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«Señor tu sabes que te amo»

Domingo de la Semana 3ª de Pascua. Ciclo C – 1 de mayo de 2022

 Lectura del Santo Evangelio según San Juan 21, 1-19

 Después de la Resurrección de Jesucristo, ha llegado para los apóstoles la hora de la misión. A Pedro, Cristo resucitado le dice por tres veces cuál ha de ser su misión: «Apacienta mis ovejas» (Evangelio). Después de Pentecostés los discípulos comenzaron a poner en práctica la misión que habían recibido, predicando la Buena Nueva: Cristo ha resucitado (Hechos de los Apóstoles  5,27b-32. 40b – 41). Forma parte de la misión el que los hombres no sólo conozcan a Cristo, el Cordero degollado, sino que también lo reconozcan y adoren como Dios y Señor (Apocalipsis 5,11-14).

«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres»

Llama la atención en estos primeros capítulos del libro de los Hechos de los Apóstoles «la valentía» y la sabiduría (Hch 4,13) de Pedro y de los apóstoles que a pesar de ser «prohibidos severamente» por el Sanedrín de «enseñar en ese nombre» no cesan de predicar la Buena Nueva. Llegado el momento de la prueba, Pedro y los apóstoles, tendrán oportunidad de testimoniar su amor y su fe en Cristo resucitado proclamando que «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». Los apóstoles serán entonces azotados, pero ellos marchan contentos por haber recibido los primeros ultrajes por el nombre de Jesús. A todas luces no son los mismos apóstoles que antes de la resurrección eran tímidos y miedosos; ahora son audaces y serviciales. El encuentro con Jesús Resucitado ha cambiado definitivamente sus vidas. La predicación abierta de la Buena Nueva y el testimonio de radicalidad cristiana incomoda ya desde aquellos tiempos, como nos advierte San Pablo: «Y todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecuciones» (2Tim 3,12). 

 «Revelación de Jesucristo…»

El término «Revelación» (en griego Apocalipsis) en el lenguaje del Nuevo Testamento se aplica generalmente a la manifestación de Jesucristo en la Parusía o segunda venida. San Juan, hallándose desterrado en la isla de Patmos, debió de escribir este libro durante las persecuciones a los cristianos del Emperador Tito Flavio Domiciano (entre el 90 – 95) que, a pesar de ser popular entre el Ejército, los senadores le odiaron por sus intentos de dominarles y en especial por su adopción del título de «dominus et deus» (señor y dios). Domiciano fue asesinado el 96 en una conspiración de los oficiales de la corte y de su esposa, la emperatriz Domicia. San Juan escribe una serie de visiones o «revelaciones» en un lenguaje vivo, lleno de imágenes. Este estilo especial se denomina «apocalíptico» y aparece ya en el libro de Daniel en el Antiguo Testamento. Los cristianos comprendían el significado de aquellas imágenes utilizadas por Juan. El gran mensaje del libro del Apocalipsis es que Dios es el soberano que lo domina todo. Jesús es el Señor de la historia. Al fin de los tiempos, Dios, por medio de Cristo, derrotará a todos sus enemigos. El pueblo fiel será recompensado con «un nuevo cielo y una nueva tierra» (Ap 21,1)

