«Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos»
Domingo de la Semana 28 del Tiempo Ordinario. Ciclo A – 15 de octubre 2017
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 22, 1-14
Una de las ideas principales de este Domingo es la respuesta que cada uno de nosotros debe de dar a la gratuidad de Dios ya que «muchos son los llamados pero pocos los elegidos». La lectura del profeta Isaías presenta un horizonte esperanzador ya que muestra la intención de Dios que prepara, para los tiempos mesiánicos, un festín suculento en el monte Sión. Dios se dispone a enjugar las lágrimas de los rostros y alejar todo oprobio y sufrimiento (Isaías 25, 6-10a).
En la parábola evangélica (San Mateo 22, 1-14) se pone de relieve la libertad y la responsabilidad de los invitados al banquete. La boda estaba preparada, pero los invitados no se hicieron merecedores de ella por su propia cerrazón a la invitación generosa y gratuita del rey. De manera indigna habían echado mano a los criados y los habían cubierto de golpes hasta matarlos. ¡Qué trágico y dramático el fin de aquellos invitados descorteses y asesinos: las tropas del rey prenden fuego a la ciudad y acaban finalmente con todos ellos!
Este pasaje se relaciona con la parábola que hemos escuchado el Domingo pasado de los viñadores homicidas. Dios invita al hombre, en Jesucristo, al banquete eterno, le ofrece la salvación y la vida eterna. Por parte de Dios todo está hecho; pero es el hombre quien debe acudir al banquete libremente. Hay que personalmente encontrarse con Jesucristo para poder decir como San Pablo: «Todo lo puedo en aquel que me conforta» (Filipenses 4, 12-14. 19-20).
«¡Alegrémonos y regocijémonos de su salvación!»
La enseñanza básica de la parábola de este Domingo es la vocación universal al Reino de Dios que, de acuerdo con la tradición bíblica, se describe como un banquete. En la Primera Lectura, el profeta Isaías presenta un cuadro fascinante y bellísimo, en el que resplandece en toda su amplitud el universalismo mesiánico. Yahveh es presentado como el gran Señor que da un banquete a todas las naciones en su mansión real, en este monte Sión, sede de la nueva teocracia. Los profetas, en general, presentaban las realidades espirituales de la era prometida, con imágenes vivas materiales para captar la atención de sus oyentes. En realidad, el banquete nupcial que Dios dará en la era mesiánica sobrepasará a todas las descripciones proféticas, que ya éstos nunca pudieron vislumbrar la realidad del banquete eucarístico en toda su realidad espiritual y universal: «¡Dichosos los invitados a las bodas del Cordero!» (Ap 19,9).
Dios inaugurará con este banquete mesiánico una era de alegría sin fin, quitando el velo o signo de duelo que cubría el rostro de los pueblos, representados en la lectura como apesadumbrados y tristes por la desgracia que sobre ellos pesa (ver Is 14,7-12). El velo era el signo de duelo en la antigüedad (ver Jr 14,3). Una vez quitado el velo del duelo, Dios limpiará las lágrimas de los rostros. La frase «el Señor de los ejércitos aniquilará la muerte para siempre» es considerada como la primera referencia al tema de la inmortalidad y San Pablo la utilizará a favor de la resurrección de los muertos (ver 1Cor 15,54). Refiriéndose a Israel hemos leído en Deuteronomio 28,37: «Y vendrás a ser un objeto de espanto, de oprobio y de burla entre todos los pueblos, adonde Yahveh te llevará» por haber servido a dioses extraños y haber salido así de la senda trazada por el Señor. Ahora Dios promete a Israel redimirlos de este «oprobio», pues todas las gentes reconocerán la superioridad del pueblo escogido.
«Todo lo puedo en Aquel que me conforta»
En la Segunda Lectura, Pablo se dirige a los Filipenses haciéndoles ver que él está acostumbrado a todo. Sabe vivir en pobreza y en abundancia. Conoce la hartura y la privación y se ha ejercitado en la paciencia frente a las grandes dificultades de su ministerio. Nosotros, como Pablo, somos conscientes que en Cristo encontramos la fortaleza necesaria para perseverar en el bien y cumplir nuestra misión. Sabemos que nunca estamos solos en los momentos difíciles de nuestra vida. Sabemos que los sufrimientos son momentos privilegiados para conformarnos cada vez más con el Señor de la Vida y así repetir: «Todo lo puedo en aquel que me conforta».
La parábola del banquete nupcial
La parábola del banquete nupcial que leemos en el Evangelio de San Mateo, está ubicada en el mismo contexto que la parábola comentada el último Domingo, es decir, responde a la hostilidad de los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo contra Jesús. En su situación concreta e histórica, contiene, en primer lugar, un mensaje para ellos. Pero, siendo palabra de Dios, es palabra de vida eterna, y contiene, por tanto, un mensaje que atraviesa todas las edades y nos interpela también a nosotros hoy. Jesús va a exponer el misterio incomprensible del desprecio del hombre hacia Dios. El rey manda a sus siervos a llamar a los invitados. Pero éstos desprecian la invitación y no vienen. Para comprender la magnitud del desprecio, hay que fijarse en el interés del rey -¡se trata de la boda de su hijo!- y en la solicitud con que todo fue preparado.
Manda todavía otros siervos con este mensaje: «El banquete está listo, se han matado ya los novillos y animales cebados y todo está a punto: venid a la boda». Pero queda en evidencia la intención de los invitados de ofender al rey: «Sin hacer caso, uno se fue a su campo, el otro a su negocio, y los demás agarraron a los siervos y los mataron». Estos primeros invitados eran personas ilustres en las cuales el rey tenía interés. Pensando en ellos es que había preparado el banquete; les quería hacer una atención especial. Por eso el rechazo de éstos es más elocuente y doloroso; tiene la intención de herir. Entonces el rey declara: «La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos». Por su propia decisión, éstos quedan excluidos del banquete.
