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«Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas»

Domingo de la Semana 20 del Tiempo Común. Ciclo A

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 15, 21-28

El pasaje de este Domingo es realmente Impresionante ya que Jesús, el Maestro Bueno, responde de manera dura y fuerte – políticamente incorrecta diríamos hoy – a una mujer cananea que le suplica por su hija endemoniada. Pero la gran lección – y vínculo – de las lecturas dominicales es la universalidad del mensaje reconciliador de Dios.

La Primera Lectura de  Isaías 56, 1. 6-7 expone la situación de los judíos deportados que después de haber convivido con pueblos paganos en el destierro babilónico – desde el 587 al 538 A.C. – vuelven a la Tierra Prometida y se encuentran que ya está habitada. En el exilio una de las más grandes exigencias fue la fidelidad a Dios y a su Alianza. Permaneciendo unidos alrededor de los profetas, sacerdotes y escribas; pero sin culto, sacrificio ni Templo; anhelaban siempre el retorno a Jerusalén. Pero ahora ven que tienen que convivir con los «pueblos extranjeros». Esto les obligará a pensar y a tomar una nueva actitud. También vamos a ver la misma temática en la Carta a Los Romanos (Romanos 11,13-15. 29-32) donde San Pablo, «Apóstol de los gentiles», no hará distinción entre judíos y gentiles.

Finalmente en el Evangelio de San Mateo; Jesucristo realizará el milagro a la mujer cananea – considerada pagana – dejando sentado que si bien su misión es salvar a «las ovejas perdidas de Israel»; dejará en claro que su mensaje es universal. Esto lo irá revelando poco a poco a sus Apóstoles hasta claramente hacerlo explícito durante su Ascensión a los Cielos (ver Mt 28, 19-20).

La reconciliación a todos los pueblos

Esta parte final del libro de Isaías, considerada del «trito-Isaías», es decir del tercer Isaías; es anterior al fin del Destierro y coetánea a la reconstrucción del Templo hacia el año 520 A.C. En la lectura del capítulo 56 leemos una afirmación sorprendente: «porque mi casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos» (Is 56,7).

Jesús mismo citará este versículo en circunstancias graves de su vida (ver Mt 21,13) y anunciará dos novedades: la primera es que la oración se impone sobre el sacrificio aun en el Templo – estamos hablando del contexto sacrificial del Antiguo Testamento -; y por otro lado se invita a todos los pueblos a la «Casa de oración». En otros pasajes vemos como Jesús dirá que su sangre (Jn 11, 51-52) ha derribado el muro que separaba a los judíos de los paganos (Ef 2,14), de modo que todos puede hacerse hijos de Abraham (Rm 4, 16). Esto lo vemos ejemplificado en el bautismo del centurión romano Cornelio de manos de San Pedro en la ciudad de Joppe (Hch 10).

Podemos entonces afirmar que la «caída» de Israel – es decir el no haber aceptado y reconocido a Jesús como el Mesías – se constituye el medio por el cual se hará factible que el mensaje reconciliador de Jesucristo llegue a todos los hombres (ver Rm 11, 11- 16). Por otro lado San Pablo nos señala que para los cristianos tampoco debe de existir la distinción entre judío y gentil; entre libre y esclavo, sino todos somos uno en la fe la cual obra por amor (Gal 5,6).

La región de Tiro y Sidón

El Evangelio nos narra un hecho que ocurre fuera de los confines de Israel. Es necesario tener en cuenta esta circunstancia para comprender lo ocurrido. En efecto, comienza informando: «Jesús se dirigió a las regiones de Tiro y Sidón ». Estas ciudades están ubicadas en la costa del mar Mediterráneo, al norte de Israel (Líbano en la actualidad). Es la única vez que vemos a Jesús salir del territorio de Israel (aparte de la huida a Egipto con sus padres, cuando era niño pequeño, para escapar de las manos de Herodes el Grande). Jesús es el Salvador del género humano; pero debía realizar esta misión siendo el Mesías prometido a Israel.

Una mujer cananea

«Entonces una mujer cananea de esas partes, se puso a gritar: ¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija es cruelmente atormentada por un demonio». El gentilicio «cananea», que se atribuye a la mujer es único en el Evangelio. En efecto, éste es un nombre arcaico que designa al principal de los pueblos que habitaban la Palestina y que Israel tuvo que exterminar para no contaminarse con sus cultos idolátricos. Más pagana no podía ser la mujer. En el Evangelio de San Marcos, escrito para un público menos sensible a la historia de Israel, la mujer es descrita como «de origen siro-fenicia» (Mc 7,24). En todo caso, no es del pueblo de Israel.

Su grito expresa total confianza; en griego, que es la lengua original del Evangelio, ese grito reproduce la misma súplica que nosotros dirigimos a Dios en el acto penitencial de la Misa: «Kyrie eleison» – «Señor ten piedad». Pero ella agrega: «Hijo de David». Y este modo de referir¬se a Jesús es un claro reconocimiento de que él es el Cristo, el Mesías esperado por Israel. Es el mismo grito que le dirigen los dos ciegos: «Hijo de David, ten piedad de nosotros» (Mt 9,27; 20,30). Es la aclamación de la multitud y de los niños cuando Jesús entró en Jerusalén: «Hosanna al hijo de David» (Mt 21,9.15). El mismo Jesús en cierta ocasión pregunta a los fariseos: «¿Qué pensáis del Cristo, de quién es hijo?. Le respondieron: De David» (Mt 22,42). Es claro que, llamándole así, la mujer cananea hace una profesión de su fe en la identidad de Jesús

La indiferencia de Jesús

¿Cómo se explica la actitud de indiferencia que mantiene Jesús? «El no le respondió palabra». Fue necesario que intercedieran los apóstoles. Y lo hacen, no por interés en la mujer, sino para sacársela de encima: «Escúchala, que viene detrás gritando».

