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El Papa fue recibido con afecto en la zona del sismo en Italia

Roma.- Pese a la lluvia y el viento, el papa Benedicto XVI visitó hoy la zona de los Abruzos, donde hace tres semanas se produjo el fuerte terremoto y las réplicas que destrozaron miles de viviendas y mataron a 296 personas. Allí lo recibieron con afecto miles de personas que perdieron sus hogares el 6 de abril, así como también el arzobispo de la capital regional L’Aquila, Giuseppe Molinari, y el jefe de la Defensa Civil italiana, Guido Bertolaso.

«El Papa nos dio valor y fuerza», señalaron muchos desde las calles llenas de barro del pequeño pueblo de Onna, uno de los más afectados y al que acudió el Pontífice antes de seguir viaje a L’Aquila.»Vine a visitaros a esta región hermosa y destruida, que en estos momentos vive grandes penalidades y necesidades, para abrazaros a todos», dijo el Papa a su llegada. «Mi presencia aquí debe ser una señal de que Dios no os ha abandonado», añadió ante un auditorio emocionado. El pueblo se ha convertido en un símbolo de la catástrofe con 39 muertos de su población de 300.

También estuvo cargado de emoción el encuentro de Benedicto XVI con los 12 estudiantes que sobrevivieron al derrumbe de su residencia en L’Aquila. «Comparto vuestras lágrimas, pero ahora necesitamos edificios estables. Se lo debemos a los muertos», expresó el religioso a los jóvenes. Al desmoronarse el edificio murieron siete estudiantes de diferentes regiones del país.

La residencia es un símbolo de «un Estado que no puede garantizar la seguridad de sus jóvenes», han denunciado los medios. Además de la reconstrucción, numerosos técnicos trabajan actualmente en los Abruzos para detectar fraudes en la construcción que causaron los derrumbes. Las autoridades conocían sin embargo al parecer desde hace años que las construcciones no eran antisísmicas, como ordena la ley.

En la basílica de Santa Maria di Collemaggio, en L’Aquila, el Papa colocó un palio -una estola símbolo de los pontífices- sobre la urna del papa Celestino V.

Además de visitar el cuartel de la Policía de Finanzas, Benedicto XVI pronunció un discurso desde un escenario construido para ello frente al cuartel. La visita terminará con la colocación de una rosa dorada frente a la estatua de la «Madonna di Roio».

Debido al temporal, el jefe de la Iglesia Católica tuvo que cancelar su viaje en helicóptero y se trasladó por tierra a la zona, lo que ocasionó un retraso en el programa. A primera hora de la tarde se espera que el Papa regrese al Vaticano.

En los campamentos de la región viven actualmente unas 65.500 personas que se quedaron sin hogar.

Les coloco el discurso completo que el Papa Benedicto XVI ha pronunciado hoy ante los damnificados por el terremoto de los Abruzos, en el campamento provisional que hay instalado en la localidad italiana de Onna, la más afectada por la tragedia.

¡Queridos amigos!

He venido en persona a esta vuestra tierra espléndida y herida, que está viviendo días de gran dolor y precariedad, para expresaros del modo más directo mi cordial cercanía. He estado junto a vosotros desde el primer momento, desde cuando he sabido la noticia de esta violenta sacudida del terremoto que, en la noche del pasado 6 de abril, provocó casi 300 víctimas, numerosos heridos e ingentes daños materiales a vuestras casas. He seguido con aprensión las noticias compartiendo vuestra consternación y vuestras lágrimas por los difuntos, junto con vuestras trepidantes preocupaciones por lo que habéis perdido en un momento.

Ahora estoy aquí entre vosotros: quisiera abrazaros con afecto uno a uno La Iglesia entera está aquí conmigo, junto a vuestros sufrimientos, partícipe de vuestro dolor por la pérdida de familiares y amigos, deseosa de ayudaros a reconstruir las casas, iglesias, empresas destruidas o gravemente dañadas durante el seísmo. He admirado el valor, la dignidad y la fe con la que habéis afrontado también esta dura prueba, manifestando una gran voluntad de no ceder ante las adversidades. No es, de hecho, el primer terremoto que conoce vuestra región, y ahora como en el pasado, no os habéis rendido, no habéis perdido el ánimo. Hay en vosotros una fuerza de ánimo que suscita esperanza. Muy significativo al respecto es un dicho querido a vuestros ancianos: «Aún hay muchos días detrás del Gran Sasso».

