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«Se postrarán ante ti Señor, todos los pueblos de la Tierra» epifania4 Full view

«Se postrarán ante ti Señor, todos los pueblos de la Tierra»

Epifanía del Señor. Ciclo C

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 2, 1-12

La solemnidad que celebramos este Domingo es la Epifanía del Señor. Luego celebraremos el Bautismo del Señor encerrando así el tiempo de Navidad e iniciando el Tiempo Común. Los Sabios-Magos llegan a Jerusalén del Oriente guiados por la luz de una estrella para adorar al Rey de los Judíos y ofrecerle sus dones: oro, incienso y mirra. Tal vez nunca se expresa con mayor claridad la universalidad de la salvación aportada por Jesucristo que en este episodio. Queda también claro que Israel, el pueblo elegido al cual había sido prometido el Mesías Salvador, no lo reconoció. En cambio, estos hombres que vienen guiados por esta misteriosa estrella lo reconocen como rey y vienen a reverenciarlo con el honor y el respeto que merece.

Ya desde su mismo nacimiento Jesús es un claro signo de contradicción. Para unos, como los Magos o el mismo San Pablo, será una «epifanía»: manifestación del misterio de Dios (Efesios 3,2 – 3ª. 5.- 6).Para otros, Herodes, será una amenaza que pondrá en riesgo su poder y su ambición terrenal. Esta «epifanía» ya es anunciada en la Primera Lectura por el profeta Isaías, según la cual todos los pueblos se sentirán atraídos por la «luz y la gloria de Yahveh» que amanecerá sobre Jerusalén (Isaías 60, 1-6).

El gran Misterio

Jesús, nació en Belén de Judá pero existía el peligro real de que su nacimiento pasara inadvertido. Es cierto que el ángel del Señor anunció a los pastores su nacimiento y que estos reaccionaron como era de esperar. Fueron corriendo y verificaron la verdad de lo anunciado. Pero estos sencillos pastores no tenían ni voz ni poder de comunicación en Israel. Es cierto también que el anciano Simeón, a impulsos del Espíritu Santo, acudió al templo cuando sus padres presentaban a Jesús y lo reconoce como: «Luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,32). También vemos a la anciana profetisa Ana que hablaba de Él a todos los que esperaban la liberación de Israel (ver Lc 2,36). Pero todo esto quedaba en un círculo muy reducido de personas. Entre todas estas personas sin duda estaba sobre todo la Virgen María, quien «guardaba estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19). Nadie conoció mejor que ella el misterio profundo de Jesucristo.

Este es el Misterio del que escribe San Pablo en su carta a los Efesios: «me fue comunicado por una revelación el conocimiento del Misterio. Según esto, leyéndolo podéis entender mi conocimiento del Misterio de Cristo» (Ef 3, 4-5). ¿Cuál es este gran misterio al que se refiere San Pablo? Jesús mismo manifestará muchas veces a lo largo de su vida pública lo que ya vemos en el pasaje de la adoración de los reyes Magos. La misteriosa estrella que guía a los Magos no es sino el anticipo de aquella verdadera luz que es Jesucristo mismo: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12). Porque es Jesucristo mismo el gran Misterio que el Padre quiere comunicar a todos los hombres: gentiles y judíos. «Porque tanto amó Dios al mundo que mandó a su Hijo único para que todo aquel que crea en Él no perezca sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). Tanto el anciano Simeón, en los albores del misterio, como San Pablo, después de su pleno desarrollo; ambos iluminados por el Espíritu Santo, afirman la irradiación universal de la reconciliación iniciada por Jesucristo.

La estrella y el rey de los judíos

El Evangelio de hoy nos habla que unos Magos del Oriente son guiados por una misteriosa estrella a Jerusalén en busca del «Rey de los judíos» que acaba de nacer. Para comprender el sentido del texto evangélico debemos remontarnos a una antigua profecía que Balaam, otro vidente de Oriente, pronunció sobre Israel cuando recién salió de Egipto y recién se estaba formando como nación: «Lo veo, aunque no para ahora; lo diviso, pero no de cerca: de Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel… Israel despliega su poder, Jacob domina a sus enemigos» (Num 24,17-19). En el antiguo Oriente, la estrella era el signo de un rey divinizado. Nada más natural que entender la profecía de Balaam como referida al Mesías, el descendiente prometido a David cuyo reino no tendría fin (ver 2Sam 7,12-13). Los magos preguntan por el «Rey de los judíos» porque David era de la tribu de Judá. Se trata de un rey que es Dios; por eso su objetivo es «adorarlo» es decir reverenciarlo de acuerdo a su dignidad real. Pero ¡qué desilusión al observar que en Jerusalén nadie sabía nada! «Al oír estas palabras, Herodes y con él toda Jerusalén se sobresaltaron». ¡Ignoraban lo que estaba ocurriendo en medio de ellos! Pero no ignoraban el significado de la pregunta formulada por los Magos.

