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«¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?»

Epifanía del Señor. Ciclo A – 5 de enero de 2020

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 2, 1-12

«La gloria del Señor amanecerá sobre ti», leemos en la lectura de Isaías. Cristo es presentado y reconocido por el pueblo de Israel (en los pastores) y por los gentiles (en los Magos). La singular estrella que ven los magos de oriente hace referencia a la estrella de Jacob profetizada siglos antes por Balaam[1], gentil y no judío: «Lo veo, aunque no para ahora, lo diviso, pero no de cerca: de Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel» (Nm 24,17). Esta estrella de Jacob pasó en la tradición judía a ser la estrella del rey David con un sentido nacionalista, que con el profeta Isaías empieza a abrirse al universalismo mesiánico (Isaías 60, 1-6) ; confirmado en el texto de San Pablo (Efesios 3,2- 6) y en el relato del Evangelio de San Mateo (San Mateo 2, 1-12).  

Los Reyes Magos

En todos los pesebres y en las representaciones gráficas del nacimiento de Jesús aparecen los tres «reyes magos», que siempre imaginamos llegando a Jerusalén montados en camellos después de un largo viaje y procedentes respectivamente de las regiones de Arabia, de la India y de África. Pero en realidad el Evangelio no dice que sean tres, ni que sean reyes, ni que vengan viajando en camellos; tampoco dice nada sobre la raza de que proceden. El Evangelio dice escue­tamen­te: «Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiem­pos del rey Herodes, ocurrió que unos magos de oriente llegaron a Jeru­salén, pregun­tando: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues hemos visto su estrella en oriente y hemos venido a adorar­lo». Lo único que pudo haber conducido al número «tres» es la frase: «Abrieron sus cofres y le ofrecie­ron dones: oro, incienso y mirra».

Mucho se ha especulado además sobre la palabra enigmáti­ca «magos». Lo que el Evangelio quiere decir es simplemente que se trata de ciertos astrólogos que proceden de una vasta y lejana región, designada con el término poco preciso de «o­riente», porque se creía que por allá estaba más desarro­llada la astro­logía. «Mago» era el término dado a hombres sabios, maestros, sacerdotes, físicos, astrólogos, videntes, hombres que interpretaban sueños. En la época era corriente la convicción de que con ocasión del nacimien­to de un personaje extraor­dinario surgie­ran signos en el cielo. En este caso, los magos descu­brieron que había nacido el «rey de los judíos» porque vieron surgir «su estre­lla»; pero este rey supera a todos los demás pues agregan: «Hemos venido a adorarlo».

El Evangelio de San Mateo

El primer capítulo del Evangelio de Mateo comienza con la genealogía de Jesús, sigue con el relato de su concepción virginal y la vocación de San José. La genealogía corresponde al género literario de aquellos antiguos relatos de los patriarcas de Israel y tiene la finalidad de demostrar que Jesús nació claramente dentro del pueblo de Israel, como hijo de Abraham y de David; el relato de su concepción virginal acontece en ambiente de Israel y de la ley de Moisés, afirma que el que va a nacer salvará «a su pueblo» del pecado y que todo ocurrió así para que se cum­pliese un antiguo oráculo del profeta Isaías. Queda claro que Dios ha sido fiel a sus promesas, pues Jesús es el Salvador prometido a Israel.

En este segundo capítulo, en cambio, se abre el horizon­te hacia «el oriente», es decir, hacia regiones consideradas lejanas de Israel, poco conocidas y enigmáticas. Jesús ha sido manifes­tado también a esas regiones por medio de la luz de una estrella que apareció en el firmamento. Esto es lo que da el nombre a esta fiesta: Epifanía[2] del Señor. El relato nos informa sobre dos circunstancias que rodearon el nacimiento de Jesús: el lugar de su nacimiento fue Belén de Judea; el tiempo fue en los días del rey Herodes[3]. Belén era la ciudad de David. Cuando Dios eligió a David como rey de Israel, mandó al profeta Samuel con esta orden: «Llena tu cuerno de aceite y vete. Voy a enviarte a Jesé, de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mí» (1Sam 16,1). David fue ungido como rey hacia el año 1010 antes de Cristo. Reinó diez años en Hebrón; hacia el año 1000 a.C. tomó Jerusalén y desde allí reinó sobre las doce tribus de Israel unificadas bajo su mando hasta el año 970 a.C. Su reinado dejó un recuerdo de prosperidad y de unidad. Por eso Israel anhelaba un rey semejante a David y las promesas hechas por Dios a su pueblo confirmaban esta esperanza. Belén tenía que ser el lugar de nacimiento del rey esperado. El hecho de que Jesús fuera manifestado a «unos magos de oriente» que llegaron donde él, lo reconocieron como Dios y lo adoraron, es la primera afirmación en el Evangelio de San Mateo de la univer­salidad del cristianismo: la misión de salvación de Jesús rebasa los límites de Israel y abraza a todos los hombres.

