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«¿Cuál es el mandamiento más importante?»

Domingo de la Semana 31ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B – 4 de noviembre de 2018

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 12, 28b-34

«Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo»: ésta es la esencia y el fundamento del mensaje que Dios mismo ha manifestado al ser humano. No existe mandamiento más importante porque éste engloba todos los demás mandamientos ya que no existe nada más exigente para el ser humano que amar (San Marcos 12, 28b-34). En la Primera Lectura (Deuteronomio 6, 2-6), el pueblo de Israel renueva su amor total y exclusivo en Yahveh. Jesucristo es el Sumo Sacerdote que nos hacía falta ya que Él mismo es quien se ofrece, en un acto sublime de amor, al Padre para la reconciliación de los hombres e intercede en el cielo por cada uno de nosotros (Hebreos 7, 23-28).
 «Escúchalos y cúmplelos con cuidado para que seas feliz»

El texto del Dt 6,4-9, juntamente con Dt 11,13-21 y Nm 15,38-44, integran el conocido «Shemá» denominado así por la primera palabra hebrea de Dt 6,4: «Escucha» y que desde finales del siglo I de nuestra era, no ha dejado de rezarse mañana y tarde por los judíos observantes. De todos los textos que componen el «Shemá»; Dt 6,4-9 es el más importante por contener la proclamación por excelencia de la fe judía: «El Señor es uno». Tras la palabra «Shemá», con que se invita a Israel a ponerse en actitud de escucha, se proclama solemnemente la unidad de Yahveh-el Señor, de donde se hace derivar la unión plena y total de Israel con Él. Constituye así el «mandamiento principal» de Israel.

La triple expresión de Dt 6,5 (con todo tu corazón, alma y fuerzas) insiste en el amor total y sin reservas al Señor. El corazón y el alma, generalmente considerados como sede de toda la vida interior (psíquica y espiritual) del hombre. A estas facultades interiores se han de asociar las exteriores: las manos y los ojos (Dt 6,8). Toda la persona tiene que guardar cuidadosamente todas estas palabras del Señor en su corazón .

 «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?»

El Evangelio de hoy nos presenta la tercera de las preguntas que se hacen a Jesús para ponerlo a prueba. Hay una suerte de «ir en aumento» en el grado de dificultad que alcanzará su punto máximo con la pregunta de nuestro texto. La primera tiene una dimensión política y se la hacen los fariseos y herodianos (amigos del poder de Roma) para «cazarlo en alguna palabra» que pudiera comprometerlo ante el poder temporal: «¿Es lícito pagar el tributo al César o no?» (Mc 12,14).

La segunda pregunta se la hacen los saduceos «esos que niegan la resurrección» y se refiere a una verdad acerca del destino final del hombre: ¿Una mujer que ha tenido siete maridos, «en la resurrección, cuando resuciten, de cual de los siete será la esposa»? (Mc 12, 23). La intención de esta pregunta es ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos. Jesús responde a cada una de estas preguntas como un auténtico «maestro». Finalmente se acerca un escriba que había estado acompañando el diálogo y aprovecha de formularle una pregunta que era una auténtica preocupación entre los doctores de la ley: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos ?».

Para un israelita la justificación ante Dios consistía en cumplir fielmente los mandamientos y preceptos de la ley de Moisés. Así había escrito Moisés: «El Señor se complacerá en tu felicidad, si tú escuchas la voz del Señor tu Dios guardando sus mandamientos y sus preceptos, lo que está escrito en el libro de esta Ley» (Deut 30,9-10). Pero en la Ley de Moisés había cientos de mandamientos, preceptos y prohibiciones . ¿Cuando se produce un conflicto entre dos preceptos, cuál se debe observar; cuál es el primero de todos los mandamientos? Todos recordamos los conflictos que tuvo Jesús con los escribas y fariseos por este motivo.

