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No comprendo pero confío

Misa del Papa Francisco en Santa Marta. 14 de Marzo de 2016

El vagabundo muerto de frío en Roma, las cuatro religiosas de la madre Teresa asesinadas en Yemen, las personas que enferman en la «tierra de los fuegos», los refugiados abandonados al frío: es el eco de algunos recientes hechos dramáticos en la oración de Francisco durante la misa celebrada el lunes 14 de marzo en la capilla de la casa Santa Marta.

«Señor, no comprendo, no sé por qué sucede esto, pero confío en ti», dijo. Es «una hermosa oración», la única posible –explicó– y también la hacen suya los padres de tantos niños discapacitados, afectados por enfermedades raras. Frente a los tantos «valles oscuros» de nuestro tiempo, la única respuesta posible es confiar en Dios que, recuerda la Escritura, «no deja jamás solo a su pueblo».

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En efecto, «el Señor –notó enseguida Francisco refiriéndose al pasaje del libro de Daniel (13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62)– trata de hacerle comprender a su pueblo que Él está cerca, que camina con él». Y lo hace explicándole con estas palabras: «Dime, ¿has visto a un pueblo cuyos dioses estén tan cerca como yo lo estoy contigo? Escucha, te he acompañado, he caminado junto a ti desde el inicio, te he enseñado a caminar como un papá a su hijo».

«La cercanía de Dios a su pueblo –afirmó el Papa– es el mensaje que Él, Padre, quiere darnos; pero el pueblo no logra comprenderlo bien». Y «cuando lo comprende, tiene esa experiencia que hemos escuchado, la experiencia del salmo 22: “El Señor es mi pastor, nada me falta nada. Por prados de fresca hierba me apacienta. Hacia las aguas de reposo me conduce, y conforta mi alma”». Es la experiencia del «Señor que me ama y que siempre está junto a mí». Pero alguien podría objetar: «Pero padre, ¡esto parece una telenovela, porque hay tantas cosas feas en la vida!». En cambio, por su parte, el poeta del salmo continúa: «Me guía por senderos de justicia, en gracia de su nombre. Aunque pase por un valle oscuro, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo». Aunque estemos en un «valle oscuro», reafirmó Francisco, «el Señor está con nosotros en esos momentos».

He aquí «el mensaje –prosiguió– que hoy nos transmite la liturgia con la historia de Susana, esa mujer justa que es ensuciada por el deseo malo, por la lujuria de estos jueces». En efecto, «siempre, en la historia, los jueces corren el riesgo de juzgar por interés: es una profesión difícil». Así, se lee en la Escritura, «esta mujer es calumniada por dos jueces ancianos» que son «tentados por la lujuria». Y «ella no tiene escapatoria: o peca haciendo lo que querían los jueces, o cae en la venganza de estos hombres».

En esta situación, he aquí la oración de Susana al Señor: «Oh Dios eterno, que conoces los secretos, que todo lo conoces antes que suceda, tú sabes que estos han levantado contra mí falso testimonio. Y ahora voy a morir, sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mí». Por tanto, «aunque vaya por un valle oscuro, no temo ningún mal, porque tú estás conmigo: esta es la experiencia de Susana». La mujer «debía ir por ese camino oscuro que la llevaba a la muerte, pero el Señor estaba con ella, el Señor estaba cerca de ella, caminaba con ella como había caminado con el pueblo, siempre, como un papá, como una madre».

Es la misma experiencia que también nosotros vivimos hoy, contemplando «tantos valles oscuros, tantas desgracias, tanta gente que muere de hambre, por la guerra, tantos niños discapacitados, tantos». Y si «preguntas a los padres: “¿Qué enfermedad tiene?”», ¡su respuesta es: «Nadie lo sabe: se llama “enfermedad rara”». Y «es la que causamos con nuestras cosas: pensemos en los tumores de la tierra de los fuegos». En suma, afirmó Francisco, «cuando ves todo esto», surge espontáneamente la pregunta: «¿Dónde está el Señor? ¿Dónde estás? ¿Caminas conmigo?». Precisamente «este era el sentimiento de Susana, y hoy es también el nuestro».

El Papa siguió recordando a las religiosas de la congregación de la madre Teresa asesinadas en Yemen: «Ves a estas cuatro religiosas masacradas, pero servían por amor, ¡y terminaron masacradas por odio!». Y no solo. «Cuando ves –dijo– que se cierran las puertas a los refugiados y los dejan fuera, a la intemperie, con el frío», vuelve la pregunta: «Señor, ¿dónde estás? ¿Cómo puedo confiar en ti, si veo todas estas cosas?». Y, además, si «las cosas me suceden a mí, cada uno de nosotros puede decir: pero, ¿cómo confío en ti?».

«Para esta pregunta hay solamente una respuesta, explicó el Pontífice, subrayando: “No se puede explicar, no: yo no soy capaz. ¿Por qué sufre un niño? No lo sé: es un misterio para mí. Solamente me da algo de luz –no a la mente, al alma– Jesús en Getsemaní: “Padre, este cáliz, no. Pero hágase tu voluntad”». Jesús, pues, «confía en la voluntad del Padre; Jesús sabe que no termina todo con la muerte o con la angustia, y la última palabra en la cruz: “¡Padre, en tus manos me encomiendo!”. Y muere así».

Es un auténtico acto de fe «confiar en Dios que camina conmigo, que camina con mi pueblo, que camina con la Iglesia». Entonces «confío», diciendo quizá: «No sé por qué sucede esto, pero confío: Tú sabrás por qué». Y «esta es la enseñanza de Jesús: a quien confía en el Señor, que es pastor, no le falta nada. Aunque vaya por un valle oscuro, sabe que el mal es un mal de momento, pero el mal definitivo no existirá, porque el Señor, “porque tú estás conmigo, tu cayado y tu vara me dan seguridad”». Pero ésta, precisó el Papa, «es un gracia, debemos pedirla: “Señor, enséñame a encomendarme en tus manos, a confiar en tu guía, incluso en los momentos feos, en los momentos oscuros, en el momento de la muerte, confío en ti porque tú no defraudas jamás, tú eres fiel”».

En conclusión, Francisco sugirió «pensar hoy en nuestra vida, en los problemas que tenemos, y pedir la gracia de encomendarnos en las manos de Dios». Pensar también, añadió, «en tanta gente que ni siquiera tiene una última caricia en el momento de morir: hace tres día murió uno, aquí, en la calle, un sin techo, murió de frío. En plena Roma, una ciudad con todas las posibilidades de ayudar». Y así vuelve la pregunta: «¿Por qué, Señor? ¡Ni siquiera una caricia! Pero confío, porque tú no defraudas; yo no comprendo». Y precisamente «“Señor, no comprendo” –dijo el Papa– es una hermosa oración». Y así también, «sin comprender, me encomiendo en tus manos».

Written by Rafael De la Piedra