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«El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza» 

Santa Rosa de Lima – 30 de agosto 2020

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 13, 31-35

¿Qué es la santidad? Las bellas lecturas de esta Solemnidad nos hablan claramente cuál es el camino que debemos de recorrer para alcanzar la santidad. «Hacer tus obras con dulzura» nos dice el libro del Eclesiástico (Eclesiástico 3, 17- 24 ), pero con humildad ya que «cuánto más grande seas, más debes de humillarte». Para San Pablo (Filipenses 3, 8-14) el camino a la santidad es una carrera donde todas las cosas las tiene «por basura para ganar a Cristo». Tal es su ardor y amor por alcanzar la meta prometida. Finalmente vemos cómo el Señor Jesús, mediante dos parábolas, nos enseña la senda a recorrer: la humildad. Seremos «grandes» en la medida que seamos conscientes de nuestra «pequeñez». Y así el Señor hará maravillas. Santa Rosa de Lima encarnó plenamente este ideal de sencillez floreciendo, así como el primer fruto de santidad en estas tierras americanas. 

«Cuanto más grande seas, más debes humillarte»

Las palabras del libro del Eclesiástico adquieren una vigencia extraordinaria ante el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo: «Yo estoy entre vosotros como un sirviente» (Lc 22, 27). Y lavó los pies de todos sus apóstoles, incluyendo a Judas Iscariote, para que lo imitáramos (ver Jn 13,14); y se negó a sí mismo,  para gloria de Dios Padre(ver Flp 2,3ss). ¿Quién encarnará de manera particular este camino de dulzura, de humildad y de plena colaboración gracia? Sin duda nuestra Madre María. Ella se ve a sí misma como «la sierva del Señor» y proclama, ante su prima Isabel, su humildad precisamente cuando es elevada a una grandeza por la cual todas las generaciones la llamarán «bienaventurada» (ver Lc 1, 46- 55).

El libro del Eclesiástico si bien forma parte de la Biblia griega – llamada de los Setenta – no figura en el canon judío. Sin embargo, fue compuesta en hebreo. San Jerónimo la conoció en su lengua original y los rabinos la citaban. Cerca de dos tercios de este texto hebreo fueron encontrados en 1896 en los restos de varios manuscritos de la Edad Media procedentes de una antigua sinagoga en el Cairo. Pequeños fragmentos han aparecido en una de las cuevas de Qumrán[1] y en 1964 se ha descubierto en Masada[2] un largo texto que contiene los capítulos 38, 27 al 44, 17 en escritura del siglo I A.C.

Su título latino «Eclesiaticus» es una denominación reciente que sin duda subraya el uso oficial que hacía la Iglesia en sus primeros siglos, en contraposición con la Sinagoga. En el último versículo vemos que el libro se llamaba «Sabiduría de Jesús, hijo de Sirá» (Eclo 51,30). También leemos en otro acápite: «Instrucción de inteligencia y ciencia ha grabado en este libro Jesús, hijo de Sirá, Eleazar de Jerusalén que vertió de su corazón sabiduría a raudales» (Eclo 50, 27). El nieto del autor explica, en el prólogo, que tradujo el libro cuando vino a residir en Egipto el año 38 del rey Evergetes (ver Eclo 1, 1-34). No puede tratarse más que Ptolomeo VII Evergetes, y la fecha corresponde al año 132 A.C. Su abuelo, Ben Sirá, escribió alrededor del año 190- 180 A.C.

«Todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo»

¿Qué lleva a una persona afirmar que: «todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo»? San Pablo abre su corazón y nos comparte cuál ha sido su experiencia personal al encontrarse con el Señor Jesús. Nos dice «lo que para mí era ganancia, lo he juzgado pérdida a causa de Cristo» (Flp 3, 7). Todo es ahora sopesado desde el encuentro con el «Señor de la Vida». Nada de lo que vemos en este mundo podrá saciar nuestro corazón. El joven rico del Evangelio tenía también ese profundo «hambre de Dios» pero no pudo ser fiel a lo que ardía dentro de él. Entonces vemos como se aleja triste «porque tenía muchos bienes» que cerraron su corazón a la gracia de Dios (ver Mc 10,22). ¿Cómo entiende San Pablo la vida cristiana? San Pablo usará la metáfora de una carrera la cual no debe entenderse como una carrera de 100 metros, sino como una maratón que dura toda la vida hasta llegar a la meta: la vida eterna. Como dice San Agustín: «Si tú dices basta, estás muerto». Por otro lado nos recomienda no mirar lo que uno ha dejado ya que corramos dejando atrás esas pesadas piedras (recuerdos negativos, añoranzas, pecados habituales, etc.) que no nos llevan a ningún lugar sino simplemente nos atrasan en nuestro camino al cielo.

El Reino de los Cielos

Las parábolas que leemos en la lectura del Evangelio de San Mateo nos introducen al tema de: «El Reino de los Cielos es semejante a…». Inmediatamente la pregunta que nos hacemos es: ¿Qué es el Reino de los Cielos? ¿Qué quiere decir Jesús con esta expresión que es usada tan a menudo por Él? En realidad, vemos como Jesús busca a través de las parábolas transmitir una idea más clara de lo que es el «Reino de los Cielos». Sin duda es la podemos afirmar que es la mejor expresión para llamar de alguna manera adecuada y verdadera la novedad que entró en el mundo con su venida. En la Persona de Jesús Dios mismo entró en la historia humana. El Dios que «habita una luz inaccesible y a quien no ha visto ningún ser humano ni lo  puede ver» (1Tm 6,16), aquél cuyo nombre es tan trascendente que ni siquiera se podía pronunciar, ahora es parte de nuestra historia humana; todo hombre y toda mujer tienen parentesco con Él, pues todos comparten con Él la naturaleza humana. Esto es lo que San Juan nos dice de manera tan contundente: «La Palabra era Dios… La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros» (Jn 1,1.14). Ya no es un Dios lejano e inaccesible; ahora habita entre nosotros, se ha hecho uno de nosotros. El misterio admirable de que el Eterno haya entrado en el tiempo y el Inmenso se haya hecho un niño pequeño no se puede encerrar en fórmulas exactas; sólo se puede sugerir. Con este fin recurrió Jesús al concepto de «Reino de los Cielos».

Por medio de la parábola del grano de mostaza Jesús quiere predecir el asombroso crecimiento que tendría en el mundo lo que comenzó tan modestamente con sus primeros discípulos: «El grano de mostaza es ciertamente más pequeña que cualquier otra semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas y se hace árbol». Por medio de la parábola de la levadura en la masa Jesús impone a sus discípulos la tarea de difundir en el mundo y hacer penetrar en todos los ambientes lo enseñado por él: «El Reino de los cielos es como la levadura que fermenta todo». A esto se refiere la expresión «evangelización de la cultura»; se trata de que los valores evangélicos resplandezcan en todas las manifestaciones de la vida humana. Los santos serán esa levadura en medio de la masa. El gran escritor francés Georges Bernanos, a quien siempre le fascinó la idea de los santos, decía que «cada vida de santo es como un nuevo florecimiento de primavera». Sin duda Santa Rosa destacó como fruto maduro de santidad en ese bello jardín primaveral.

Una palabra del Santo Padre:

«La gloriosísima santa Rosa de Lima, que creció como lirio entre las espinas (Ct 2,2), se hizo amiga del Señor desde la infancia, a tal punto que ya desde pequeña le consagró su virginidad y empezó a cultivar las virtudes. Desde entonces, inflamada por el ejemplo de intercesión de la beatísima Virgen María y de santa Catalina de Siena, ofreció completamente su vida a Dios, vistiendo el hábito de las Hermanas de la Tercera Orden regular de los Predicadores, entregada a la penitencia y a la oración y ardiendo de pasión amorosa por ganar para la vida eterna en Cristo a todos, pecadores e indígenas.