En la segunda parte de esta parábola Jesús nos quiere enseñar principalmente dos cosas: la total gratuidad y universalidad de la salvación y la actitud interior con que es necesario recibir este don. Después que los primeros invitados rechazaron la invitación, el rey ordena invitar a todos a la fiesta: «Id, pues a los cruces de los caminos y a cuantos encontréis, invitadlos a la boda». Los pobres, los que no podían corresponder a la invitación, los que nunca habrían soñado que tan alto Señor los invitara a su casa y a un banquete tan magnífico, ellos también fueron invitados. Comentando esta enseñanza es que San Pablo afirma: «Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando nosotros muertos a causa de nuestros pecados, nos vivificó juntamente con Cristo -por gracia habéis sido salvados- con Él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús» (Ef 2,4-6). Nosotros no hemos sido invitados a un banquete de esta tierra, sino al mismo cielo, al banquete de bodas del Cordero, Cristo Jesús. Y esto sin mérito alguno nuestro. En realidad, esto es imposible merecerlo con nuestro esfuerzo. Es puro don.
«Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de bodas?»
Al extender la invitación a los que estaban en el cruce de los caminos hay un detalle a considerar. Dice que los siervos, enviados por el rey para invitar a todos los que encontraran, reunieron a «malos y buenos». Esto prepara la segunda parte, que se refiere a la suerte del invitado que entró sin el traje de bodas. Al reparar en él el rey le dice: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de bodas?». El rey ordenó: «Echadlo a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes». Esta segunda parte de la parábola parece empañar la gratuidad y la felicidad de todos los mendigos y miserables que fueron invitados al banquete del rey.
En realidad, nos quiere enseñar que hay dos modos de despreciar al rey. Un modo es rechazando su invitación, como hicieron los primeros invitados; otro modo, es entrando en el banquete, pero sin la presentación debida. Es evidente que desprecia al dueño de casa el invitado que no se molesta en procurarse el vestido conveniente para la ocasión. La parábola nos enseña entonces que la llamada a la salvación y a gozar del banquete del Reino es enteramente gratuita y que la perspectiva que se ofrece es completa¬mente inesperada e inmerecida; pero, una vez recibida esta gracia, exige de nosotros la conversión, exige una disposición interior correspondiente a la santidad y bondad de Dios que invita.
Una palabra del Santo Padre:
«En el Evangelio de este domingo, Jesús nos habla de la respuesta que se da a la invitación de Dios —representado por un rey— a participar en un banquete de bodas (cf. Mt 22, 1-14). La invitación tiene tres características: la gratuidad, la generosidad, la universalidad. Son muchos los invitados, pero sucede algo sorprendente: ninguno de los escogidos acepta participar en la fiesta, dicen que tienen otras cosas que hacer; es más, algunos muestran indiferencia, extrañeza, incluso fastidio. Dios es bueno con nosotros, nos ofrece gratuitamente su amistad, nos ofrece gratuitamente su alegría, su salvación, pero muchas veces no acogemos sus dones, ponemos en primer lugar nuestras preocupaciones materiales, nuestros intereses; e incluso cuando el Señor nos llama, muchas veces parece que nos da fastidio.
Algunos invitados maltratan y matan a los siervos que entregan las invitaciones. Pero, no obstante la falta de adhesión de los llamados, el proyecto de Dios no se interrumpe. Ante el rechazo de los primeros invitados Él no se desalienta, no suspende la fiesta, sino que vuelve a proponer la invitación extendiéndola más allá de todo límite razonable y manda a sus siervos a las plazas y a los cruces de caminos a reunir a todos los que encuentren. Se trata de gente común, pobres, abandonados y desheredados, incluso buenos y malos —también los malos son invitados— sin distinción. Y la sala se llena de «excluidos». El Evangelio, rechazado por alguno, encuentra acogida inesperada en muchos otros corazones.
La bondad de Dios no tiene fronteras y no discrimina a nadie: por eso el banquete de los dones del Señor es universal, para todos. A todos se les da la posibilidad de responder a su invitación, a su llamada; nadie tiene el derecho de sentirse privilegiado o exigir una exclusiva. Todo esto nos induce a vencer la costumbre de situarnos cómodamente en el centro, como hacían los jefes de los sacerdotes y los fariseos. Esto no se debe hacer; debemos abrirnos a las periferias, reconociendo que también quien está al margen, incluso ese que es rechazado y despreciado por la sociedad es objeto de la generosidad de Dios. Todos estamos llamados a no reducir el Reino de Dios a las fronteras de la «iglesita» —nuestra «pequeña iglesita»— sino a dilatar la Iglesia a las dimensiones del Reino de Dios. Solamente hay una condición: vestir el traje de bodas, es decir, testimoniar la caridad hacia Dios y el prójimo».
Papa Francisco. Ángelus 12 de Octubre 2014.
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana
1. «Cuando entró a ver a los invitados, reparó en uno que no llevaba traje apropiado. Le preguntó: ¿cómo has entrado sin vestir un traje apropiado?» ¿Tengo yo la adecuada reverencia y preparación cuando soy invitado al banquete eucarístico por el mismo Señor Jesús cada Domingo?
2. «Todo lo puedo en Aquel que me conforta», nos dice San Pablo. ¿Cómo está mi confianza en el Señor? ¿Podría repetir la frase de San Pablo?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 545 – 546.1027.1439.1682.