Contrastes…

El Evangelio quiere subrayar el contraste entre el entusiasmo de los magos de oriente y la igno­rancia de Herodes y de «toda Jerusalén». Aquéllos son extran­jeros y llegan a Judea preguntando por «el rey de los judíos que ha nacido» para ir a adorarlo; éstos son judíos pero no han oído de ningún rey, «quedaron turbados» ante esta pregun­ta tan insó­lita y sospechando que podría tratarse del Mesías anunciado, se informan, por medio de los oráculos, dónde debía nacer el Mesías y hacia Belén encaminan a los magos. ¡Se sobresaltan por la venida de aquel a quien deberían estar esperando! Y no se alegran ante su eventual venida.

Al contrario, Herodes concibe inmediatamente el proyecto de eliminar al «Rey de los judíos que ha nacido»; y, por su parte, los sumos sacer­dotes y escribas del pueblo, después de informar que el Cristo tenía que nacer en Belén, no demuestran ningún interés en verificar el asunto. Estaban preocupados de otras cosas y habían perdi­do la capacidad de ver los signos de la presencia del «Dios con nosotros».

Cuando llegan los magos al lugar donde estaba el niño, «entrados en la casa, vieron al niño con María su Madre y postrándose, lo adoraron». ¿Qué vieron en ese niño? ¡Cómo desearíamos poder preguntarles a ellos mismos! En todo caso, vieron tan claramente algo superior a todo lo de esta tierra que «se postraron y lo adora­ron» y lo que vieron era de tal belleza que «se llenaron de alegría». Resulta que los primeros en reconocer a Jesús como Dios y adorarlo, son unos extranjeros, que en el concepto de los judíos son «paganos». Ellos revelan poseer un profundo conocimiento del «misterio de Cristo» como se deduce de sus dones: el oro es símbolo de su realeza, el incienso es símbo­lo de su divinidad y la mirra de su pasión.

https://www.youtube.com/watch?v=c9iQLwY03Nk

Una palabra del Santo Padre:

«La luz de Dios va a quien la acoge. En la primera lectura, Isaías nos recuerda que la luz divina no impide que las tinieblas y la oscuridad cubran la tierra, pero resplandece en quien está dispuesto a recibirla (cf. 60,2). Por eso el profeta dirige una llamada, que nos interpela a cada uno: «Levántate y resplandece, porque llega tu luz» (60,1). Es necesario levantarse, es decir sobreponerse a nuestro sedentarismo y disponerse a caminar, de lo contrario, nos quedaremos parados, como los escribas consultados por Herodes, que sabían bien dónde había nacido el Mesías, pero no se movieron. Y después, es necesario revestirse de Dios que es la luz, cada día, hasta que Jesús se convierta en nuestro vestido cotidiano. Pero para vestir el traje de Dios, que es sencillo como la luz, es necesario despojarse antes de los vestidos pomposos, en caso contrario seríamos como Herodes, que a la luz divina prefirió las luces terrenas del éxito y del poder. Los magos, sin embargo, realizan la profecía, se levantan para ser revestidos de la luz. Solo ellos ven la estrella en el cielo; no los escribas, ni Herodes, ni ningún otro en Jerusalén. Para encontrar a Jesús hay que plantearse un itinerario distinto, hay que tomar un camino alternativo, el suyo, el camino del amor humilde. Y hay que mantenerlo. De hecho, el Evangelio de este día concluye diciendo que los magos, una vez que encontraron a Jesús, «se retiraron a su tierra por otro camino» (Mt 2,12). Otro camino, distinto al de Herodes. Un camino alternativo al mundo, como el que han recorrido todos los que en Navidad están con Jesús: María y José, los pastores. Ellos, como los magos, han dejado sus casas y se han convertido en peregrinos por los caminos de Dios. Porque solo quien deja los propios afectos mundanos para ponerse en camino encuentra el misterio de Dios.

