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«El que quiera ser el primero, sea el sea el último de todos» 22-11-2018 Full view

«El que quiera ser el primero, sea el sea el último de todos»

Domingo de la Semana 25ª del Tiempo Ordinario.  Ciclo B – 19 de septiembre de 2021

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 9, 30-37

«Y saliendo de allí, iban caminando por Galilea; él no quería que se supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará». Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle. Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: «¿De qué discutíais por el camino?» Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos». Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo: «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado».»

Sin duda Jesucristo ha traído una verdadera revolución al hombre ya sea por su persona, sus enseñanzas y, sin duda, por su propia vida. Este auténtico cambio nace de una aproximación diferente a la vida y es lo que leemos en los textos de las lecturas dominicales. Por un lado, el injusto se cuestiona por el testimonio de aquel que coloca su fortaleza y su confianza en el Señor. Leemos que nada malo le va a pasar pues Dios «le librará de las manos de sus enemigos…y le visitará» (Sabiduría 2, 12.17-20). Los discípulos del Maestro son constantemente educados para que entiendan que «quien quiera ser el primero tiene que ser el último y el servidor de todos» (Marcos 9, 30-37). Ahora nos propone un verdadero programa de renovación personal que implica un verdadero cambio de mentalidad y de vida. Las guerras, la violencia, las contiendas y toda clase de maldad; nunca pueden provenir de la Sabiduría que vienen de lo alto sino de las pasiones desordenadas que encontramos en nuestro interior (Santiago 3, 16 – 4,3).

 El justo perseguido

La primera lectura del libro de la Sabiduría es un fragmento del discurso de los malvados enjuiciando y condenando al «justo». ¿Quién es ese justo perseguido? ¿A quién se refiere? A semejanza del «Siervo de Dios» que leemos en el profeta Isaías; la situación y cualidades de este «justo, hijo de Dios»[1] se pueden verificar, sobre todo, en la persona de Jesús de Nazaret.

El libro de la Sabiduría debió de ser escrito por un judío familiarizado con la cultura helénica del siglo I a.C. De modo que podemos afirmar que es, cronológicamente, el último libro del Antiguo Testamento. Todo el libro fue escrito en griego y el autor debió haber vivido en Alejandría que era la capital del helenismo bajo la dinastía de los Ptolomeos[2] donde había una importante y fuerte colonia judía. El autor se dirige en primer lugar a los judíos, sus compatriotas, cuya fidelidad está en peligro por el prestigio de la civilización alejandrina. La cuestión de la retribución, que tanto preocupaba a los sabios, recibe en él la solución afirmando que Dios ha creado al hombre para la incorruptibilidad y que «el amor es la observancia de las leyes» (Sab 6,18). Esto será lo que garantizará la incorruptibilidad que no es sino «estar cerca de Dios» (Sab 6,19). Es interesante destacar que él ya introduce la idea de una resurrección de los cuerpos en forma espiritualizada.

La sabiduría que viene de lo alto

 Nadie está exento de caer en envidias, contiendas y en rivalidad. Ni siquiera los cristianos a los que el Apóstol Santiago dirige su carta. En ella, en cadencia sapiencial y veterotestamentaria, va exponiendo dichos, exhortaciones y normas de ética general que tienen su origen en la fe en Jesucristo. En el texto vemos como primero se contrapone la sabiduría de arriba a la terrena, la verdadera a la falsa. La primera genera envidia y peleas; la segunda paz, misericordia y sinceridad. Como hemos estado leyendo en los domingos anteriores, para Santiago la fe, la religión y la sabiduría cristianas deben de vivirse en la vida cotidiana. La vida coherente es la que demuestra que un cristiano es sabio, lo demás puede ser pura apariencia. Lamentablemente las apariencias fácilmente engañan. El saber entre cristianos no se mide principalmente por la locuacidad, la facilidad de palabra o la inteligencia, sino por vivir en concreto las actitudes que emanan del misterio de la Cruz de nuestro Señor Jesucristo (ver 1 Cor 1,24).

