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«Los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre»

Domingo de la Semana 16ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A – 23 de julio de 2017
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 13,24 -43

En su extenso discurso parabólico, Jesús nos va a proponer nuevamente las figuras agrícolas para hablar del Reino de los Cielos. Hablará de la buena y la mala semilla; del grano de mostaza; y de la levadura. Todas las imágenes que ha usado Jesús les resultan claras y directas. Sin embargo, los discípulos le piden que explique la parábola de la cizaña y del trigo ya que resulta tan reprobable la actitud del enemigo que quieren profundizar en la explicación dada por el Maestro. Todos debemos tener esa visión de eternidad y confianza en el «dueño de la mies» ( San Mateo 13,24 -43).

El libro de la Sabiduría (Sabiduría 12,13. 16-19) llega a la misma conclusión después de preguntarse por qué Yahveh se muestra tan misericordioso en relación a Egipto (Sb 11, 15-20) y Canaan (Sb 12, 1-11). «No existe Dios fuera de Ti…Tu poder es el principio de la justicia, y tu soberanía universal te hace perdonar a todos…Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación». En la carta a los Romanos San Pablo nos muestra cómo el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad y nos enseña a orar como debemos. A través de la acción del Espíritu Santo el cristiano poco a poco llega a comprender, en cuanto esto es posible, el actuar misericordioso y benigno de Dios Amor ( Romanos 8, 26- 27).
El Reino de los cielos

El Evangelio de este Domingo nos propone tres parábolas: la parábola de la cizaña, y las parábolas complementarias del grano de mostaza y de la levadura en la masa. Tal vez convenga explicar brevemente en qué consiste la enseñanza en parábolas. ¿Quién no sabe que gran parte de la enseñanza de Jesús fue expuesta en parábolas? El sustantivo «parábola» viene del verbo griego: «paraballo», que significa literalmente: «poner una cosa junto a otra con la cual tiene alguna semejanza». De aquí pasó a significar: «comparar». Y el sustantivo «parabolé», puede traducirse por «comparación, semejanza, analogía». Eso es lo que significa literalmente el término «parábola». Pero actualmente es un término que indica un modo de enseñanza. Una parábola es un relato inventado pero de ocurrencia muy posible, o la descripción de una situación corriente de la vida cotidiana y, por tanto, familiar para los oyentes. A partir de estas “comparaciones” se busca una enseñanza.

El trigo y la cizaña

La parábola del trigo y la cizaña comienza así: «El Reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo…». Pero, ya de noche, el enemigo sembró la cizaña entre el trigo y se fue. Luego al brotar la hierba aparece la planta no deseada. Ésta debe de haber sido una situación familiar para los oyentes de Jesús, propia de una sociedad campesina, en la cual solía ocurrir que para dañar al enemigo se venía de noche y en secreto sembraba en su campo en medio de la buena semilla una maleza agreste. En este caso el enemigo sembró cizaña. Ya está ganada la atención de todos los oyentes ya que ellos saben perfectamente a que se refiere, sin embargo, necesitamos una aclaración.

La cizaña es una semilla maligna que dificulta el crecimiento del trigo y, en el momento de la siega, mez¬clán-dose con el trigo, molesta. Tiene el nombre científi¬co: «lo¬lium temulentum». No puede distinguirse del trigo, en medio del cual crece, antes que haya llegado a madurez y se haya vuelto amarillento. Sería poco sabio arrancar la cizaña antes de la siega, tratando de dejar intacto el trigo. Es mejor esperar la siega cuando la operación de separación es fácil y sin riesgo para el trigo.

Sigue el relato de Jesús: «Los siervos del amo se acercaron a decirle: ‘Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?’ El les contestó: ‘Algún enemigo malo ha hecho esto’». Hasta aquí la narra¬ción del hecho de vida. Ahora viene la interpelación a los oyen¬tes ante el pedido de los siervos por arrancar la cizaña. En este punto podemos imaginar a los oyentes que toman partido y exclaman: «¡No, no se hace así, hay que esperar que maduren ambos, no sea que junto con la cizaña se arranque también el trigo!» Y el amo les da razón, diciendo a los siervos: «No, no vayáis… Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero».

