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¿Tiene sentido tener fe hoy en día?
¿Dónde encontrar las respuestas a nuestras inquietudes más profundas?
¿Cuáles son las razones para creer?

Católicos y laicos en una sociedad plural

Por Cardenal Angelo Scola
RD
Lunes, 23 de febrero 2009


“Occidente debe decidirse a comprender qué peso posee la fe en la vida pública de sus ciudadanos: no puede pasar por alto este problema”. Estas palabras fulminantes, dichas por un obispo de Medio Oriente durante el encuentro del Comité Científico Internacional del Centro Oasis en Amman del verano pasado, me han vuelto a la mente cuando, a raíz de la trágica muerte de Eluana Englaro, me han pedido que intervenga públicamente con el deseo de ayudar a entender el debate, complejo y encendido, que se está viviendo en Italia.

El argumento del debate es la acción de los cristianos en la sociedad civil, el diálogo entre laicos y católicos – que algunos llegan a considerar definitivamente enterrado -, la presunta derrota del Cristianismo y la ingerencia de los hombres de Iglesia en los asuntos de la vida pública. En resumen se trata del debate sobre el estilo que los católicos deben asumir cuando intervienen en cuestiones delicadas de la vida común como, por ejemplo, la bioética.

A menudo creo que se pierde de vista el núcleo fundamental del problema: toda fe está sujeta a una interpretación cultural pública. Se trata de un hecho inevitable.

Por una parte porque, como dijo Juan Pablo II, “una fe que no se haga cultura es una fe que no ha sido acogida plenamente, insuficientemente pensada, y no vivida con fidelidad”. Por otro lado como la fe – por lo menos la fe judía y la fe cristiana – es fruto de un Dios que se ha implicado en la historia, inevitablemente tiene que ver con las cosas concretas de la vida y del muerte, del amor y del dolor, del trabajo, del descanso y de la participación civil. Por eso la fe se reviste inevitablemente de diferentes lecturas culturales, las cuales pueden a veces chocar entre sí.

En esta fase de “post-secularismo” en Europa, de forma particular en la sociedad italiana, se confrontan dos interpretaciones culturales del Cristianismo. Ambas me parece que lo reducen.

La primera interpretación considera al Cristianismo como una religión civil, como un simple cemento ético que es capaz de funcionar como factor de cohesión social para las democracias europeas, hoy en grave dificultad. Aunque dicha interpretación puede ser válida para quien no cree, para el creyente es evidente su insuficiencia estructural.

La otra interpretación, más sutil, tiende a reducir el Cristianismo al anuncio de la pura y desnuda Cruz para la salvación universal de los otros. De este modo ocuparse, por ejemplo, de bioética o de biopolítica distraería respecto al verdadero mensaje de misericordia de Cristo. Como si dicho mensaje fuese en sí mismo algo fuera de la historia y no poseyese precisas implicaciones antropológicas, sociales y cosmológicas. Esta actitud, que llamo de criptodiáspora, produce la dispersión (diáspora) de los cristianos en la sociedad y acaba por esconder (cripto) la relevancia humana de la fe en cuanto tal. Hasta el punto que ante dramas de la vida, incluso públicos, se llega a pedir un silencio que corre el riesgo de vaciar, ante los ojos de todos, el sentido de la pertenencia a Cristo y a la Iglesia.

Ninguna de estas dos interpretaciones culturales, a mi parecer, es capaz de expresar adecuadamente la verdadera naturaleza del Cristianismo y de la participación de los cristianos en la sociedad civil. La primera porque lo reduce a su dimensión secular, separándolo del origen vivo del sujeto cristiano, el don del encuentro con el acontecimiento personal de Jesucristo en la Iglesia. La segunda porque priva a la fe de su espesor carnal.

Creo que una tercera interpretación cultural respeta más tanto la naturaleza del hombre como su ser en relación.

Se trata de una interpretación que camina sobre la lama de espada que separa la religión civil de la criptodiáspora. Propone el acontecimiento de Jesucristo integralmente – un acontecimiento que no se puede reducir a ningún partidismo humano -, y muestra su corazón vital que vive en la fe de la Iglesia a beneficio de toda la sociedad.

Y lo hace través del anuncio integral, cuyo protagonista es el sujeto eclesial, de todos los misterios de la fe, tal y como el Catecismo de la Iglesia Católica los propone sabiamente resumidos. Dicho anuncio llega a explicitar todos los aspectos y todas las implicaciones que nacen permanentemente de dichos misterios que, entrelazados con los afanes humanos de todo tiempo, muestran la belleza y la fecundidad de la fe para la vida de cada día.

Un ejemplo basta: si yo creo que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, tendré una concepción precisa sobre el nacimiento y sobre la muerte, sobre la relación entre el hombre y la mujer, sobre el matrimonio y la familia. Una concepción que, inevitablemente, se encuentra y quiere confrontarse con la experiencia de todos los hombres, incluidos los no creyentes, independientemente de cuál sea su modo de concebir estos datos elementales de la experiencia humana.

En el respeto de la tarea específica de los laicos cristianos en el ámbito político, es sin embargo evidente que si todo fiel – desde el Papa hasta el último que fue bautizado ayer – no compartiese las respuestas, que piensa válidas, a las preguntas que agitan cotidianamente el corazón del hombre, es decir, si no diese testimonio de las implicaciones prácticas de su propia fe, estaría negando algo a los otros. Robaría algo que es positivo para todos, no contribuiría al bien civil de la edificación de una vida buena.

Además en nuestros días, en una sociedad plural, y por tanto con grandes posibilidades de conflicto, esta confrontación debe ser sobre todo y con todos, sin excluir a nadie.

En tal confrontación, que conduce a los cristianos – incluidos el Papa y los obispos – a dialogar humilde y tenazmente con todos, se percibe que la acción eclesial no tiene como objeto conseguir la hegemonía, no quiere usar el ideal de la fe en vistas del poder. Su verdadera finalidad, a imitación de su Fundador, es ofrecer a todos la consoladora esperanza de la vida eterna. Una esperanza que, empezándose a gozar con “el ciento por uno aquí”, ayuda a afrontar los problemas cruciales que hacen nuestra vida cotidiana fascinante y dramática.

Sólo a través de una incansable narración de quienes somos, que busca el reconocimiento recíproco, en el respeto de cuanto está previsto en un Estado de derecho, es posible que fructifique el gran valor práctico que nace del hecho de vivir uno junto al otro.

Cardenal Angelo Scola

Patriarca de Venecia


Written by Rafael De la Piedra