El segundo anuncio de la Pasión

 La enseñanza acerca del destino de Jesús, que comenzó después de la confesión de Pedro: «Tú eres el Cristo…», se reanuda ahora. El Evangelio dice que Jesús iba de camino enseñando a sus discípulos. Vemos cómo el contenido de esa enseñanza es exactamente el mismo. Este es el segundo anuncio de su Pasión. La insistencia revela el valor que Jesús le atribuye. Salvo la expresión «Hijo del hombre», todas las demás palabras usadas por Jesús en esa enseñanza son del vocabulario común y de fácil comprensión para todos. «Hijo del hombre» es una expresión idiomática hebrea. Puede significar simplemente «hombre»; pero es evidente que, usada por Jesús, significa algo más que eso; evoca la visión del profeta Daniel, donde se habla de un Hijo del hombre al cual «se dio imperio, honor y reino…su imperio es un imperio que nunca pasará» (ver Dan 7,13-14). Lo que interesa destacar aquí es que no es una expresión oscura para los apóstoles, pues ellos sabían que Jesús la usaba para hablar de sí mismo. La situación es ésta: Jesús, a solas con sus discípulos les explica largamente durante el camino algo que Él considera de fundamental importancia; lo hace en términos fáciles de entender; y ya no es la primera vez.

¿Por qué ellos no lo entienden? En realidad, es un «no entender» que significa «no aceptar», «no reconocer» y hasta podría significar «rechazar lo que decía» (ver 1Cor 14,38). Ellos prefieren no seguir haciendo preguntas. No quieren aceptar eso de tener que sufrir, no aceptan que a la vida se llegue por el camino de la cruz y la muerte. A esto se refería Jesús cuando, en la última cena, les dice: «Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa» (Jn 16,12-13). Cuando vino el Espíritu Santo, entonces lo entendieron bien y, por eso, nos dejaron los Evangelios, que fueron escritos por quienes saben lo que dicen.

¿Qué discutían por el camino?

La continuación del relato nos muestra cómo los discípulos aún permanecían aferrados a sus criterios «mundanos». Cuando llegan a Cafarnaúm, Jesús les pregunta sobre lo que discutían en el camino, perciben que la preocupación de ellos contrasta con la de Jesús, y callan. En efecto, «por el camino entre sí habían discutido quién era el mayor». Jesús aprovecha la ocasión para presentar la misma enseñanza que les había dicho pero ahora de otra manera. Esta vez la solemnidad de la enseñanza está indicada por la posición que asume: «se sienta y llama a los Doce». Es la actitud del maestro que enseña desde la cátedra[3] (de aquí la expresión «ex cathedra») porque lo que va a decir reviste de gran importancia. Dos condiciones se deben de cumplir quien quiera ser el primero: «ser el último de todos y ser servidor de todos».

El Evangelio de hoy nos ofrece uno de los argumentos más claros de la historicidad del mismo. El autor sagrado – en este caso San Marcos – escribe su Evangelio después de la Resurrección de Cristo y bajo la inspiración del Espíritu Santo que le concedió una comprensión plena del misterio de Cristo. Pero eso no le impidió referir con veracidad los hechos de la vida de Cristo. Vemos cómo los únicos testigos de los hechos narrados son los apóstoles, sin embargo ¿por qué registran aspectos tan negativos de ellos mismos? Ellos son los jefes y responsables de una comunidad y como tales, a ellos no les favorecía aparecer ante los fieles como incapaces de comprender, desentendidos de la misión de Cristo y ambiciosos. La única explicación razonable de la inclusión de estos episodios en el Evangelio es la absoluta seriedad y responsabilidad con que los apóstoles transmitieron la verdad acerca de toda la vida de Jesús, incluso de aquellos episodios en que ellos quedaban mal. Prefirieron la verdad antes que su propio prestigio. Esto nos garantiza a nosotros, que estamos leyendo hechos realmente históricos, transmitidos por aquellos que tenían la verdad como máxima preocupación.

Una palabra del Santo Padre:

 «Y son numerosos los dones, muchas las riquezas que los niños traen a la humanidad. Recordaré sólo algunos. Portan su modo de ver la realidad, con una mirada confiada y pura. El niño tiene una confianza espontánea en el papá y en la mamá; y tiene una confianza natural en Dios, en Jesús, en la Virgen. Al mismo tiempo, su mirada interior es pura, aún no está contaminada por la malicia, la doblez, las «incrustaciones» de la vida que endurecen el corazón. Sabemos que también los niños tienen el pecado original, sus egoísmos, pero conservan una pureza y una sencillez interior. Pero los niños no son diplomáticos: dicen lo que sienten, dicen lo que ven, directamente. Y muchas veces ponen en dificultad a los padres, manifestando delante de otras personas: «Esto no me gusta porque es feo». Pero los niños dicen lo que ven, no son personas dobles, no han cultivado aún esa ciencia de la doblez que nosotros adultos lamentablemente hemos aprendido.