Hasta aquí el relato tiene una clara enseñanza, pero hay algo que falta para los discípulos de Jesús. ¿No tendrá que ver esta parábola con uno de los problemas más serios del judaísmo tardío: la retribución en la vida eterna? ¿Qué pasa con los justos que han sufrido en esta vida que pasa? El mismo Jesús nos dirá: «El campo es el mundo», hoy día diríamos: «El campo es la historia humana». La enseñanza que queda en los oyentes es que en la historia humana el bien y el mal están mezclados y que en su etapa actual nosotros no somos capaces de distinguirlos y separarlos sin equivocarnos y cometer injusticia. Hay que esperar hasta que ambos lleguen a madurez. No hay que impacientarse. Hay que confiar en la sabiduría de Dios.

San Agustín nos dirá que esta parábola se refiere a la paciencia del Padre que siempre espera, «porque hay muchos que antes eran pecadores y después llegan a convertirse». San Agustín debe de hablar desde su propia experiencia de vida. Por medio de esta parábola Jesús ha expuesto de manera eficaz la misma enseñanza que ya daba Dios en el Antiguo Testamento: «Desiste de la cólera y abandona el enojo, no te impacientes, que es peor: pues serán extirpados los malvados, más los que esperan en el Señor poseerán la tierra. Un poco más y no hay impío, buscas su lugar y ya no está; en cambio, poseerán la tierra los humildes, y gozarán de inmensa paz» (Sal 37,8-11).

El grano de mostaza

La parábola del grano de mostaza tiene la finalidad de enseñar que, en contraste con sus humildes inicios, la enseñanza de Cristo estaba destinada a crecer y difundirse y llenar la tierra. En efecto, el grano de mostaza es la más pequeña de las semillas, pero una vez que crece, se hace un gran árbol que cobija a las aves del cielo. Nosotros leemos esta parábola ahora que la Iglesia de Cristo está establecida en todos los Continentes y en todos los rincones de tierra, es decir, cuando es un gran árbol que cobija a mil millones de hombres. Pero no debemos olvidar que fue dicha por Cristo cuando sus seguidores eran sólo un pequeño grupo en un alejado rincón del mundo. El cumplimiento de este anuncio de Jesús, que en su momento fue una magnífica profecía sobre el desarrollo de su Iglesia, constituye uno de los motivos de credibilidad de la fe cristiana. Según el Catecismo de la Iglesia Católica, «la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad son signos ciertos de la revelación, adaptados a la inteligencia de todos, motivos de credibilidad que muestran que el asentimiento de la fe no es, en modo alguno, un movimiento ciego del espíritu» .


La levadura que fermenta toda la masa

La parábola de la levadura que fermenta toda la masa indica una misión esencial de los cristianos. Ellos han recibido de su Señor la misión de «hacer discípulos de todos los pueblos, enseñándoles a observar todo lo que Cristo les enseñó». Hoy día es frecuente escuchar a personas declararse cristianos, y hasta católicos practicantes, pero no aceptar algunas de las enseñanzas de la Iglesia Cató¬lica. A menudo argumentan que vivimos en una sociedad «tolerante» y que «cada uno tiene derecho a creer en su verdad» aun siendo ésta contraria a la fe y enseñanza cristiana. En realidad, el que piensa y actúa de esa manera no ha entendido nada del cristianismo y no puede consi¬derarse un auténtico discípulo de Cristo. Cristo no presentó su doctrina como una opinión entre otras, sino como «la Verdad» y afirmó de manera tajante: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). Un cristianismo que se adapta a nuestros gustos y caprichos personales simplemente no es «cristianismo»; eso es una crea¬ción nuestra, un cristianismo a nuestra medida, un cristianismo «light». Es decir, una religión de supermercado hecha a «imagen y semejanza» de sus propios caprichos personales. Es Dios que tiene que adaptarse si yo me separo de mi mujer, si uso métodos anticonceptivos artificiales, si practico el aborto o si tengo un desorden en mi comportamiento sexual.

