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«Mis ojos han visto tu salvación»

Tiempo de Navidad. Sagrada Familia. Ciclo B

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 2, 22- 40

San Juan Pablo II decía proféticamente: «¡El futuro de la humanidad se fragua en la familia! Por consiguiente es indispensable y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover los valores y exigencias de la familia». Sin duda una de las instituciones naturales que más está siendo atacada por los embates de la llamada «cultura de muerte» es la familia. La Iglesia ha querido entre la celebración del nacimiento de Jesús y la Maternidad Divina de María ; reservar una fiesta para volver los ojos a Jesús, María y José pero no a cada uno por separado sino unidos en una Santa Familia. La vinculación y las relaciones que existen entre ellos es la de una familia normal.

Y es éste el mensaje central de este Domingo: rescatar el valor insustituible de la familia centrada en el sacramento del matrimonio. El entender que Dios mismo se ha educado en la escuela más bella que el ser humano tiene para crecer y fortalecerse y así llenarse de sabiduría y gracia: la familia. Él mismo ha querido vivir esta experiencia familiar y nos ha dejado así un hermoso legado.

Es por eso que todas las lecturas están centradas en la familia. El libro del Eclesiástico ( Eclesiástico 3,2-6.12-14) nos trae consejos muy prácticos y claros sobre los deberes entre los padres y los hijos siendo las relaciones mutuas e interdependientes. San Pablo en su carta a los Colosenses (Colosenses 3,12-21), nos habla de las exigencias del amor en el seno familiar: perdonarse y aceptarse mutuamente como lo hizo Jesucristo. Finalmente en el Evangelio de San Lucas (Lc 2, 22- 40) vamos a leer el pasaje de la presentación en el Templo de Jerusalén. Jesús, una tierna criatura, es reconocida como el Mesías por dos personas ancianas: Simeón y Ana. Pero además veremos como poco a poco Santa María va siendo educada en pedagogía divina del dolor-alegría.

La Sagrada Familia

La fiesta de la Sagrada Familia se trata de una fiesta bastante reciente. La devoción a la Sagrada Familia de Jesús, María y José tuvo un fuerte florecimiento en Canadá y fue muy favorecida por el Papa León XIII. Desde 1893 se permitía celebrar la Fiesta en diversas diócesis en el tercer Domingo después de la Epifanía del Señor. Fue finalmente introducida en el Calendario litúrgico en el año de 1921 y su ubicación en este momento cercano a la Navidad es recién del año 1969 y obedece a la necesidad de vincularla más al misterio de la Navidad. Ante esta situación, la Iglesia nos recuerda que el Hijo de Dios se encarnó y nació en el seno de una familia, para enseñarnos que la familia es la institución dispuesta por Dios para la venida a este mundo de todo ser humano.

Para el pueblo de Israel era claro que la salvación del ser humano no podía suceder sino por una intervención de Dios mismo en la historia humana. Tenía que ser una intervención de igual magnitud que la creación o mayor aún. Por eso tenía que ser Dios mismo quien interviniese. Pero sólo Dios sabía que esto ocurriría por la Encarnación de su Hijo único, el cual asumiendo la naturaleza humana «pasaría por uno de tantos» (Flp 2,7). Pero esto no podía ocurrir sino en el seno de una familia. Cuando Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María ella no era una mujer sola, sino una mujer casada con José. Jesús nació entonces en una familia. Si esta circunstancia no hubiera sido decisiva para nuestra salvación el Evangelio de Lucas y el de Mateo no la habrían destacado. El Hijo de Dios no sólo asumió y redimió a todo ser humano, sino también la institución necesaria para el desarrollo armónico de todo ser humano: la familia. ¡No puede quedar más realzada la importancia de la familia!

En este día tenemos que considerar a Jesús en su condición de hijo de María y de José; a la Virgen María en su condición de madre y esposa; y a San José en su condición de padre y jefe del hogar. La familia de Nazaret es la escuela de todas las virtudes humanas. Allí resplandece el amor, la piedad, la generosidad, la abnegación de sí mismo y la atención al otro, la sencillez, la pureza; en una palabra, la santidad. ¿Qué es lo que tiene de particular esta familia? ¿Qué es lo más notable en ella? En ella está excluido todo egoísmo. Cada uno de sus miembros tiene mayor interés por los otros que por sí mismo.

Sin duda podemos afirmar que viven las virtudes que leemos en la Carta a los Colosenses: «misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente». Esta debe de ser la «hoja de ruta» que han de seguir las familias hoy en día. Son muchas las familias que se separan porque cada uno quiere hacer «su propia vida», porque cada uno busca su propio interés.