El «rey de los judíos» era un título que quería decir mucho y no podía pasar inadvertido para un hebreo. Es el mismo que fue dado por Pilato a Jesús (de manera irónica, por cierto) para expresar la causa de su muerte en la cruz. Por eso Herodes se inquieta y convoca a los entendidos en las profecías, a los sacerdotes y escribas, para interrogarlos acerca de algo que, a primera vista, parece no tener relación con la pregunta de los magos: ¿En qué lugar debía nacer el Cristo? Cristo no era todavía un nombre propio (así llamamos nosotros ahora a Jesús) y por eso en buen castellano la pregunta suena así: «¿Dónde está anunciado que tiene que nacer el Ungido del Señor?».

Herodes ha pasado a la historia como un hombre sanguinario y enfermo de celos por el poder, que no vacilaba en quitar de en medio a quienquiera pudiera disputarle el trono, aunque fuera su propio hijo. Pero al leer el relato queda la sensación de que un rey, con ejércitos a su disposición, no podía temer a un niño anónimo nacido en la minúscula aldea de Belén, aunque allí se hubiera anunciado que debía nacer el Ungido del Señor. Para comprender la matanza de todos los niños de Belén y sus alrededores, ordenada por Herodes, hay que conocer las Escrituras y captar la esperanza de salvación que había en Israel. Hay que remontarse muy atrás, más de diez siglos antes del nacimiento de Jesús. En tiempos del profeta Samuel, cuando Israel se estaba organizando como nación y dándose sus instituciones, pidieron a Dios que les diera un rey, para que los gobernara, igual que las demás naciones. La cosa podía ser grave, pues era un dogma en Israel, que «Yahveh es Rey». La petición, sin embargo, fue concedida y manda Dios a Samuel a que busque entre los hijos de Jesé, que vivía en Belén, el rey prometido.

Cuando Samuel llegó a Belén convocó a Jesé y a sus hijos y fueron desfilando uno tras otro ante el profeta. Pero quien fue elegido fue el pequeño David que estaba guardando el rebaño. Fue llamado y, por mandato de Dios, ungido por Samuel. Y a partir de entonces, vino sobre David el espíritu de Yahveh (ver 1Sam 16,1ss). Israel esperaba un Ungido, nacido en Belén como David y lleno del espíritu del Señor.

Por eso Herodes temía aunque el nacido en Belén fuera de origen humilde. Herodes dice a los magos cínicamente: «Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando lo encontréis comunicádmelo, para ir también yo a adorarle». Pero ya sabemos que los estaba engañando. Lo que quiere Herodes es eliminarlo. Su lucha es contra el Ungido del Señor, el Mesías, el Cristo. Su lucha es contra Dios mismo. A él se le deben citar las palabras del sabio Gamaliel acerca del anuncio del Evangelio: «Si la obra es de Dios no podréis destruirla» (Hch 5,39). La historia ha demostrado el desenlace de esta lucha: Herodes acabó tristemente y Cristo reina en el corazón de millones de hombres y mujeres.

Los Magos del Oriente

La denominación «Magos de Oriente» que se da a los personajes que llegan a Jerusalén guiados por la estrella, indica personajes de proverbial sabiduría, sabios astrólogos de pueblos muy lejanos y considerados exóticos desde el punto de vista de Israel. Si algo se puede afirmar claramente de ellos es que están alejadísimos de Israel y de sus tradiciones. La tradición los llama «reyes», porque influye la profecía de Isaías sobre Jerusalén, que se lee en esta solemnidad en la primera lectura: «¡Arriba, resplandece, que ha llegado tu luz…! Caminarán las naciones a tu luz y los reyes al resplandor de tu alborada… las riquezas de las naciones vendrán a ti… todos ellos de Sabá vienen portadores de oro e incienso y pregonando alabanzas al Señor» (Is 60,1-6). Así queda en evidencia que el que ha nacido en el mundo es el «Rey de reyes y Señor de señores» (Ap 19,16).

Ellos tuvieron noticia del nacimiento del Salvador, pues el que ha nacido es el Salvador de todo hombre. Por eso, llegando donde estaba el Niño con María su madre, «postrándose, lo adoraron». Un judío tiene prohibido estrictamente por la ley postrarse ante nadie fuera del Dios verdadero. Aquí los magos se postran y adoran a Jesús. Y el Evangelista San Mateo lejos de reprobar esta actitud la aprueba. Es que están ante el verdadero Dios.