La tercera aparición de Jesús

El Evangelio de este Domingo nos relata la tercera aparición de Cristo resucitado a sus apóstoles. Mientras las dos primeras apariciones habían sido a puertas cerradas, en el cenácu­lo[2], ésta fue al aire libre, a orillas del mar de Tibería­des, en Galilea. Allí mismo habían visto a Jesús por prime­ra vez, Pedro y Andrés, Santiago y Juan; y allí los había llamado: «¡Seguidme! Os haré pesca­dores de hom­bres» (Mc 1,17).  El que toma la iniciativa es Pedro que dice: «Voy a pescar», los otros lo siguen. Inmediatamente llama la atención el hecho de que ellos, después de haber dejado su oficio de pescadores para seguir a Jesús, lo retomen tan rápidamente como si nada hubiera pasado. Pero «aquella noche no pescaron nada». Entonces al amanecer acontece la aparición de Jesús. Después de la pesca milagrosa ellos comen con Jesús a la orilla del lago. «Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿Quién eres?’, sabiendo que era el Señor». Entonces Jesús se dirige a Pedro para hacerle la triple pregunta acerca de su amor. ¿Por qué no se lo había pre­guntado en alguna de las otras apariciones?…Porque tenía que ser en este escenario, el de la primera llamada. En la segunda parte de esta aparición Jesús se dirige a Pedro y le pregunta: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?». Pedro antes le había asegurado: «Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré» (Mt 26,33); equivale a decir: «Yo te amo más que todos». Pero esa frase no había resultado verdadera, porque también él se había escandali­zado de Jesús y lo había negado ¡tres veces! Por eso Jesús lo interroga ahora también tres veces. Pero hay pequeñas diferencias en las preguntas: «¿Me amas más que éstos… me amas… me quieres?».

El verbo griego que se traduce por «amar» viene de la raíz «ágape» y destaca el aspecto espiritual del amor, su dimensión sobrenatural; el verbo griego que se traduce por «querer» viene de la raíz «fi­los», que signi­fica «amigo» y destaca el aspecto afec­tivo del amor. En ambas formas debe amarlo Pedro más que todos. Pedro responde siempre de manera afirmativa. Entonces Jesús le dice respectivamente: «Apacienta mis corderos… pastorea mis ovejitas… apacienta mis ovejitas». «Apacentar[3]» y «pasto­rear[4]» no son idénti­cos: un verbo indica la misión de cuidar que se alimenten, y el otro la misión de guiarlo. Cristo encomienda a Pedro el cuidado de todo el rebaño: de los fieles y de los demás pastores; y le confía la misión de nu­trirlo -con el alimento de la palabra y del pan de vida- y de gobernarlo.

Sobre la base del amor de Pedro, no de su capacidad intelectual, ni de su rique­za, ni de su dones o poder humano, sino sólo del amor; Jesús le confía lo que Él más amaba, aquello por lo cual no había vaci­lado en dar su vida: le confía el cuidado de «sus ovejitas». Las ovejas son de Cristo, Él las redimió con su sangre; pero se las encomienda a Pedro. Tene­mos así un crite­rio seguro: una oveja perte­nece a Cristo Pastor, solamen­te cuando sigue a Pedro Pastor. Estas son las ovejas que «no conocen la voz de los extra­ños, que huyen de ellos y no los si­guen» (ver Jn 10,5). En el lugar en que este hecho ocurrió se ha alzado un pequeño santua­rio que lleva el nombre: «el primado de Pedro».

 «¡Sígueme!»

La última palabra que Jesús pronuncia en el Evangelio es la palabra: «¡Sígueme!» y está dirigida a Pedro (ver Jn 21,22). Es hermoso constatar que también su primera pala­bra dirigida a alguien en particular es la palabra «¡Se­guidm­e!» (Mc 1,17), dirigi­da a Pedro y a su hermano An­drés. Es como si todo el Evangelio quedara incluido entre estos dos llama­dos de Jesús. Ahora sí que Pedro lo puede seguir, pero ahora sabe bien de qué se trata; ahora es con la cruz y en una muerte semejan­te a la suya. Por eso el evangelista dice que Jesús le indicó el género de muerte con que iba a dar gloria a Dios. Sabemos que Pedro tuvo la posibilidad de morir una muerte igual a la de Jesús: crucificado. Pero juzgó que esto era un honor excesivo para él y suplicó ser crucifi­cado cabeza para abajo. Enton­ces se cumplió su promesa: «Yo daré mi vida por ti». Entonces resultó confirmada su respuesta: «Tú sabes que te amo».