 Pero, también, inflamada por el amor a toda la creación, como hija espiritual de santo Domingo, invitaba frecuentemente a animales, flores, hierbas y a todo ser viviente a alabar al Creador. No por casualidad, pues, ella fue declarada por nuestro Predecesor Clemente X Patrona celestial de ambas Américas, de Filipinas y de las Indias occidentales.

 Cuando, efectivamente, el próximo mes de agosto recordaremos el cuadringentésimo aniversario de aquel día gratísimo en el que esta Santa llegó dichosa a las nupcias celestes con el divino Esposo, nuestro hermano venerable, su eminencia reverendísima Juan Luis Cardenal Cipriani Thorne, arzobispo metropolitano de Lima, nos hizo saber del Año Jubilar, en el que el tránsito de la Santa a la vida más feliz es celebrado por los fieles cristianos juntamente con los Pastores de Perú y de América, pidiendo al mismo tiempo que algún Legado nuestro fuese con nuestro saludo y bendición el que asistiera a la clausura de este acontecimiento dichoso. Emocionados, sin duda, por la petición del mismo venerable Pastor, pero también estimando mucho la fe y devoción del pueblo de Perú a santa Rosa y a otros muchos santos y beatos, que anunciaban el Evangelio en esa región durante cinco siglos y recogían copiosos frutos espirituales, decretamos enviar allí a un padre cardenal, que el día treinta del próximo mes clausurará con una solemne celebración el Año Jubilar de la Arquidiócesis de Lima».

 Carta del Papa Francisco.  27 del mes de julio, del año 2017.

Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana 

1. Nos dice Santa Rosa: «Esta es la única verdadera escala del Paraíso, fuera de la Cruz no hay otra por donde subir al cielo»[3]. ¿Acepto mi Cruz diaria como verdadero camino para ir al Cielo?

 2. Nos decía el entonces Cardenal Joseph Ratzinger el año 1986 en su visita al Santuario de Santa Rosa de Lima: «De cierta forma esta mujer es la personificación de la Iglesia en América Latina: inmersa en el sufrimiento, desprovista de medios materiales y de un poder significativo; pero envuelta por el íntimo ardor causado por la proximidad de Jesucristo». ¿Realmente yo ardo en mi encuentro con Jesucristo?

 3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 618. 2012- 2016. 2449.

[1] Qumrán: nombre de una santiguas ruinas ubicadas al noroeste del mar Muerto. En esta región se han descubierto desde 1947 once cuevas con importantes depósitos de documentación bíblica. Las excavaciones (1951-1956)  indican que los grupos de edificios encontrados constituían la sede de la comunidad monástica que produjo los rollos del mar Muerto. En la época de Cristo, Qumrán era el centro de una gran comunidad religiosa, probablemente de la secta esenia. Los esenios se escindieron de la religión judía en el siglo II A.C., y, perseguidos por los Macabeos, huyeron al desierto, que les pareció muy adecuado para su vida ascética. El enclave de Qumrán fue probablemente ocupado hacia el 135 a.C. Abandonado tras un terremoto en el 31 a.C., fue finalmente destruido por los romanos en el 68 D.C.

[2] Masada (del hebreo, Metsada; ‘fortaleza’), antigua fortificación en la cumbre de una montaña en el desierto, a unos 48 km al sureste de Jerusalén, escenario de la última resistencia llevada a cabo por los zelotes judíos en su revuelta contra el dominio del Imperio romano (66-73 D.C.). En el siglo I a.C. el rey judío Herodes el Grande construyó dos palacios fortificados. Tras la muerte de Herodes, Masada fue ocupada por una guarnición romana hasta que los zelotes la capturaron en el 66 D.C. Cuando Jerusalén fue tomada por los romanos en el 70, los últimos rebeldes que quedaban (unas mil personas, entre las que se contaban incluso mujeres y niños) se retiraron a la remota cumbre de la montaña. Bajo el mando de su líder, Eleazar ben Jair, resistieron un sitio de más de dos años por parte de la X Legión Romana, suicidándose antes de rendirse en el 73.

[3] Catecismo de la Iglesia Católica, 618.

Written by Rafael De la Piedra