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«Cuando venga el Espíritu de la verdad os guiará a la verdad completa»

Solemnidad de la Santísima Trinidad. Ciclo C- 12 de junio de 2022

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 16, 12-15

¿Podemos, por la razón humana, conocer y entender plenamente el misterio central de la fe y de la vida cristiana? «Dios ha dejado huellas de su ser trinitario en la creación y en el Antiguo Testamento, pero la intimidad de su ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón humana e incluso a la fe de Israel, antes de la Encarnación del Hijo de Dios y del envío del Espíritu Santo. Este misterio ha sido revelado por Jesucristo, y es la fuente de todos los demás misterios»[1].

Las lecturas bíblicas de este Domingo nos introducen, poco a poco, en el misterio de la Santísima Trinidad. En el Evangelio (Juan 16, 12-15) vemos como se acentúan claramente la acción y guía del Espíritu Santo, que Jesús llama Espíritu de la verdad, en el camino de nuestra vida cristiana hacia el Padre en la fe, la esperanza y el amor (Romanos 5, 1-5). Vemos también como la sublime revelación de la vida íntima de Dios se muestra anticipadamente en el Antiguo Testamento (Proverbios 8, 22-31).

¿Un anticipo de la Trinidad en el Antiguo Testamento?

El texto de la Primera Lectura del libro de los Proverbios[2] forma parte de un canto poético en que se describe una personificación literaria de la Sabiduría de Dios. Este proceso de personificación en la literatura sapiencial culmina con el libro de la Sabiduría 7,22-8,1 donde aparece la Sabiduría como atributo divino y colaborando con Dios en la obra de la creación (ver Eclo 24,1ss). En algunos comentarios bíblicos leemos que este pasaje puede entenderse como un anticipo y un puente tendido a la revelación trinitaria del Nuevo Testamento donde Cristo es llamado de Palabra de Dios (Logos) en el prólogo de San Juan (ver 1 Cor 1, 23-30[3]).  Es la gran verdad que expresa San Agustín diciendo que el Nuevo Testamento se esconde en el Antiguo y que éste se manifiesta en el Nuevo (ver Mt 5,17).

El misterio de Dios

El misterio[4] de la Santísi­ma Trinidad es el misterio central de nuestra fe y de nuestra vida cristiana porque es el más cercano a Dios mismo. Con la formulación del misterio de la Trinidad la Iglesia osa expresar la verdad acerca de la intimidad de Dios siendo éste inaccesible por la sola luz de la razón humana. Es un dogma de la religión bíblica que Dios es infi­nitamente perfecto y tras­cen­dente y que ningún hombre lo puede ver: «Y añadió: «Pero mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir viviendo»» (Ex 33,20). Pero no es porque sea oscuro, ajeno o lejano de los hombres; sino todo lo con­trario. Nadie puede verlo porque es dema­siado luminoso y está demasiado cerca de nosotros.

Para expre­sar a los paganos la cercanía del Dios que él anun­ciaba, San Pablo dice en el Areópago de Atenas: «(Dios) no se encuen­tra lejos de cada uno de nosotros, pues en Él vivi­mos, nos movemos y existi­mos» (Hch 17,27- 2­8). Y de Él nos dice San Agus­tín: «Es más íntimo a mí que yo mismo». Dios nos es desco­nocido, no por defecto, como sería una cosa oscu­ra, sino por exceso: nuestra vista queda enceguecida por su excesi­va luz; nuestra inteligencia no es capaz de entender su excesiva verdad. San Pablo en su carta a Timoteo prorrumpe en esta alabanza: «Al Bienaventurado y único Soberano, al Rey de reyes y Señor de los señores, al único que posee inmor­talidad, que habita una luz inaccesi­ble, a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver, a Él el honor y el poder por siempre» (1Tim 6,15-16).

«Señor, muéstranos al Padre…»

Podemos pensar con qué entusiasmo habrá hablado Jesús de su Padre, ya que tenía la misión de  anunciarlo (ver Jn 1,18); pero que no resultaba tan claro lo que provoca en el apóstol Felipe el ruego de: «Señor, muéstranos al Padre y nos bas­ta» (Jn 14,8). El apóstol revela suficiente comprensión como para afirmar con razón: «eso basta»; pero, por otro lado, revela poca com­prensión, como se deduce de la respuesta de Jesús: « ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me cono­ces, Feli­pe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre… ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?» (Jn 14,9-10). Nosotros hemos conocido a Dios como Padre en Cristo, en su actitud filial y en su ense­ñanza. Uno de los puntos centrales de la revelación cris­tiana es que Dios es Padre. Es Padre de Cristo y es Padre nuestro. Pero resulta claro en el Evangelio que Dios es Padre de Cristo en un sentido y es Padre nuestro en otro senti­do, ambos igualmente verdaderos, pero infinitamente dis­tintos.

