LOGO

¿Tiene sentido tener fe hoy en día?
¿Dónde encontrar las respuestas a nuestras inquietudes más profundas?
¿Cuáles son las razones para creer?

  • Home  /
  • Iglesia   / Francisco   /
  • La sangre detrás de la vocación de tantos religiosos, religiosas, sacerdotes y seminaristas
La sangre detrás de la vocación de tantos religiosos, religiosas, sacerdotes y seminaristas 136945_800x600_crop_557318311ae36 Full view

La sangre detrás de la vocación de tantos religiosos, religiosas, sacerdotes y seminaristas

La Catedral de Sarajevo fue el escenario del intenso encuentro por las vocaciones que el Papa Francisco mantuvo la tarde del primer sábado de junio con los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas a quienes no dejó de agradecerles su servicio al Evangelio y a la Iglesia, incluso en los momentos difíciles de la historia de sus comunidades cristianas, caracterizadas en esta región, por ser minoría. El Obispo de Roma aludió a la importancia de la formación de los laicos para que sean protagonistas de la misión evangelizadora, sin olvidar a los hermanos y hermanas enfermos y ancianos que sólo pudieron estar espiritualmente presentes.

Muy tocante el momento de los testimonios que ofrecieron tres consagrados que tanto sufrieron por la causa de Cristo. Se trata del Reverendo Zvonimir Matijević, a quien el Santo Padre le besó las manos y bendijo pidiéndole a su vez que rezara por él; Fray Jozo Puškarić a quien Francisco abrazó y besó conmovido y Sor Ljubica Šekerija a quien también el Pontífice abrazó y besó sonriéndole.

El sacerdote de la diócesis de Banja Luka, Zvonimir Matijević, relató brevemente cuanto padeció en 1992 pidiendo a Dios que bendiga a todas las personas gracias a las cuales logró conservar su vida. Y agradeció a Francisco esta visita a Bosnia y Herzegovina con expresiones llenas de paz y consuelo para cuantos sufrieron, incluso más que él; a la vez que manifestó su convicción de que la presencia del Papa, con sus palabras, son como un ungüento para las heridas de tantas personas en esta tierra, y un aliciente para despertar la bondad, incluso en el corazón de los muchos que hicieron el mal; porque, como afirmó, la oración del Pontífice y sus palabras, impulsarán a todos a hacer el bien.

De la misma manera Fray Jozo Puškarić – sacerdote miembro de la Provincia franciscana de Bosnia Argentina – manifestó su gratitud a Dios por la oportunidad de encontrarse con el Obispo de Roma gracias a que su Arzobispo, el Cardenal Vinko Puljić, lo eligió para que relatara la experiencia deshumana que vivió durante la reciente guerra, en 1992, en un campo de concentración en el que “el tiempo – dijo – no se contaba por días, porque eran demasiado largos y estaban llenos de incertidumbre y temor”, sino por horas, e incluso segundos, hasta concluir que los 120 días transcurridos en aquel lugar equivalen a 120 años, o más.

Tras confesar que llegó a desear morir, con tal de que terminara su agonía, y de afirmar que hasta el fin de sus días seguirá testimoniando los horrores de la guerra; le pidió al Papa que siga rezando por todos los hombres y mujeres de esta nación, a la vez que añadió: “Después de la difícil experiencia de la guerra, junto a San Juan Pablo II, también yo puedo gritar: ¡Nunca más la guerra!”.

Tras relatar las indecibles vejaciones y humillaciones sufridas en 1993, la religiosa Ljubica Šekerija, de la Congregación de las Hijas de la Divina Caridad agradeció al Papa Bergoglio esta visita “que – dijo – nos anima y refuerza en nuestra vocación”. Y explicó que por más insensibles y malvados que hayan sido los enemigos que tanto padecimiento les procuraron, también a otros consagrados durante la última guerra en Bosnia y Herzegovina, sobre ellos – dijo – “ha sobreabundado la gracia de Dios”.

A continuación, el texto completo del discurso improvisado por el Papa Francisco en su encuentro con sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas:

Había preparado un discurso para ustedes, pero después de haber escuchado el testimonio de este sacerdote, este religioso y esta religiosa siento la necesidad de hablar improvisando. Porque ellos nos han contado vida, nos han relatado experiencia, nos han contado muchas cosas y buenas.

Entrego el discurso preparado, que es bonito, al Cardenal Arzobispo. Los testimonios hablaban por sí mismos. Y esta es la memoria de su pueblo. Un pueblo que olvida su memoria no tiene futuro. Esta es la memoria de sus padres y madres en la fe. Solamente han hablado tres pero detrás de ellos hay tantos y tantos que han sufrido lo mismo.