Presentación en el Templo

El Evangelio de hoy nos relata el momento en que el Niño Jesús es presentado por sus padres a Dios en el Templo de Jerusalén. Toda la familia emprende este largo viaje desde Nazaret a Jerusalén –aproximadamente unos 100 km. – con el fin de cumplir lo que estaba escrito. Leemos en el texto la sana preocupación por cumplir la «Ley del Señor». Esto lo hacían José y María con absoluta seriedad y dedicación. El texto concluye diciendo: «Después que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret». Este rasgo de la Familia de Nazaret nos enseña que, cuando en la familia o en la sociedad en general hay respeto por la ley de Dios, reina el amor y el bien común; en cambio, cuando Dios es excluido, reina el egoísmo que se plasma en leyes civiles que buscarán satisfacer intereses particulares y “olvidarse” de los principios fundamentales de la convivencia social.

Sin duda nos llama la atención que la Sagrada Familia haya podido sufrir estrecheces económicas y apuros como ocurrió cuando fueron rechazados de todos los albergues y tuvieron que refugiarse en un pesebre para que la Virgen diera a luz a su Hijo, es decir, a nivel infrahumano; haya podido sufrir persecución, como ocurrió cuando Herodes buscó al Niño para matarlo; sufrir el exilio, como ocurrió cuando debieron huir a Egipto y vivir allí hasta la muerte de Herodes. Pero todo lo sobrellevaban con paciencia y serenidad porque estaba allí Jesús.

En efecto, no vemos que ninguno de los miembros de esa familia se quejaron de tener que sufrir situaciones tan adversas. Ocurre lo que enseña la Imitación de Cristo: «Cuando Jesús está presente, todo está bien y nada parece difícil; por el contrario cuando Él está ausente, todo se vuelve pesado» .

Simeón y Ana

Dos personajes importantes se hacen presentes en el relato evangélico: Simeón y Ana. Al ver a José y María entrando al templo con Jesús, tuvieron una revelación sobre la identidad de este Niño. Simeón es presentado como «un hombre justo y piadoso, que esperaba la consolación de Israel, y estaba en él el Espíritu Santo». Es un anciano que, por su edad ya está próximo a la muerte. Pero había recibido de parte de Dios una certeza que llenaba de sentido y de gozo la prolongación de sus años: «Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo (Ungido) del Señor». «Ungido del Señor» es la expresión con que se llama al esperado de Israel. Se le nombra con lo que es más propio de Él: la unción. ¿Por qué la unción?

La unción es el signo externo que garantiza la presencia en Él del Espíritu del Señor. Jesús no fue ungido por nadie para que recibiera el Espíritu Santo; Él nació «ungido» desde el seno de su madre. Esto es lo que dice el ángel Gabriel a su madre cuando le anuncia su concepción virginal: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti… por eso el nacido santo será llamado Hijo de Dios» (Lc 1,35). Nacido «santo» quiere decir: consagrado, ungido, separado para Dios y lleno del Espíritu Santo. Simeón toma en sus brazos al Niño y se dirige a Dios diciendo: «Mis ojos han visto tu salva¬ción, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, Luz para alumbrar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» .

Ana contaba con 84 años de edad cuando reconoció a Jesús como «Mesiás» cuando lo presentan en el Templo de Jerusalén. Era hija de Fanuel, de la tribu de Aser, y tras un matrimonio de siete años consagró el resto de su vida a servir en el Templo mediante ayuno y oraciones (ver Lc 2,36-38). Para comprender por qué, entre todos los que entraban y salían, sólo Ana y Simeón conocieron quién era este Niño hay que fijarse la breve descripción que nos deja San Lucas: «Simeón era un hombre justo y piadoso… y estaba en él el Espíritu Santo»; por su parte, «Ana era una profetisa, que permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años y no se apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones». Ambos tenían una especial y particular relación con el Espíritu Santo. Dóciles a sus mociones los lleva a ser de las primeras personas de Israel en reconocer a Jesús como Mesías y Salvador.

Dolor y alegría

«Y a tu misma alma una espada la traspasará». Ciertamente no son las palabras más alentadoras que podría esperar María después de haber escuchado el «Nunc dimittis». Por la profecía de Simeón se despierta en el corazón de Santa María el presentimiento de un misterio infinitamente doloroso en la vida de su querido Hijo. Hasta entonces Ella no había escuchado sino las palabras del Arcángel Gabriel que le anunciaba para Jesús el trono de su padre David (Lc 1,32). Simeón las confirma pero introduce «una espada» – el rechazo del Mesías por Israel ( Lc 1,34) – cuya divina pedagogía tendrá su ápice al pie de la Cruz (Jn 19, 25-27).

Honra a tu padre y a tu madre…

En la tradición judía del Eclesiástico y en el cumplimiento cristiano, según la carta de san Pablo a los Colosenses, vemos la naturaleza religiosa del respeto y de la reverencia filial hacia los padres naturales. En la tradición judía los padres debían ser honrados y temidos, sobre todo por ser los transmisores de la Ley de Dios a sus hijos. De hecho, en el cuarto Mandamiento, el verbo usado para hacer referencia a los padres, al honor, se utiliza también en otros textos de las Escrituras, tales como Isaías 29, para referirse a Dios. Esto implica un motivo sobrenatural más alto por las dos partes, para los hijos que honren a sus padres y también, para los padres, un papel más importante hacia sus hijos que la generación natural.