Por eso no hay ningún texto en el cual Jesús se dirija a Dios diciendo: «Padre nuestro», incluyéndonos a nosotros. Cuando enseña la oración del cristiano dice: «Vosotros orad así: Padre nues­tro…». Por el contrario, es constante e intencional su modo de llamar a Dios: «Padre mío» o «mi Padre». Incluso hace la distinción explícitamente, cuando dice a María Magdale­na: «Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios» (Jn 20,17). De esta manera nos enseña que Dios es Padre suyo por natura­leza y es Padre nuestro por adopción. El Padre y el Hijo poseen la misma naturaleza divina, ambos son la misma sustancia divina. Por eso en el Credo profesamos la fe en el Hijo, «engendrado no creado, de la misma natura­leza (de la misma sustancia) que el Padre».

Somos hijos en el Hijo

El Evangelio de hoy es la última de las cinco prome­sas del Espíritu Santo que hizo Jesús a sus discípulos durante la última cena. Ya hemos visto cómo había dicho a sus apósto­les: «El que me ve a mí, ha visto al Padre» (Jn 14,9). Jesucristo hace visi­ble al Padre. Pero esto no lo experimentaban los apóstoles en ese momento. Era necesa­rio que viniera el Espíritu Santo. Por eso Jesús dice: «Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad com­pleta». El Espíritu Santo hará que los apóstoles crean que Cristo es el Hijo de Dios; de esta manera, podrán ellos, viendo a Cristo, ver al Padre. Eso es todo. Por eso Jesús repite dos veces: «El Espíritu Santo tomará de lo mío y os lo anunciará a vosotros». Pero precisamente en este anuncio de Cristo como Hijo consiste la revelación del Padre. En efecto, Cristo lo dice: «Todo lo que tiene el Padre es mío». Por eso, toman­do lo de Cristo y anunciándolo a nosotros, el Espíritu Santo revela al mismo tiempo al Padre y al Hijo. Así alcanzamos el conocimiento del Dios verdadero. Al asumir la naturaleza humana, sin dejar la divina, el Hijo de Dios dio al ser humano acceso a la filiación divina. Por eso se dice que los bautizados somos «hijos en el Hijo». Pero todo esto sería externo a nosotros y nadie podría vivir como hijo de Dios si no fuera habilitado por el Espíritu Santo. Lo más propio de Cristo es su condición de Hijo de Dios y es precisamente esto lo que el Espíritu Santo debe tomar de Él y comunicarlo a nosotros.

¿Por qué es importante conocer la Santísima Trinidad?

En este Domingo de la Santísima Trinidad cada uno debe veri­ficar si sabe formular este misterio tal como es revelado por Cristo y enseñado por la Iglesia. Los cristianos adoramos un sólo y único Dios, pero este Dios no es una sola Persona, sino tres Personas distintas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, de única natura­leza divina e iguales en la divinidad. Esto significa que el Padre es Dios, que el Hijo es Dios, y que el Espíritu Santo es Dios. Dirigiéndonos en la oración o en el culto cristiano a cada una de estas Personas divinas nos dirigi­mos al mismo y único Dios. Conocer al Dios verdadero no es algo indiferente o que dé lo mismo, pues de esto depende la vida eterna. Así lo declara Jesús en la oración sacerdo­tal, dirigiéndose al Padre: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado Jesucristo» (Jn 17,3). Jesús formula su misión en este mundo de esta manera: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). Eso equivale a decir: «He venido para dar al mundo el conocimiento del Dios verdadero».

Esto es lo que encontramos en la Segunda Lectura: toda nuestra vida cristiana es enteramente trinitaria y consiste en caminar hacia el Padre por medio de Jesucristo y guiados por el Espíritu Santo. Puesto que  «no hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor» (Dei Verbum 4,2), es nuestra misión vivir de acuerdo a nuestra dignidad de ser «hijos en el Hijo». No se trata de una verdad meramente especulativa sino de una realidad viva, dinámica, operante y reconciliadora del hombre. Toda la vida cristiana es vida de filiación adoptiva, fruto gratuito del amor que Él nos tiene. De Él hemos recibido la fe y el acceso a la gracia que alimenta nuestra esperanza en medio de las tribulaciones presentes. Esta esperanza se alimenta del «amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo». ¡Pidamos constantemente el don de la esperanza en nuestras vidas!    