Llegando hasta aquí, a Onna, uno de los centros que ha pagado un alto precio en términos de vidas humanas, he sobrevolado en helicóptero este valle y me he dado cuenta aún más de la entidad de los daños causados por el terremoto. Si hubiera sido posible, habría deseado llegar a cada pueblo y a cada barrio, ir a todos los campamentos y encontrar a todos. Me doy perfecta cuenta de que, a pesar del empeño de solidaridad expresada desde todas partes, son muchas y cotidianas las molestias que comportan vivir fuera de casa o en los automóviles, o en las tiendas, aún más a causa del frío y de la lluvia. Pienso también en tantos jóvenes obligados bruscamente a medirse con una realidad dura, en los chicos que han tenido que interrumpir la escuela con sus amistades, en los ancianos privados de sus costumbres.

Se podría decir, queridos amigos, que os encontráis, en cierto modo, en el estado de ánimo de los dos discípulos de Emaús, de los que habla el evangelista Lucas. Tras el trágico acontecimiento de la cruz, volvían a casa desilusionados y amargados, por el «final» del Jesús; pero, a lo largo del camino, Él se acercó y se puso a conversar con ellos. Aunque no lo reconocieron con los ojos, algo se despertó en sus corazones: las palabras de aquel «Desconocido» volvieron a encender en ellos ese ardor y esa confianza que la experiencia del Calvario había apagado.

He aquí, queridos amigos: mi presencia entre vosotros quiere ser un signo tangible del hecho que el Señor crucificado está resucitado y no os abandona; no deja sin escuchar vuestras preguntas sobre el futuro, no está sordo al grito preocupado de tantas familias que lo han perdido todo: casas, ahorros, trabajo y a veces también vidas humanas. Ciertamente, su respuesta concreta pasa a través de nuestra solidaridad, que no puede limitarse a la emergencia inicial, sino que debe convertirse en un proyecto estable y concreto en el tiempo. Animo a todos, instituciones y empresas, para que esta ciudad y esta tierra vuelvan a resurgir.

El Papa está aquí, entre vosotros, para deciros también una palabra de consuelo sobre vuestros muertos: ellos están vivos en Dios y esperan de vosotros un testimonio de valor y de esperanza. Esperan ver renacer esta tierra suya, que debe volver a adornarse de casas y de iglesias, bellas y sólidas. Y precisamente es en nombre de estos hermanos y hermanas por lo que hay que empeñarse nuevamente en vivir recurriendo a lo que no muere y que el terremoto no ha destruido: el amor. El amor permanece también más allá del límite de esta precaria existencia terrena nuestra, porque el Amor verdadero es Dios. Quien ama vence, en Dios, la muerte y sabe que no pierde a aquellos a los que ha amado.

Quisiera concluir estas palabras mías dirigiendo al Señor una oración particular por las víctimas del terremoto.

Te confiamos nuestros seres queridos a Ti Señor, sabiendo

que a tus fieles Tu no les quitas la vida sino que la transformas,

y en el mismo momento en que es destruidas

la morada de este exilio nuestro en la tierra,

Te preocupas de preparar una eterna e inmortal en el Paraíso.

¡Padre Santo, Señor del cielo y de la tierra,

escucha el grito de dolor y de esperanza,

que se eleva de esta comunidad duramente probada por el terremoto!

Es el grito silencioso de la sangre de madres, de padres, de jóvenes

y también de pequeños inocentes que sube de esta tierra.

Han sido arrancados del afecto de sus seres queridos,

acógelos a todos en tu paz, Señor, que eres el Dios-con-nosotros,

el Amor capaz de dar la vida sin fin.

Te necesitamos a Ti y a Tu fuerza,

porque nos sentimos pequeños y frágiles frente a la muerte;

Te pedimos, ayúdanos, porque solamente Tu apoyo

puede hacernos volver a levantar e inducirnos a retomar juntos,

cogiéndonos confiados uno a otro de la mano, el camino de la vida.

Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Salvador,

en el que brilla la esperanza de la feliz resurrección. ¡Amén!

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Written by Rafael De la Piedra