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El juego del calamar: una mirada filosófica de la serie

Nuevamente mi amigo Héctor Makishi , desde su blog cine consentido, realiza una aguda aproximación humanista y filosófica a la serie de Netflix: El juego del calamar. ¿Por qué ha tiene tanta popularidad esta serie? ¿Realmente refleja lo que vivimos como sociedad? 

El juego del calamar: una mirada filosófica de la serie

Título: El juego del calamar Título original: Hangul Año: 2021 Director y guion: Hwang Dong-hyuk Música: Jung Jae-il Protagonistas: Lee Jung-jae, Park Hae-soo, Oh Yeong-su, HoYeon Jung, Heo Sung-tae, Kim Joo-ryoung, Anupam Tripathi. País: Corea del Sur. Duración por capítulo: 50 minutos promedio.

Mi calificación: 4/5

Nivel de spoiler: 2/5

Clasificación: 16+

Dónde la veo: Netflix

He terminado de ver El juego del calamar, después de sentirme casi obligado porque en mi entorno (virtual y presencial) me lo sugerían cada dos por tres. Y sinceramente, no soy muy adepto a este tipo de series, pero, sin embargo, la serie me ha sorprendido para bien y creo que tiene tópicos filosóficos muy profundos y muy urgentes de rescatar para estos tiempos que vivimos.

Las vueltas de la dignidad

Todos los participantes del juego tienen en común que están golpeados en su dignidad porque están quebrados financieramente y con acreedores que le respiran la nuca por obtener lo que le deben. Ese estado de precariedad hace que la persona vuelque todos sus esfuerzos a la ley de supervivencia más básica y salvaje. Y eso se ve en los primeros capítulos donde todos se convierten literalmente en lobos devorándose entre sí. Como diría Hobbes: “Homo homini lupus” (El hombre es lobo para el hombre).

Thomas Hobbes (1588-1679) dijo: “Homo homini lupus” (el hombre es un lobo para el mismo hombre), con lo cual planteaba que el estado natural del hombre era la guerra.

Es interesante como Hobbes plantea que el estado de naturaleza del ser humano es la guerra. Y las sociedades se crean alrededor de ese peligro inminente y entregan su libertad al líder a cambio de protección a su vida y garantizar la convivencia interna. Esto mismo pasa en la serie donde vemos claramente cómo los personajes consolidan sus alianzas para protegerse de los otros grupos que siempre son los enemigos.

Sin embargo, luego de esa primera purga, hay una suerte de evolución: comienza a despertar “ese núcleo más secreto y el sagrario del hombre”[1] que es la conciencia y sus valores morales. El jugador 456 (el protagonista) es el que muestra más nobleza entre sus pares, a pesar de que, en el primer capítulo, nos lo presentaban como un ser detestable y merecedor de todas sus desgracias. Definitivamente, la evolución y sensibilidad moral de 456 es el eje dramático que nos permite permanecer los 9 capítulos, sin protestar.

El nombre y el rostro

Otro punto importante que la serie muestra es la importancia del nombre y el rostro. Para empezar, todos los participantes se los conoce más por su número que por sus nombres. Sin embargo, cuando necesitan consolidar su alianza, el primer acto de compromiso que realizan es revelar sus nombres y la sensación inmediata es de ya estar entre conocidos.

El nombre, en la filosofía y en la psicología, es algo de fundamental importancia. Albert Camus decía: “No llamar a las cosas por su nombre, añade mal al mundo”[2] y es así porque esa persona pierde su individualidad y su dignidad, porque hay que recordar lo que dice Rolón, que “la elección de ese nombre no es algo casual ni azaroso, sino que en ella se ponen en juego los deseos y anhelos que los padres vuelcan, consciente e inconscientemente, en ese hijo que llega al mundo”.[3] Y esta revelación del nombre, se ve en la serie, que trae el equilibrio al grupo, un compromiso que no existía antes de nombrarse. Fíjense que el nombre es lo último que revelas en situación de peligro (como en la serie) pero lo primero que haces cuando alguien que recién conoces, te agrada.

