buen pastor»».

El rostro de Scicluna aparece todavía más oscuro y afligido. «Si el abuso ha sido cometido por un sacerdote, la huella que deja en la víctima es todavía mayor, se destruye la confianza espiritual, se asesina la fe». Lo que es necesario, lo que hace falta en las instituciones eclesiásticas, es un profundo cambio de mentalidad, sobre todo hacia las víctimas. Benedicto XVI, que ya cuando era cardenal había colaborado con Juan Pablo II contribuyendo a endurecer las penas canónicas e imponer normas mas eficaces para contrarrestar el fenómeno, en los últimos tiempos ha ofrecido a toda la Iglesia un ejemplo muy claro.

Ha encontrado a las victimas durante sus viajes, las ha recibido, ha rezado con ellas, ha llorado con ellas. Ha dicho diversas veces que hay que apoyar y ayudar a las víctimas, no alejarlas alegando que con sus narraciones y sus denuncias dañan el buen nombre de la Iglesia. Hay que dar las gracias a quienes tienen el valor de contar y denunciar, porque sin su valor no habría sido posible detener a los pederastas. El cuidado de las víctimas tiene que ir al mismo paso que una recuperación de la capacidad de gobierno y de intervención por parte de los obispos, que tienen que tener capacidad para actuar con inmediatez, constatando en la medida de lo posible los hechos y sobre todo haciendo que el culpable de los abusos no vuelva a ser puesto en condiciones de poder repetirlos, como desgraciadamente ha sucedido diversas veces.

En la homilía de ayer, el cardenal Ouellet, dijo que es «intolerable que el abuso suceda en la Iglesia», y por ese motivo ha subrayado que eso «no tiene que volver a suceder», «never again». El Simposio de la Gregoriana, en el que intervino una víctima de abusos, como también la petición de perdón por el modo poco adecuado en el cual en el pasado se ha hecho frente a este grave problema, son la señal de un cambio de óptica radical. Un cambio realizado por voluntad del Papa Ratzinger.

Written by Rafael De la Piedra