San Pablo es muy sucinto; hay deberes cristianos hacia el marido y la esposa, así como hacia los padres y hacia los hijos. El cumplimiento de estos deberes agrada a Dios. Esto mismo lo expresaba Israel en su poesía, como se canta en el Salmo que se recita en la liturgia de este día: «Dichoso el hombre que teme al Señor y sigue sus caminos» (Sal 128). ¿En qué consiste esa dicha? Lo dice el mismo salmo: «Tu mujer como vid fecunda en medio de tu casa; tus hijos como renuevos de olivo alrededor de tu mesa». Ésta es la descripción de un ambiente familiar sano, en que los hijos numerosos y llenos de vida rodean a sus padres. El Salmo agrega: «Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor». Es decir, gozar de una vida familiar plena

Una palabra del Santo Padre:

«La familia natural, en cuanto comunión íntima de vida y amor, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, es el «lugar primario de ‘‘humanización» de la persona y de la sociedad », la «cuna de la vida y del amor ». Con razón, pues, se ha calificado a la familia como la primera sociedad natural, «una institución divina, fundamento de la vida de las personas y prototipo de toda organización social».

En efecto, en una vida familiar « sana » se experimentan algunos elementos esenciales de la paz: la justicia y el amor entre hermanos y hermanas, la función de la autoridad manifestada por los padres, el servicio afectuoso a los miembros más débiles, porque son pequeños, ancianos o están enfermos, la ayuda mutua en las necesidades de la vida, la disponibilidad para acoger al otro y, si fuera necesario, para perdonarlo. Por eso, la familia es la primera e insustituible educadora de la paz. No ha de sorprender, pues, que se considere particularmente intolerable la violencia cometida dentro de la familia.

Por tanto, cuando se afirma que la familia es « la célula primera y vital de la sociedad », se dice algo esencial. La familia es también fundamento de la sociedad porque permite tener experiencias determinantes de paz. Por consiguiente, la comunidad humana no puede prescindir del servicio que presta la familia. El ser humano en formación, ¿dónde podría aprender a gustar mejor el « sabor » genuino de la paz sino en el « nido » que le prepara la naturaleza? El lenguaje familiar es un lenguaje de paz; a él es necesario recurrir siempre para no perder el uso del vocabulario de la paz. En la inflación de lenguajes, la sociedad no puede perder la referencia a esa « gramática » que todo niño aprende de los gestos y miradas de mamá y papá, antes incluso que de sus palabras.

La familia, al tener el deber de educar a sus miembros, es titular de unos derechos específicos. La misma Declaración universal de los derechos humanos, que constituye una conquista de civilización jurídica de valor realmente universal, afirma que « la familia es el núcleo natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a ser protegida por la sociedad y el Estado ».

Por su parte, la Santa Sede ha querido reconocer una especial dignidad jurídica a la familia publicando la Carta de los derechos de la familia. En el Preámbulo se dice: « Los derechos de la persona, aunque expresados como derechos del individuo, tienen una dimensión fundamentalmente social que halla su expresión innata y vital en la familia ». Los derechos enunciados en la Carta manifiestan y explicitan la ley natural, inscrita en el corazón del ser humano y que la razón le manifiesta.

La negación o restricción de los derechos de la familia, al oscurecer la verdad sobre el hombre, amenaza los fundamentos mismos de la paz.
Por tanto, quien obstaculiza la institución familiar, aunque sea inconscientemente, hace que la paz de toda la comunidad, nacional e internacional, sea frágil, porque debilita lo que, de hecho, es la principal « agencia » de paz. Éste es un punto que merece una reflexión especial: todo lo que contribuye a debilitar la familia fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, lo que directa o indirectamente dificulta su disponibilidad para la acogida responsable de una nueva vida, lo que se opone a su derecho de ser la primera responsable de la educación de los hijos, es un impedimento objetivo para el camino de la paz.

La familia tiene necesidad de una casa, del trabajo y del debido reconocimiento de la actividad doméstica de los padres; de escuela para los hijos, de asistencia sanitaria básica para todos. Cuando la sociedad y la política no se esfuerzan en ayudar a la familia en estos campos, se privan de un recurso esencial para el servicio de la paz. Concretamente, los medios de comunicación social, por las potencialidades educativas de que disponen, tienen una responsabilidad especial en la promoción del respeto por la familia, en ilustrar sus esperanzas y derechos, en resaltar su belleza».

Benedicto XVI. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 2008.

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. El ejemplo de entrega, fidelidad, dedicación, unión; que la Familia de Nazaret nos transmite es muy grande. ¿Qué falta en mi familia? ¿Qué debo de cambiar para este nuevo año?

2. ¿Cómo vivo en mi familia las virtudes mencionadas en la Carta a los Colosenses?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2196- 2233.2360-2365.

Written by Rafael De la Piedra