Entonces Jesús mismo explica el motivo de su silencio: «Yo no he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel». Esto explica por qué Jesús se restringió a Israel y por qué allí des¬plegó su obra y todos sus milagros, salvo el que se relata aquí, obviamente. Pero a sus discípulos los formó para una misión universal, a la cual los envió antes de ascender al cielo: «Id y haced discípulos de todos los pueblos» (Mt 28,19). El motivo que Jesús da a sus discípulos para evitar hablar con la mujer cananea, le debió parecer a ella un argumento «teológico» incomprensible; y por eso insiste: «¡Señor, socórreme!». Entonces Jesús se dirige a ella y le da una razón más a su alcance: «No está bien tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los perritos».

Los judíos se referían a los paganos llamándoles «perros». Jesús se acomoda a este uso, pero lo hace de modo más afectuoso y dice el diminutivo «perritos», en atención a que la mujer había expresado admiración y absoluta confianza en Él. La mujer reacciona con prontitud y su respuesta cautiva a Jesús, que ya no se puede negar a concederle todo lo que pide: «Sí, Señor, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores». Ella no discute que, siendo pagana, merece el apelativo «perritos» y que los judíos son «señores», pues de ellos viene el Mesías, el «hijo de David»; pero esto no impide que la acción del Mesías alcance a todos, incluso a los pervitos, aunque sea en forma de migajas.

Jesús quedó admirado. Pocas veces expresa semejante admiración. Dice a la mujer: «¡Mujer, grande es tu fe! Que te ocurra como deseas». El Evangelio agrega el desenlace: «Desde aquella hora su hija quedó curada». La mujer obtuvo lo que deseaba porque demostró una fe imbatible en el poder de Jesús. Es la condición necesaria para obtener cualquier gracia de Dios. Aquí vemos en acción la declaración de Cristo: «Si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: ‘Desplázate de aquí allá’, y se desplazará, y nada os será imposible» (Mt 17,20). La mujer cananea tenía fe más grande que un grano de mostaza.

Ella mereció que Jesús exclamara: «¡Grande es tu fe!». Pero ella tiene otra lección que darnos. Ella no sólo demuestra fe, sino también una inmensa humildad y una confianza absoluta en la bondad de Jesús. Aunque Él le demostraba indiferencia y severidad, ella seguía insistiendo segura de que no sería rechazada. Podemos decir que ella – en ese momento – demostraba conocer el Corazón de Jesús más que sus mismos discípulos.

Una palabra del Santo Padre:

«En este XX domingo del tiempo ordinario la liturgia nos presenta un singular ejemplo de fe: una mujer cananea, que pide a Jesús que cure a su hija, que «tenía un demonio muy malo». El Señor no hace caso a sus insistentes invocaciones y parece no ceder ni siquiera cuando los mismos discípulos interceden por ella, como refiere el evangelista san Mateo. Pero, al final, ante la perseverancia y la humildad de esta desconocida, Jesús condesciende: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas» (Mt 15, 21-28).

«Mujer, ¡qué grande es tu fe!». Jesús señala a esta humilde mujer como ejemplo de fe indómita. Su insistencia en invocar la intervención de Cristo es para nosotros un estímulo a no desalentarnos jamás y a no desesperar ni siquiera en medio de las pruebas más duras de la vida. El Señor no cierra los ojos ante las necesidades de sus hijos y, si a veces parece insensible a sus peticiones, es sólo para ponerlos a prueba y templar su fe.

Este es el testimonio de los santos; este es, especialmente, el testimonio de los mártires, asociados de modo más íntimo al sacrificio redentor de Cristo. En los días pasados hemos conmemorado a varios: los Papas Ponciano y Sixto II, el sacerdote Hipólito y el diácono Lorenzo, con sus compañeros, que murieron en Roma en los albores del cristianismo.

Además, hemos recordado a una mártir de nuestro tiempo, Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, copatrona de Europa, que murió en un campo de concentración; y precisamente hoy la liturgia nos presenta a un mártir de la caridad, que selló su testimonio de amor a Cristo en el búnker del hambre de Auschwitz: San Maximiliano María Kolbe, que se inmoló voluntariamente en lugar de un padre de familia.

Invito a todos los bautizados, y de modo especial a los jóvenes que participan en la Jornada mundial de la juventud, a contemplar estos resplandecientes ejemplos de heroísmo evangélico. Invoco sobre todos su protección y en particular la de Santa Teresa Benedicta de la Cruz, que pasó algunos años de su vida precisamente en el Carmelo de Colonia. Que sobre cada uno de vosotros vele con amor materno María, la Reina de los mártires, a quien mañana contemplaremos en su gloriosa asunción al cielo».

Benedicto XVI. Ángelus 14 de Agosto de 2005

Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana.

1. ¡Una fe admirable e indómita! Ante la fe de la mujer cananea ¿Cómo está mi fe? ¿Cómo la vivo en los momentos de dificultad? ¿En las tentaciones? ¿En mis propias fragilidades?

2. María es la mujer de la fe. Recemos un rosario en familia para que sea Ella la que nos guie en los momentos difíciles y nos aumente la fe.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 402-406. 969. 2087- 2094.

Written by Rafael De la Piedra