Queridos hermanas, queridos hermanos: no tienen derecho a olvidar su historia. No para vengarse sino para hacer la paz. No para mirar como algo extraño sino para amar como ellos han amado. En su sangre, en su vocación hay la vocación, hay la sangre de estos tres mártires. Donde hay sangre hay la vocación de tantas religiosas, tantos sacerdotes, tantos seminaristas.

El Apóstol Pablo en la Carta a los Hebreos nos dice: ‘les recomiendo que no se olviden de sus antepasados’. Aquellos que tienen tanto, que les han transmitido la fe. Ellos les han transmitido la fe, ellos me han transmitido como se vive la fe. El mismo Pablo nos lo dice: ‘no se olviden de Jesucristo’. El primer mártir. Y ellos han ido sobre las huellas de Jesús.

Retomen la memoria para hacer la paz. Con las palabras que han hablado se me ha quedado en el corazón una repetida: perdón. Un hombre o una mujer que se consagra al servicio del señor y no sabe perdonar no sirve. Perdonar a un amigo que te ha dicho una palabrota, con el cual has peleado o una hermana que está envidiosa de ti no es tan difícil. Pero perdonar a aquel que te golpea, que te tortura, que te pisotea, que te amenaza con el fusil para asesinarte. Esto sí es difícil.

Y ellos lo han hecho y ellos predican el hacerlo. Otra palabra que me ha emocionado es aquella que ha contado los 120 días en el campo de concentración.

Cuántas veces el espíritu del mundo nos hace olvidar a nuestros antepasados, el sufrimiento para nuestros antepasados. Esos días son contados, no por días, por minutos, porque cada minuto, cada hora es una tortura.

Vivir todos juntos, sucios, sin comida, sin agua, con calor, con frio, y esto durante tanto tiempo. Y nosotros que nos quejamos cuando tenemos un diente que nos duele, y nosotros que tenemos la TV en nuestra habitación con tanta comodidad, y que murmuramos de la superiora o del superior cuando la comida no es muy buena.

No olviden por favor el testimonio de sus antepasados. Piensen cuánto han sufrido ellos. Piensen en esos seis litros de sangre que ha recibido el padre, el primero que ha hablado, para sobrevivir. Lleven una vida digna de la cruz de Jesucristo.

Hermanas, sacerdotes, obispos, seminaristas mundanos son una caricatura. No sirven. No tienen la memoria de los mártires. Han perdido la memoria de Jesucristo crucificado, la única gloria nuestra. Otra cosa que me viene en mente es aquel miliciano que ha dado la pera a la religiosa. Aquella mujer musulmana que vive ahora en América y llevó la comida.

Todos somos hermanos, incluso ese hombre cruel ha pensado, no sé que ha pensado, pero ha sentido el Espíritu Santo en su corazón y quizás pensó en su madre: ‘tome esta pera’.

Aquella mujer musulmana era de otra religión pero amaba, creía en Dios y hacia el bien. Busquen el bien de todos. Todos tienen la posibilidad, la semilla del bien. Todos somos hijos de Dios.

Benditos ustedes que tienen tan cerca estos testimonios. No los olviden por favor. Que sus vidas crezcan con este recuerdo. Pienso en el sacerdote que ha muerto el padre cuando era niño, después ha muerto su hermana, después su madre, se quedó solo pero él es el fruto de un amor, un amor matrimonial. Piensen en aquella hermana mártir. También ella era hija de una familia.

Y piensen en el franciscano, también con dos hermanas franciscanas. Me viene a la cabeza eso que ha dicho el Cardenal Arzobispo. ¿Qué sucede con el jardín de la vida? Es decir, ¿la familia? ¿Qué es lo que le sucede de feo que no florece? Oren por la familia, para que florezca en tantos hijos y también para que haya muchas vocaciones.

Finalmente quisiera decir que esta ha sido una historia de crueldad. Que hoy en esta guerra mundial vemos tanta, tanta crueldad. Hagan siempre lo contrario de la crueldad. Tengan actitudes de ternura, de hermandad, de perdón y lleven la cruz de Jesucristo.

La Iglesia, la Santa Madre Iglesia les quiere así: pequeños, pequeños mártires delante de estos pequeños mártires. Pequeños testimonios de la cruz de Jesús. Que el Señor les bendiga. Por favor, recen por mí.

Written by Rafael De la Piedra