 Los niños —en su sencillez interior— llevan consigo, además, la capacidad de recibir y dar ternura. Ternura es tener un corazón «de carne» y no «de piedra», come dice la Biblia (cf. Ez 36, 26). La ternura es también poesía: es «sentir» las cosas y los acontecimientos, no tratarlos como meros objetos, sólo para usarlos, porque sirven…Los niños tienen la capacidad de sonreír y de llorar. Algunos, cuando los tomo para abrazarlos, sonríen; otros me ven vestido de blanco y creen que soy el médico y que vengo a vacunarlos, y lloran… pero espontáneamente. Los niños son así: sonríen y lloran, dos cosas que en nosotros, los grandes, a menudo «se bloquean», ya no somos capaces… Muchas veces nuestra sonrisa se convierte en una sonrisa de cartón, algo sin vida, una sonrisa que no es alegre, incluso una sonrisa artificial, de payaso. Los niños sonríen espontáneamente y lloran espontáneamente. Depende siempre del corazón, y con frecuencia nuestro corazón se bloquea y pierde esta capacidad de sonreír, de llorar. Entonces, los niños pueden enseñarnos de nuevo a sonreír y a llorar. Pero, nosotros mismos, tenemos que preguntarnos: ¿sonrío espontáneamente, con naturalidad, con amor, o mi sonrisa es artificial? ¿Todavía lloro o he perdido la capacidad de llorar? Dos preguntas muy humanas que nos enseñan los niños. Por todos estos motivos Jesús invita a sus discípulos a «hacerse como niños», porque «de los que son como ellos es el reino de Dios» (cf. Mt 18, 3; Mc 10, 14).

 Queridos hermanos y hermanas, los niños traen vida, alegría, esperanza, incluso complicaciones. Pero la vida es así. Ciertamente causan también preocupaciones y a veces muchos problemas; pero es mejor una sociedad con estas preocupaciones y estos problemas, que una sociedad triste y gris porque se quedó sin niños. Y cuando vemos que el número de nacimientos de una sociedad llega apenas al uno por ciento, podemos decir que esta sociedad es triste, es gris, porque se ha quedado sin niños».

 Papa Francisco. Audiencia general. Miércoles 18 de marzo de 2015.

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 

1.Para nosotros también se nos hace «difícil de entender» a Jesús. En efecto vemos cómo muchas veces queremos ser los primeros y difícilmente entendemos que todo puesto de autoridad tiene que ser un puesto de servicio. ¿Me cuesta servir? ¿Me cuesta ser el último?

 2. Leamos con calma la Segunda Lectura y hagamos un examen de conciencia a partir de sus consejos?

 3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1817 – 1829. 2546. 2631. 2713.

 [1] El título «hijo de Dios» se aplica en el Antiguo Testamento a Israel (Éx 4,22s), a los israelitas (Dt 14,1; Is 1,2; Os 11,1) y al rey de Israel (2 Sm 7,12; 1 Cr 22,10). En el libro de la Sabiduría se tiende a reservarlo para los justos (Sab 9,7; 10,15; 12,19; etc.) y se entiende en un sentido más profundo que culminará en la revelación neotestamentaria sobre la filiación divina de los hijos de Dios en el único Hijo que es Jesucristo.

[2] Durante tres siglos Alejandría fue la capital de un imperio que en su momento de máximo extensión comprendió Cirenaica y Chipre. Su fundador fue uno de los generales de Alejandro Magno, Ptolomeo, hijo de un noble macedonio llamado Lagos, de donde procede la dinastía Lágida, aplicada a la veintena de soberanos que se sucedieron durante casi tres siglos. Durante el segundo emperador Ptolomeo II, Filadelfo  (285 -246 a.C.) se realiza la famosa traducción al griego de la Biblia hebraica llamada de los «Setenta».

[3] Cátedra. (Del lat. cathedra, y este del gr. καθέδρα, asiento). Empleo y ejercicio del catedrático. Facultad o materia particular que enseña un catedrático. Asiento elevado, desde donde el maestro da lección a los discípulos. Especie de púlpito con asiento, donde los catedráticos y maestros leen y explican las ciencias a sus discípulos. Dignidad pontificia o episcopal. Capital o matriz donde reside el prelado. Lugar que ocupa el obispo en su catedral, desde el que preside las celebraciones litúrgicas.

Written by Rafael De la Piedra