Una palabra del Santo Padre:

«El Evangelio de hoy narra la tercera aparición de Jesús resucitado a los discípulos a orillas del lago de Galilea, con la descripción de la pesca milagrosa (cf. Jn 21, 1-19). El relato se sitúa en el marco de la vida cotidiana de los discípulos, que habían regresado a su tierra y a su trabajo de pescadores, después de los días tremendos de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Era difícil para ellos comprender lo que había sucedido. Pero, mientras que todo parecía haber acabado, Jesús va nuevamente a «buscar» a sus discípulos. Es Él quien va a buscarlos. Esta vez los encuentra junto al lago, donde ellos habían pasado la noche en las barcas sin pescar nada. Las redes vacías se presentan, en cierto sentido, como el balance de su experiencia con Jesús: lo habían conocido, habían dejado todo por seguirlo, llenos de esperanza… ¿y ahora? Sí, lo habían visto resucitado, pero luego pensaban: «Se marchó y nos ha dejado… Ha sido como un sueño…».

 He aquí que al amanecer Jesús se presenta en la orilla del lago; pero ellos no lo reconocen (cf. v. 4). A estos pescadores, cansados y decepcionados, el Señor les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis» (v. 6). Los discípulos confiaron en Jesús y el resultado fue una pesca increíblemente abundante. Es así que Juan se dirige a Pedro y dice: «Es el Señor» (v. 7). E inmediatamente Pedro se lanzó al agua y nadó hacia la orilla, hacia Jesús. En aquella exclamación: «¡Es el Señor!», está todo el entusiasmo de la fe pascual, llena de alegría y de asombro, que se opone con fuerza a la confusión, al desaliento, al sentido de impotencia que se había acumulado en el ánimo de los discípulos. La presencia de Jesús resucitado transforma todas las cosas: la oscuridad es vencida por la luz, el trabajo inútil es nuevamente fructuoso y prometedor, el sentido de cansancio y de abandono deja espacio a un nuevo impulso y a la certeza de que Él está con nosotros.

 Desde entonces, estos mismos sentimientos animan a la Iglesia, la Comunidad del Resucitado. ¡Todos nosotros somos la comunidad del Resucitado! Si a una mirada superficial puede parecer, en algunas ocasiones, que el poder lo tienen las tinieblas del mal y el cansancio de la vida cotidiana, la Iglesia sabe con certeza que en quienes siguen al Señor Jesús resplandece ya imperecedera la luz de la Pascua. El gran anuncio de la Resurrección infunde en el corazón de los creyentes una íntima alegría y una esperanza invencibles. ¡Cristo ha verdaderamente resucitado! También hoy la Iglesia sigue haciendo resonar este anuncio gozoso: la alegría y la esperanza siguen reflejándose en los corazones, en los rostros, en los gestos, en las palabras. Todos nosotros cristianos estamos llamados a comunicar este mensaje de resurrección a quienes encontramos, especialmente a quien sufre, a quien está solo, a quien se encuentra en condiciones precarias, a los enfermos, los refugiados, los marginados. A todos hagamos llegar un rayo de la luz de Cristo resucitado, un signo de su poder misericordioso».

 Papa Francisco. Regina Coeli. Domingo 10 de abril de 2016. 

 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana 

1-Realicemos una visita al Santísimo Sacramento y con humildad, hagamos nuestra la frase de Pedro: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero».

 2-Los apóstoles no tuvieron miedo de anunciar al Señor. ¿En qué ocasiones concretas podría anunciar al Señor?

 3-Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 551 – 553

[1] Miríada: cantidad muy grande pero indefinida.

[2] Cenáculo: lugar donde se realiza la cena o la comida. Por antonomasia el lugar donde Jesús tuvo la última cena con sus discípulos.

[3] Apacentar. (Del lat. adpascens, -entis, part. act. de adpascĕre). Dar pasto a los ganados. Dar pasto espiritual, instruir, enseñar.

[4] Pastorear.  Llevar los ganados al campo y cuidar de ellos mientras pacen. Dicho de un prelado: Cuidar vigilantemente de sus fieles, dirigirlos y gobernarlos.

Written by Rafael De la Piedra