El verdadero cristiano está convencido que Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre y que vino a este mundo para reconciliarnos y comu¬nicarnos «la única verdad que nos hace libres». El verda¬dero cristiano está convencido que solamente en el misterio del Verbo Encarnado, el misterio del hombre se aclara y que aceptar medias verdades es lo mismo que aceptar la mentira y su terrible dinamismo de muerte. La parábola de la levadura en la masa nos enseña que los discípulos de Cristo no debemos pasar inadvertidos en la masa, sino fermentarla toda. San Juan Crisóstomo nos dice que «la levadura son los cristianos que cambiarán el mundo entero».

Una palabra del Santo Padre:

«En estos domingos la liturgia propone algunas parábolas evangélicas, es decir, breves narraciones que Jesús utilizaba para anunciar a la multitud el reino de los cielos. Entre las parábolas presentes en el Evangelio de hoy, hay una que es más bien compleja, de la cual Jesús da explicaciones a los discípulos: es la del trigo y la cizaña, que afronta el problema del mal en el mundo y pone de relieve la paciencia de Dios (cf. Mt 13, 24-30.36-43). La escena tiene lugar en un campo donde el dueño siembra el trigo; pero una noche llega el enemigo y siembra la cizaña, término que en hebreo deriva de la misma raíz del nombre «Satanás» y remite al concepto de división. Todos sabemos que el demonio es un «sembrador de cizaña», aquel que siempre busca dividir a las personas, las familias, las naciones y los pueblos. Los servidores quisieran quitar inmediatamente la hierba mala, pero el dueño lo impide con esta motivación: «No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo» (Mt 13, 29). Porque todos sabemos que la cizaña, cuando crece, se parece mucho al trigo, y allí está el peligro que se confundan.

La enseñanza de la parábola es doble. Ante todo dice que el mal que hay en el mundo no proviene de Dios, sino de su enemigo, el Maligno. Es curioso, el maligno va de noche a sembrar la cizaña, en la oscuridad, en la confusión; él va donde no hay luz para sembrar la cizaña. Este enemigo es astuto: ha sembrado el mal en medio del bien, de tal modo que es imposible a nosotros hombres separarlos claramente; pero Dios, al final, podrá hacerlo.

Y aquí pasamos al segundo tema: la contraposición entre la impaciencia de los servidores y la paciente espera del propietario del campo, que representa a Dios. Nosotros a veces tenemos una gran prisa por juzgar, clasificar, poner de este lado a los buenos y del otro a los malos… Pero recordad la oración de ese hombre soberbio: «Oh Dios, te doy gracias porque yo soy bueno, no soy como los demás hombres, malos…» (cf. Lc 18, 11-12). Dios en cambio sabe esperar. Él mira el «campo» de la vida de cada persona con paciencia y misericordia: ve mucho mejor que nosotros la suciedad y el mal, pero ve también los brotes de bien y espera con confianza que maduren. Dios es paciente, sabe esperar. Qué hermoso es esto: nuestro Dios es un padre paciente, que nos espera siempre y nos espera con el corazón en la mano para acogernos, para perdonarnos. Él nos perdona siempre si vamos a Él.

La actitud del propietario es la actitud de la esperanza fundada en la certeza de que el mal no tiene ni la primera ni la última palabra. Y es gracias a esta paciente esperanza de Dios que la cizaña misma, es decir el corazón malo con muchos pecados, al final puede llegar a ser buen trigo. Pero atención: la paciencia evangélica no es indiferencia al mal; no se puede crear confusión entre bien y mal. Ante la cizaña presente en el mundo, el discípulo del Señor está llamado a imitar la paciencia de Dios, alimentar la esperanza con el apoyo de una firme confianza en la victoria final del bien, es decir de Dios».

Papa Francisco. Ángelus 20 julio 2014.

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. Muchas veces nos olvidamos que «el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad». Hagamos una visita al Santísimo y recemos al Señor por alguna necesidad personal concreta.

2. ¿Por mis actos y mi testimonio de vida realmente soy «levadura en medio de la masa»?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 309-314.385.

Written by Rafael De la Piedra