Por ejemplo, respecto a la ley del reposo sabático, Jesús se vio enfrentado a este conflicto: ¿qué prevalece el sábado, observar el reposo o salvar una vida? Cuando Jesús encuentra en la sinagoga a un hombre con la mano seca y todos lo acechan para ver si lo curaba en sábado y tener de qué acusarlo, Él les pregunta: «¿En sábado, es lícito hacer el bien en vez del mal, es lícito salvar una vida en vez de destruirla?» (Mc 3,4). En el fondo se trata de tener claro, cuál es el mayor de los mandamientos y por lo tanto, prevalece sobre los otros.

El mandamiento del amor

Jesús responde como un auténtico maestro: «El primero es: Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas». Esto era claro para todo judío ya que todo israelita fiel debe recitar diariamente la oración del «Shemá». Ésta es la base sobre la cual se funda toda la ley de Dios. Pero la respuesta de Jesús no termina aquí. Agrega: «El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo ». Y afirma categóricamente: «No existe otro mandamiento mayor que éstos». Después de esta respuesta el Evangelio concluye: «nadie se atrevía a hacerle más preguntas». La respuesta de Jesús fue concluyente. La primera enseñanza que encontramos en la respuesta de Jesús es que no puede existir una oposición o conflicto entre el amor verdadero a Dios y al prójimo. El amor al prójimo es la expresión auténtica de nuestro amor a Dios. El amor al prójimo es el criterio que nos permite discernir al amor a Dios. Esto lo resume de manera definitiva San Juan en su primera carta: «Si alguno dice: ‘Amo a Dios’ y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de Él este mandamiento: que quien ama a Dios, ame también a su hermano» (1Jn 4,20-21).

La segunda enseñanza contenida en la respuesta de Jesús es que el amor es un don de Dios y no es solamente el resultado de un mero esfuerzo humano. Y ¿quién puede presumir de vivir plenamente este doble mandamiento del amor? ¿Quién puede afirmar que ama al prójimo como a sí mismo? Pero recordemos que la prueba y la medida de nuestro amor a Dios es el amor que tenemos a los hermanos. Para canonizar un santo, el primer paso es poder demostrar que practicó el mandamiento del amor en grado heroico; en todos los santos resplandece el amor a Dios y al prójimo. Pero si interrogáramos a cualquier santo en su lecho de muerte, él mismo nos diría: «Mi única pena es de no amar todavía a Dios y al prójimo suficientemente».

Ya decía San Bernardo: «la medida del amor a Dios es de amarlo sin medida». Y San Agustín nos decía que: «cuanto más amo, más deudor me siento cada día». Por último, Jesús nos enseña que este mandamiento único del amor a Dios con todo el corazón y al prójimo como a sí mismo, prevalece sobre todos los demás. Todos los demás mandamientos no son sino la expresión de éste para situaciones concretas de la vida del hombre. Resumiendo esta enseñanza de Jesús, San Pablo afirma: «El que ama al prójimo ha cumplido la ley… el amor es la ley en su plenitud» (Rom 13,8.10).

 «Tu eres sacerdote para siempre»

Utilizando el salmo 110 (109), 4; el autor de la carta a los Hebreos subraya la excelencia del sacerdocio de Jesús, que es eterno y está avalado por el juramento de Dios Padre. Precisamente por eso su eficacia es absoluta, mientras que el sacerdocio del Antiguo Testamento participaba de la limitación, debilidad e incapacidad salvífica de la ley. «Éste es el sumo sacerdote que nos hacía falta» (Heb 7,26) exalta jubiloso el autor y enumera una serie de características paradigmáticas del sacerdocio de la Nueva Alianza: «santo, inocente, inmaculado, separado de los pecadores y más sublime que los cielos»; ya que ahora el sacerdocio se enraíza en el sacerdocio del mismo Jesucristo.

