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La intolerancia de los tolerantes


El papel de la Iglesia en la vida del Estado
Por: P Gonzalo Len*
Publicado en el Diario El Comercio

Estos días se han escuchado diversas opiniones sobre el papel de la Iglesia en el debate acerca de la despenalización del aborto y de la anticoncepción oral de emergencia. La coyuntura ha llevado a algunas personas a plantear la necesidad de que, de una vez por todas, la Iglesia se haga a un lado en un asunto que no le competería.

Uno de los argumentos que se plantean es que es un tema de salud pública, y en eso la Iglesia no tendría nada que decir. De la mano de esto se argumenta también, en la línea del necesario paso a la modernidad, que eso implicaría, bajo la idea de la tolerancia, la desaparición de la Iglesia del espacio social y cultural. Esta postura sostiene que lo religioso se respeta, pero que pertenece a la esfera de lo personal y privado, y que de allí no debe salir, pues atentaría contra lo que esta ideología entiende como la neutralidad del espacio público.

Seguramente hay alguno que tiene el sincero deseo de aportar en la clarificación del rol de la Iglesia en este tema, pero no cabe duda de que hay otros que lo que quieren es exiliar a la Iglesia de ese espacio público para ellos introducir sus ideas, nada neutrales por cierto.

Sobre esta intolerancia de los “tolerantes” es importante hacer algunas aclaraciones, y quisiera citar dos textos que, me parece, iluminan muy bien el panorama.

Por un lado, el artículo 50 de la Constitución Política del Perú señala: “Dentro de un régimen de independencia y autonomía, el Estado reconoce a la Iglesia Católica como elemento importante en la formación histórica, cultural y moral del Perú, y le presta su colaboración”. El Estado Peruano no es, como quisieran unos pocos —pero que gritan mucho—, un Estado laicista. En nuestro país se reconoce —no se impone— el importante papel que cumple la Iglesia en la peruanidad. Esto no es teocracia ni confusión de roles ni retorno a un supuesto pasado oscuro. Es reconocer una realidad propia de la identidad de nuestra nación.

Por otro lado, cito un pasaje del discurso del papa Benedicto XVI al embajador del Perú ante la Santa Sede el año 2007: “La Iglesia, que reconoce al Estado su competencia en las cuestiones sociales, políticas y económicas, asume como un propio deber, derivado de su misión evangelizadora, la salvaguardia y difusión de la verdad sobre el ser humano, el sentido de su vida y su destino último que es Dios. Ella es fuente de inspiración a fin de que la dignidad de la persona y de la vida, desde su concepción hasta su término natural, sea reconocida y protegida, como garantiza la Constitución Peruana”.

Así pues, la Iglesia sabe cuál es el lugar del Estado y, por supuesto, sabe cuál es su lugar. Y esto, sobre todo, en un país como el nuestro cuya identidad está sellada por la fe en Jesús. Es por eso que la Iglesia cumple con su misión propia, haciendo oír su voz sobre los temas en cuestión, aunque a algunos pocos no les guste.

Las leyes, cuyo dictado le compete al Estado, no pueden ser desligadas de su base moral como pretenden algunos, basados en el utilitarismo y en el individualismo (o en otros intereses más oscuros). Ellas deben promover el bien y evitar el mal. Es allí donde la Iglesia, de diversas maneras, a través de la jerarquía y de los laicos, viene promoviendo responsablemente el valor de la vida humana para que se siga reflejando en nuestra legislación.

Todo este esfuerzo se fundamenta en las certezas que nos dan la fe y la razón, es decir, en lo que Jesús nos ha enseñado y en lo que conocemos por la ciencia médica, la psicología, las estadísticas, etc., y en el inmenso trabajo pastoral que hace la Iglesia por todo el Perú, en todos los lugares, con todos los peruanos sin distinción. De toda esta experiencia y con toda responsabilidad y compromiso, ajena a cualquier interés político, económico, “sectario” o “fundamentalista”, la Iglesia habla alto y con toda propiedad en un asunto de suma trascendencia para el destino de la patria.

(*) Sodalicio de Vida Cristiana

Written by Rafael De la Piedra