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San Carlos de Foucauld y la política para el Perú

Un ejemplo para cualquier político que se asuma como cristiano. Un artículo muy interesante y actual de ALDO LLANOS.

https://elmontonero.pe/columnas/san-carlos-de-foucauld-y-la-politica-para-el-peru

Por: ALDO LLANOS

Carlos de Foucauld acaba de ser canonizado, el 15 de mayo del 2022, por el papa Francisco en la ciudad del Vaticano. De noble ascendencia y carrera militar, luego de una vida disoluta encuentra el sentido de su vida en la práctica religiosa del cristianismo. Fiel a su espíritu terco e impetuoso, se propuso “comerse” el mundo para Cristo, partiendo a evangelizar el territorio más difícil para hacerlo en su tiempo: el Sahara. Durante años recorrió sus desolados caminos y, en contacto con musulmanes y gente pobre, vio como día tras día no lograba convertir siquiera a uno de esos hombres. Pero San Carlos de Foucauld ya lo había entendido. Muere habiendo logrado convertir a una sola alma, quizás a la más difícil de hacerlo: a él mismo. Luego de su muerte, su testamento espiritual se esparce por todo el mundo y los conversos se cuentan por miles. Como la metáfora de la semilla que se cuenta en el Evangelio, “hay que morir para vivir”.

¿Pero qué relación tiene la vida de este hombre para la política peruana de hoy? Mucha, sobre todo cuando su vida da luces para cualquier político que se asuma como cristiano en el Perú. Efectivamente, cabe remarcar que no existe el partido político propio del cristianismo ni el programa político cristiano al que votarle. Eso es teopopulismo al mismo estilo de los que lo usaron para llevar a la presidencia a Trump en EE.UU. y a Bolsonaro en Brasil. El cristiano tiene la libertad de participar en cualquier partido y hacer política a partir de la experiencia personal que tiene con el Señor. Y aquí nos da luces San Carlos de Foucauld.

En una de sus cartas fechada el primero de mayo de 1912, San Carlos dice lo siguiente “Es amando a las personas que aprendemos a amar a Dios. La manera de adquirir la caridad en relación con Dios es practicándola con las personas”. De aquí se colige que, el (político) cristiano, no tiene enemigos. Este, siempre será un refugio para los demás. Esto es todo lo contrario a las consecuencias prácticas de las teologías políticas en las que devienen todas las ideologías por más seculares que se pretendan. Por ejemplo, para Carl Schmitt, el que no es mi amigo, es mi enemigo siguiendo la dialéctica del amigo-enemigo. Es la médula de toda política polarizadora y polarizante. Sin embargo, para el (político) cristiano siempre será preferible “derramar sangre que no sea la de nuestros “enemigos”, sino la nuestra” (San Juan Pablo II).

¿Por qué esta actitud vital puede parecerles a muchos políticos conservadores como debilidad pura, romanticismo o ingenuidad política? Porque presumiblemente, no comprenden que la experiencia cristiana, de la cual se nutre la actividad política, no nace de la propia voluntad del político cristiano sino, de la experiencia de un Tú que se “abaja” por amor. De un Dios que nos busca, no “a pesar” de nuestras debilidades e incoherencias, sino, ¡precisamente por estas! Parte de un Dios que apuesta por nosotros, aunque a nosotros nos cueste la vida hacerlo para nosotros mismos. Por eso, el (político) cristiano comprende la importancia de cada alma, por más “descarriada”, “facho”, “progre” o “hereje” que este “sea”.

Por lo tanto, en línea con San Carlos de Foucauld, el (político) cristiano no buscará hacer “política cristiana”, sino “santificarse” haciendo política. Siempre partirá del Tú, (la otredad de Dios y los demás) expresada en la respuesta de Jesús a los fariseos en torno a la parábola del Buen Samaritano: “¿De quién soy yo prójimo?”, versus el farisaico “¿Y quién es mi prójimo?” (centrado en el Yo). Y aunque pareciera que hoy el (político) cristiano ha perdido el tiempo y no ha conseguido nada, es más bien este quién ya deja entrever el futuro, roturando los caminos de la política nacional para alcanzar el “nosotros” que tan lejano parece. Aunque pitonisas “progres” y “conservadoras” pronostiquen lo contrario. Y es que para quien llena su actividad política a partir de una fecunda experiencia espiritual interior, el “fracaso” no es una maldición sino el requisito indispensable para alcanzar el (verdadero) éxito.

Written by Rafael De la Piedra