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¿Tiene sentido tener fe hoy en día?
¿Dónde encontrar las respuestas a nuestras inquietudes más profundas?
¿Cuáles son las razones para creer?

Vittorio Messori relata a ACI Prensa su conversión y explica motivos de nuevo libro

Messori: «Intento hacer saber a los no creyentes que se puede aceptar la fe sin renegar nunca de las exigencias de la razón»
MADRID, 16 Nov. 09 / 08:41 am (ACI)

Vittorio Messori es posiblemente el escritor católico más conocido del mundo. Es el único que ha logrado entrevistar a dos Papas: con Juan Pablo II escribió conjuntamente «Cruzando el umbral de la esperanza», y con el entonces Cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI, «Informe sobre la fe». Acaba de presentar en España su último libro: «Por qué creo» (LibrosLibres) en el que explica, entre otras cosas, cómo pasó de ser agnóstico a convertirse en el más prestigioso apologeta católico del momento.

Messori concedió una entrevista exclusiva a ACI Prensa, a través del periodista Luis del Real Espanyol, en la que explica los motivos de este nuevo libro y relató la historia de su conversión.

Señor Messori, ¿por qué ha escrito este libro?

Porque los lectores querían saber sobre «mi conversión», y desde hacía muchos años me insistían para que lo contase todo. Yo me quedaba en vaguedades, dando respuestas genéricas, sobre todo porque no me gusta demasiado hablar de mis asuntos privados. Pero también porque era consciente de que es muy difícil –es más, es imposible– describir una revolución interior como aquella que había vivido muchos años antes y que había cambiado mi vida de golpe y para siempre. Además, muchos colegas periodistas insistían en hacerme entrevistas sobre aquello tan profundo que me había sucedido.

Al final, me he rendido a las insistencias, tanto de los lectores como de los colegas, y he respondido a las preguntas de la larga entrevista del que, a mi parecer, es el mejor cronista religioso italiano, Andrea Tornielli, vaticanista de «Il Giornale» (el periódico de Milán fundado por Indro Montanelli) y autor de muchos libros importantes. Como preveían tanto Tornielli como el editor, el libro ha suscitado mucho interés y curiosidad, y va ya por la quinta edición en Italia, mientras que siguen saliendo traducciones.

¿Cómo fue su conversión?

Es la historia de un joven que, sin que lo previese ni lo desease, fue detenido, bruscamente, en el camino que estaba recorriendo y que se vio obligado a cambiar radicalmente de sentido. A menudo la conversión –es decir, el descubrimiento o el redescubrimiento de la fe- es el resultado de una búsqueda, es el punto de llegada después de un largo camino. Esto es lo normal. Pero existen excepciones, y una de ellas es mi caso.

Entonces, ¿usted no buscaba ser cristiano?

Yo no buscaba nada, gozaba de buena salud; no era rico, pero tampoco tenía preocupaciones económicas, estaba satisfecho con la cultura agnóstica que mis maestros me habían dado en la escuela. Me preparaba para una carrera de intelectual totalmente laica, lejana de motivaciones y preocupaciones religiosas. Estudiaba, y como era joven y muy sensible a la fascinación por el género femenino (éramos gente de otra época, a los chicos nos gustaban las chicas y no los señores con bigote…) me ejercitaba también en los primeros pasos de la carrera de libertino.

¿Su educación fue laica?

Mi familia no estaba contra Cristo, sino contra la Iglesia; no rechazaba el Evangelio, sino a la institución clerical. Mi madre me ponía a menudo en guardia hacia los curas, y repetía que la Iglesia era «sólo una taberna». Mi padre era más moderado, pero tampoco iba nunca a la iglesia. Entre todos mis parientes, sólo había una tía que iba a Misa los domingos, y a la que la llamábamos «la beata».

Y, ¿en la escuela?

Frecuenté durante 13 años las escuelas estatales, en las que recibí una cultura, más que laica, laicista, y donde, en cualquier caso, ningún profesor hablaba de religión más que para condenar a la Iglesia del pasado, y a menudo también la del presente. Después de aquellos 13 años me matriculé en la universidad, concretamente en la Facultad de Ciencias Políticas. Me convertí pronto en uno de los alumnos predilectos de los famosos maestros de aquel ateneo, todos ellos maestros también en agnosticismo.

¿En la universidad de aquella época no debía haber un atisbo de trascendencia?

Se enseñaba un agnosticismo, digo, no ateísmo: el ateísmo era considerado una cosa vulgar, al que se consideraba una religión, aunque dada la vuelta. El ateo es aquel que pierde el tiempo y energía en polemizar con los creyentes, cuando lo que se debe hacer es ignorarlos. Aquellos maestros nos enseñaban que la verdadera perspectiva del hombre de cultura es reconocer que el problema religioso no se puede resolver con la razón. Y como el hombre no tiene un instrumento superior a la mente, es necesario abandonar toda preocupación sobre el Más Allá y concentrarse sólo en aquello que se puede ver y tocar: en la Historia, en el mundo, en la política. No podemos saber si Dios existe o no existe. Entonces,

Written by Rafael De la Piedra