Vale también para nosotros. No basta saber dónde nació Jesús, como los escribas, si no alcanzamos ese dónde. No basta saber, como Herodes, que Jesús nació si no lo encontramos. Cuando su dónde se convierte en nuestro dónde, su cuándo en nuestro cuándo, su persona en nuestra vida, entonces las profecías se cumplen en nosotros. Entonces Jesús nace dentro y se convierte en Dios vivo para mí. Hoy, hermanos y hermanas, estamos invitados a imitar a los magos. Ellos no discuten, sino que caminan; no se quedan mirando, sino que entran en la casa de Jesús; no se ponen en el centro, sino que se postran ante él, que es el centro; no se empecinan en sus planes, sino que se muestran disponibles a tomar otros caminos. En sus gestos hay un contacto estrecho con el Señor, una apertura radical a él, una implicación total con él. Con él utilizan el lenguaje del amor, la misma lengua que Jesús ya habla, siendo todavía un infante. De hecho, los magos van al Señor no para recibir, sino para dar. Preguntémonos: ¿Hemos llevado algún presente a Jesús para su fiesta en Navidad, o nos hemos intercambiado regalos solo entre nosotros?

Si hemos ido al Señor con las manos vacías, hoy lo podemos remediar. El evangelio nos muestra, por así decirlo, una pequeña lista de regalos: oro, incienso y mirra. El oro, considerado el elemento más precioso, nos recuerda que a Dios hay que darle siempre el primer lugar. Se le adora. Pero para hacerlo es necesario que nosotros mismos cedamos el primer puesto, no considerándonos autosuficientes sino necesitados. Luego está el incienso, que simboliza la relación con el Señor, la oración, que como un perfume sube hasta Dios (cf. Sal 141,2). Pero, así como el incienso necesita quemarse para perfumar, la oración necesita también “quemar” un poco de tiempo, gastarlo para el Señor. Y hacerlo de verdad, no solo con palabras. A propósito de hechos, ahí está la mirra, el ungüento que se usará para envolver con amor el cuerpo de Jesús bajado de la cruz (cf. Jn 19,39). El Señor agradece que nos hagamos cargo de los cuerpos probados por el sufrimiento, de su carne más débil, del que se ha quedado atrás, de quien solo puede recibir sin dar nada material a cambio. La gratuidad, la misericordia hacia el que no puede restituir es preciosa a los ojos de Dios. La gratuidad es preciosa a los ojos de Dios. En este tiempo de Navidad que llega a su fin, no perdamos la ocasión de hacer un hermoso regalo a nuestro Rey, que vino por nosotros, no sobre los fastuosos escenarios del mundo, sino sobre la luminosa pobreza de Belén. Si lo hacemos así, su luz brillará sobre nosotros».

Papa Francisco. Homilía en la Solemnidad de la Epifanía. Domingo, 6 de enero de 2019

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 

 1. En este momento de la historia en que nos toca vivir, el misterio de Cristo está presente y actuando en medio de nosotros. ¿Reconozco la presencia de Dios en mi vida? Hagamos un momento de oración.

 2.¿Qué le podría ofrecer a Jesús niño que está al lado de su Madre? ¿Cuáles son los regalos que voy a llevarle en esta Epifanía?

 3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 512 – 530.

 [1] Balaam o Balaán (devorador o glotón): profeta de Petor de Mesopotamia. Balac, rey de Moab, le pidió que maldijera a los israelitas durante la peregrinación de éstos por el desierto. Acababan de derrotar a los amorritas, y Balac tenía miedo de que su país sufriera la misma suerte. Al principio Balaam se negó a acudir a ver al rey pero luego accedió. En el camino el ángel del Señor detuvo a la burra de Balaám y advirtió a éste que dijera únicamente lo que Dios le ordenase. En vez de maldecir a los israelitas, Balaam los bendijo tres veces. Más tarde intento causar la ruina de los israelitas y ganar el premio que se le había prometido si los incitaba a adorar a Baal. Fue muerto cuando los israelitas atacaban a los madianitas (ver Nm 22-24).     

[2] Epifanía: palabra  griega  que en su  sentido religioso designa la mani­festación o aparición espléndida de una divinidad escon­dida.

[3] Herodes el Grande reinó sobre Judea y sobre otras regiones de la Palestina desde el año 37 a.C. hasta el año 4 a.C. Debe llamar la atención que Herodes haya muerto 4 años antes de Cristo, en circunstancias que el Evangelio dice que Jesús nació cuando Herodes aún era rey. Sabemos que en la cronología que nos rige Jesús nació entre los años 6 y 4 antes de Cristo. Esto se debe a un error cometido por el monje Dionisio el Exiguo que en el siglo VI sustituyó la era cristiana a la era dioclesiana. La era dioclesiana ponía el punto de partida para el cómputo de los años en la fundación de la ciudad de Roma, considerada el hecho central de la historia. Pero en el siglo VI Roma había decaído y a ese hecho no se reconocía tanta importancia.

https://www.youtube.com/watch?v=gSnzNhc4Uzs

 

Written by Rafael De la Piedra