240 y 067, dos participantes de “El Juego del Calamar”

Y muchas veces, la revelación del nombre es la recompensa luego que has demostrado ser digno de confianza como por ejemplo, cuando tienes un gesto de solidaridad con alguien desconocido y esa persona te agredece y dice: “Muchas gracias. Soy (nombre)” o como sucede en la conversación entre 067 y 240 en el capítulo 6.

Por otro lado, está el rostro. Sin rostros, somos seres anónimos sin capacidad de ser imputados moral y penalmente. Así son el ejército de rojo que no tienen rostros y solo cumplen órdenes. Al estar cubiertos con unas máscaras con símbolos jerárquicos, no hay forma de evidenciar culpa o rebeldía. Y aquí, nuevamente, cuando se da el descubrimiento del rostro, surge la conexión humana que no existía anteriormente.

Agentes sin rostros, sin identidad ni personalidad

En nuestra realidad, las redes sociales son de alguna manera esas máscaras que nos protegen de exponernos. Alejamos nuestros rostros a través de la virtualidad frente a la presencia o directamente, lo ocultamos, como se ve en nuestros días, a través de un avatar y un nickname que desaparece nuestro nombre.

Y la cuestión está es que, sin rostros, somos impunes, pero también perdemos la esencia de lo que somos.

El hogar y en busca del sentido

Desde el Romanticismo alemán, el concepto de hogar o casa (Haus) es una categoría que define el lugar (físico o espiritual) de pertenencia. No es necesariamente el país donde naciste sino el lugar donde sientes que perteneces: ese barrio de la niñez, esa ciudad donde hiciste tu carrera, ese lugar donde vacacionabas, esa relación con alguien entrañable.

En El juego del calamar, todos los participantes están en la búsqueda de recuperar ese hogar, poblado de pasado, presente y futuro, y que da el sentido final a sus vidas. El premio del dinero solo es un medio para llegar a ese hogar.

Recuperar ese hogar donde perteneces es una pista para encontrar el sentido a la vida

Cuando Viktor Frankl hablaba sobre su experiencia en los campos de concentración nazi en su libro El hombre en busca del sentido, decía que los que tenían más posibilidades de sobrevivir no eran los más capaces físicamente, sino los que tenían un propósito de vida arraigado. Por ejemplo, cosas sencillas como: volver a reunirse con su familia, poder desarrollar un emprendimiento, etc. Esa idea que era intangible y estaba en potencia, ordenaba el interior de los prisioneros (un mínimo de sistema inmunológico como equilibrio emocional) y le daba sobre todas las cosas, una esperanza para seguir viviendo. Ese sentido de vida recomponía las vidas rotas por eventos tan traumáticos como fue el holocausto nazi.

En la serie, también vemos como la mayoría tenía un propósito concreto para seguir viviendo. Ese propósito que era una ilusión al inicio, mientras más cerca del final de los juegos estaban, se hacía más real y eso les daba más fuerzas para continuar, porque el sentido, siempre, trae siempre la fuerza correspondiente.

Una mirada filosófica sobre la serie "El juego del calamar"
Nos queda la esperanza que en las circunstancias más adversas, el ser humano puede sacar lo mejor de sí

Algunas palabras finales

El juego del calamar es una serie con un discurso ambivalente. Desarrolla el lado más oscuro del ser humano, pero también la bondad del mismo. Por un lado, muestra la crueldad y la indiferencia que vivimos en las sociedades de bienestar y consumo. Pero, por otro lado, la esperanza por el ser humano que, en las circunstancias más adversas e inicuas, puede elegir por el bien, la solidaridad y la justicia. Aunque es una ficción, y la realidad es mezquina de gestos de nobleza, uno puede darse una licencia y pensar como Fito: “¿Quién dijo que todo está perdido?, yo vengo a ofrecerme mi corazón”.


[1] Gaudium et spes, 16

[2] Citado en: SARAH, C. Robert. Se hace tarde y anochece. Madrid: Ediciones Palabra. 2019. P. 14.

[3] ROLÓN, Gabriel. Encuentros (el lado B del amor). Buenos Aires: Editorial Planeta. 2012. P. 122.

Written by Rafael De la Piedra