 Una palabra del Santo Padre:

«El Evangelio de hoy nos recuerda que toda la Ley divina se resume en el amor a Dios y al prójimo. El evangelista Mateo relata que algunos fariseos se pusieron de acuerdo para poner a prueba a Jesús (cf. 22, 34-35). Uno de ellos, un doctor de la ley, le hizo esta pregunta: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?» (v. 36). Jesús, citando el libro del Deuteronomio, le dijo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este mandamiento es el principal y primero» (vv. 37-38). Y hubiese podido detenerse aquí. En cambio, Jesús añadió algo que no le había preguntado el doctor de la ley. Dijo: «El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (v. 39). Tampoco este segundo mandamiento Jesús lo inventa, sino que lo toma del libro del Levítico. Su novedad consiste precisamente en poner juntos estos dos mandamientos —el amor a Dios y el amor al prójimo— revelando que ellos son inseparables y complementarios, son las dos caras de una misma medalla. No se puede amar a Dios sin amar al prójimo y no se puede amar al prójimo sin amar a Dios. El Papa Benedicto nos dejó un bellísimo comentario al respecto en su primera encíclica Deus caritas est, (nn. 16-18).

En efecto, el signo visible que el cristiano puede mostrar para testimoniar al mundo y a los demás, a su familia, el amor de Dios es el amor a los hermanos. El mandamiento del amor a Dios y al prójimo es el primero no porque está en la cima de la lista de los mandamientos. Jesús no lo puso en el vértice, sino en el centro, porque es el corazón desde el cual todo debe partir y al cual todo debe regresar y hacer referencia.

Ya en el Antiguo Testamento la exigencia de ser santos, a imagen de Dios que es santo, comprendía también el deber de hacerse cargo de las personas más débiles, como el extranjero, el huérfano, la viuda (cf. Ex 22, 20-26). Jesús conduce hacia su realización esta ley de alianza, Él que une en sí mismo, en su carne, la divinidad y la humanidad, en un único misterio de amor.

Ahora, a la luz de esta palabra de Jesús, el amor es la medida de la fe, y la fe es el alma del amor. Ya no podemos separar la vida religiosa, la vida de piedad del servicio a los hermanos, a aquellos hermanos concretos que encontramos. No podemos ya dividir la oración, el encuentro con Dios en los Sacramentos, de la escucha del otro, de la proximidad a su vida, especialmente a sus heridas. Recordad esto: el amor es la medida de la fe. ¿Cuánto amas tú? Y cada uno se da la respuesta. ¿Cómo es tu fe? Mi fe es como yo amo. Y la fe es el alma del amor.

En medio de la tupida selva de preceptos y prescripciones —a los legalismos de ayer y de hoy— Jesús abre una brecha que permite distinguir dos rostros: el rostro del Padre y el del hermano. No nos entrega dos fórmulas o dos preceptos: no son preceptos y fórmulas; nos entrega dos rostros, es más, un solo rostro, el de Dios que se refleja en muchos rostros, porque en el rostro de cada hermano, especialmente en el más pequeño, frágil, indefenso y necesitado, está presente la imagen misma de Dios. Y deberíamos preguntarnos, cuando encontramos a uno de estos hermanos, si somos capaces de reconocer en él el rostro de Dios: ¿somos capaces de hacer esto?

De este modo Jesús ofrece a cada hombre el criterio fundamental sobre el cual edificar la propia vida. Pero Él, sobre todo, nos donó el Espíritu Santo, que nos permite amar a Dios y al prójimo como Él, con corazón libre y generoso. Por intercesión de María, nuestra Madre, abrámonos para acoger este don del amor, para caminar siempre en esta ley de los dos rostros, que son un rostro solo: la ley del amor».

Papa Francisco. Ángelus domingo 26 de octubre de 2014.

 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. ¿Amo a Dios sobre todas las cosas? Solamente si se considera quién es Dios y quién es el hombre, se entiende que Dios deba ser amado por el hombre en forma absoluta y total. A Dios se lo puede amar con todo el ser solamente si Él es único y si Él es nuestro Creador, nuestro Padre y nuestro Fin último.

2. «En verdad os digo, que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Leamos con sincero corazón el pasaje de Mt 25, 31ss y hagamos un examen de conciencia sobre mi amor al prójimo.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1972. 2055. 2093-2094.

Written by Rafael De la Piedra