Una palabra del Santo Padre:

En esta fiesta en la que celebramos a Dios: el misterio de un único Dios y este Dios es el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. ¡Tres personas, pero Dios es uno! El Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu es Dios. Pero no son tres dioses: es un solo Dios en tres Personas. Es un misterio que nos ha revelado Jesucristo: la Santa Trinidad. Hoy nos detenemos a celebrar este misterio, porque las Personas no son adjetivaciones de Dios: no. Son Personas, reales, distintas, diferentes; no son —como decía aquel filósofo— “emanaciones de Dios”: ¡no, no! Son Personas. Está el Padre, al que rezo con el Padrenuestro; está el Hijo que me ha dado la redención, la justificación; está el Espíritu Santo que habita en nosotros y habita en la Iglesia. Y este nos habla al corazón, porque lo encontramos encerrado en esa frase de san Juan que resume toda la revelación: «Dios es amor» (1Jn 4,8.16). El Padre es amor, el Hijo es amor, el Espíritu Santo es amor. Y en cuanto es amor, Dios, aunque es uno y único, no es soledad sino comunión, entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Porque el amor es esencialmente don de sí mismo, y en su realidad originaria e infinita es Padre que se da generando al Hijo, que a su vez se da al Padre, y su amor mutuo es el Espíritu Santo, vínculo de su unidad. No es fácil entenderlo, pero se puede vivir este misterio; todos nosotros; se puede vivir tanto.

Este misterio de la Trinidad nos fue desvelado por el mismo Jesús. Él nos hizo conocer el rostro de Dios como Padre misericordioso; se presentó a Sí mismo, verdadero hombre, como Hijo de Dios y Verbo del Padre, Salvador que da su vida por nosotros y habló del Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo, Espíritu de la Verdad, Espíritu Paráclito —el domingo pasado hablamos de esta palabra “paráclito”— es decir, Consolador y Abogado. Y cuando Jesús se apareció a los apóstoles después de la Resurrección, Jesús los mandó a evangelizar «a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19).

La fiesta de hoy, pues, nos hace contemplar este maravilloso misterio de amor y luz del que procedemos y hacia el cual se orienta nuestro camino terrenal.

En el anuncio del Evangelio y en toda forma de la misión cristiana, no se puede prescindir de esta unidad a la que llama Jesús, entre nosotros, siguiendo la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: no se puede prescindir de esta unidad. La belleza del Evangelio requiere ser vivida —la unidad— y testimoniada en la concordia entre nosotros, que somos tan diferentes. Y esta unidad me atrevo a decir que es esencial para el cristiano: no es una actitud, una forma de decir: no, es esencial, porque es la unidad que nace del amor, de la misericordia de Dios, de la justificación de Jesucristo y de la presencia del Espíritu Santo en nuestros corazones.

María Santísima, en su sencillez y humildad, refleja la Belleza de Dios Uno y Trino, porque recibió plenamente a Jesús en su vida. Que ella sostenga nuestra fe; que nos haga adoradores de Dios y servidores de nuestros hermanos».  

Papa Francisco. Ángelus 30 de mayo de 2021

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 

1-Recemos en familia el Salmo 8 que es el salmo responsorial de este Domingo y agradezcamos a Dios por su infinita misericordia al habernos llamado a la vida.

 2-«La gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión de Dios» San Ireneo de Lyon. ¿Qué quiere decir que el hombre viva? Que sea lo que tiene que ser. Que sea plenamente hombre de acuerdo a su fe cristiana. ¿Cómo vivo esta realidad?

 3-Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 232- 267.

 [1] Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, 44.

[2] El libro de los Proverbios es una colección de sentencias y proverbios sapienciales que buscan orientar a los jóvenes sobre la manera de llevar una vida buena y piadosa. La mayor parte son buenos y sabios consejos escritos de manera popular, como era corriente también en los pueblos vecinos a Israel. Gran parte del libro data probablemente del tiempo de los primeros reyes de Israel. El libro comienza con una sección que elogia la sabiduría (1-9). El resto contiene seis colecciones de sentencias (10, 1-31,9) y termina con un poema sobre la mujer ideal (31, 10-31).

[3] «Un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1Cor 1,24)

[4] Misterio, desde la teología cristiana, es una verdad revelada por Dios para nuestra Salvación y Reconciliación. «El misterio siempre está fuera del alcance del hombre, por ser cualitativamente distinto de todos los demás objetos de paciencia humana; pero al mismo tiempo tiene relación con el hombre; nos pertenece, obra en nosotros, y su revelación ilumina nuestras ideas sobre nosotros mismos» (Henri de Lubac. Paradoja y Misterio de la Iglesia, pp. 38-39).

Written by Rafael De la Piedra