También sus regalos indican la percepción que se les ha concedido del misterio del este Niño: «Abrieron sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra». Un antiguo comentario aclara el sentido: «Oro, como a Rey soberano; incienso, como a Dios verdadero y mirra, como al que ha de morir». Estos Magos de Oriente tenían un conocimiento de misterio de Cristo mucho más claro que los mismos sabios de Israel. De esta manera se quiere expresar que Jesús es el Salvador de todo ser humano.

https://www.youtube.com/watch?v=_wCtPLWmqKo

Una palabra del Santo Padre:

«En su camino, los Magos encuentran muchas dificultades. Cuando llegan a Jerusalén van al palacio del rey, porque consideran algo natural que el nuevo rey nazca en el palacio real. Allí pierden de vista la estrella. Cuántas veces se pierde de vista la estrella. Y encuentran una tentación, puesta ahí por el diablo, es el engaño de Herodes. El rey Herodes muestra interés por el niño, pero no para adorarlo, sino para eliminarlo. Herodes es un hombre de poder, que sólo consigue ver en el otro a un rival. Y en el fondo, también considera a Dios como un rival, más aún, como el rival más peligroso. En el palacio los Magos atraviesan un momento de oscuridad, de desolación, que consiguen superar gracias a la moción del Espíritu Santo, que les habla mediante las profecías de la Sagrada Escritura. Éstas indican que el Mesías nacerá en Belén, la ciudad de David.

En este momento, retoman el camino y vuelven a ver la estrella. El evangelista apunta que experimentaron una «inmensa alegría» (Mt 2,10), una verdadera consolación. Llegados a Belén, encontraron «al niño con María, su madre» (Mt 2,11). Después de lo ocurrido en Jerusalén, ésta será para ellos la segunda gran tentación: rechazar esta pequeñez. Y sin embargo: «cayendo de rodillas lo adoraron», ofreciéndole sus dones preciosos y simbólicos. La gracia del Espíritu Santo es la que siempre los ayuda. Esta gracia que, mediante la estrella, los había llamado y guiado por el camino, ahora los introduce en el misterio. Esta estrella que les ha acompañado durante el camino los introduce en el misterio. Guiados por el Espíritu, reconocen que los criterios de Dios son muy distintos a los de los hombres, que Dios no se manifiesta en la potencia de este mundo, sino que nos habla en la humildad de su amor. El amor de Dios es grande, sí. El amor de Dios es potente, sí. Pero el amor de Dios es humilde, muy humilde. De ese modo, los Magos son modelos de conversión a la verdadera fe porque han dado más crédito a la bondad de Dios que al aparente esplendor del poder.

Y ahora nos preguntamos: ¿Cuál es el misterio en el que Dios se esconde? ¿Dónde puedo encontrarlo? Vemos a nuestro alrededor guerras, explotación de los niños, torturas, tráfico de armas, trata de personas… Jesús está en todas estas realidades, en todos estos hermanos y hermanas más pequeños que sufren tales situaciones (cf. Mt 25, 40.45). El pesebre nos presenta un camino distinto al que anhela la mentalidad mundana. Es el camino del anonadamiento de Dios, de esa humildad del amor de Dios que se abaja, se anonada, de su gloria escondida en el pesebre de Belén, en la cruz del Calvario, en el hermano y en la hermana que sufren.

Los Magos han entrado en el misterio. Han pasado de los cálculos humanos al misterio, y éste es el camino de su conversión. ¿Y la nuestra? Pidamos al Señor que nos conceda vivir el mismo camino de conversión que vivieron los Magos. Que nos defienda y nos libre de las tentaciones que oscurecen la estrella. Que tengamos siempre la inquietud de preguntarnos, ¿dónde está la estrella?, cuando, en medio de los engaños mundanos, la hayamos perdido de vista. Que aprendamos a conocer siempre de nuevo el misterio de Dios, que no nos escandalicemos de la “señal”, de la indicación, de aquella señal anunciada por los ángeles: «un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12), y que tengamos la humildad de pedir a la Madre, a nuestra Madre, que nos lo muestre. Que encontremos el valor de liberarnos de nuestras ilusiones, de nuestras presunciones, de nuestras “luces”, y que busquemos este valor en la humildad de la fe y así encontremos la Luz, Lumen, como han hecho los santos Magos. Que podamos entrar en el misterio. Que así sea.».

Francisco. Homilía en la Solemnidad de la Epifanía del Señor. 6 de enero de 2015

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. Vemos claramente dos actitudes realmente opuestas ante el recién Niño Jesús: los magos del Oriente y Herodes. Ante el misterio de Jesús Sacramentado en el altar, ¿cuál es mi actitud? ¿Cómo me aproximo ante Jesús que realmente está presente en la Santa Eucaristía?

2. Los sabios del Oriente le hacen tres ofrendas al Niño. ¿Qué le voy a ofrecer a Jesús para este año que iniciamos?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 525 -526.528-530.

Written by Rafael De la Piedra