«Tú eres mi Hijo Amado, el predilecto»
Bautismo del Señor. Ciclo C – 13 de enero de 2019
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 3, 15-16.21-22
Sin que aparezca la palabra «novedad» en los textos litúrgicos, todos ellos se refieren, en cierta manera, a la novedad de la acción de Dios en la historia. Es nuevo el lenguaje de Dios en Isaías (Isaías 40, 1-5.9-11): «ha terminado la esclavitud…, que todo valle sea elevado y todo monte y cerro rebajado…, ahí viene el Señor Yahveh con poder y su brazo lo sojuzga todo». Es absolutamente nuevo que Jesús sea bautizado por Juan, que el cielo se abra, que el Espíritu descienda en forma de paloma, que se oiga una voz del cielo: «Tú eres mi hijo predilecto». Es nueva la realidad del hombre que ha recibido el bautismo (Tito 2, 11-14; 3, 4-7): «un baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Señor» (San Lucas 3, 15-16.21-22).
La novedad sólo puede venir de Dios
El hombre, desde los mismos inicios, lleva la huella del pecado original. Se trata de una realidad común a toda la humanidad. Esta es la triste condición humana. El hombre puede gritar, desesperarse, blasfemar; o puede sentir el peso de la culpa, pedir perdón y ayuda, esperar. Lo que está claro es que sólo Dios puede echarle una mano; sólo Dios puede cambiar su vieja condición pecadora en pura novedad de gracia y misericordia.
Está igualmente claro que Dios siempre está de parte del hombre y actúa en favor de él, porque «ha sido creado a imagen y semejanza suya». La liturgia presenta tres momentos históricos de la intervención de Dios: primero interviene para liberar al pueblo israelita de la esclavitud de Babilonia (primera lectura), luego para revelar al mundo la filiación divina de Jesús (Evangelio), finalmente para manifestar a los hombres la nueva situación creada en quienes han recibido el bautismo (segunda lectura). La consecuencia es lógica: Si Dios ha intervenido en el pasado con una irrupción de vida y esperanza nuevas, Dios interviene en el presente e intervendrá en el futuro, porque el nombre más propio de Dios es la fidelidad.
La manifestación de Jesús
La manifestación («epifanía») de Jesús se realiza en tres momentos. En los tres se trata de poner en evidencia ante los hombres quién es Jesús. El primer momento es el que se recuerda en la solemnidad de la Epifanía que celebrábamos el Domingo pasado: llegan tres magos de oriente preguntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?». Cuando lo encuentran le ofrecen dones: oro como a Rey, incienso como a Dios y mirra como a quien ha de morir. Empezamos a comprender quién es este Niño que nació en medio de nosotros tan ignorado.
El segundo momento ocurre en el bautismo de Jesús por medio de Juan en el Jordán. Es el momento que celebramos este Domingo. El mismo Juan responde acerca de su bautismo: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis… yo he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel» (Jn 1,26.31). Esa manifestación es la que nos narra el Evangelio de hoy. El tercer momento ocurre en las bodas de Caná. Este pasaje, que es el Evangelio del próximo Domingo, termina diciendo el Evangelista: «En Caná de Galilea comenzó Jesús sus señales, manifestó su gloria y creyeron en él sus discípulos» (Jn 2,11).
El pueblo estaba a la espera…
El Evangelio de hoy nos informa sobre el ambiente que se vivía en Israel cuando Jesús comienza su ministerio público. Las personas más sensibles a los caminos de Dios presentían que estaba cerca el momento en que Dios iba a cumplir su promesa de salvación (enviando al Cristo, al Mesías anunciado en los profetas). En esto tenían razón, porque el Cristo ya estaba en medio de ellos, pero no en su identificación. «Como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo». Juan rectifica inmediatamente, indicando lo más esencial del Cristo: estará lleno del Espíritu Santo. Así estaba anunciado. Y no sólo estará lleno del Espíritu, sino que Él lo comunicará a los hombres.
David había sido establecido como rey en Israel por medio de la unción por parte del profeta Samuel. David era entonces un Ungido (un Mesías). Pero no fue la unción la que hizo de él el gran rey que recuerda la historia, sino el Espíritu de Dios que por medio de ese signo visible le había sido comunicado. Había que atribuir todo lo grande que fue David al Espíritu de Dios que estaba en él. Juan bien sabía esto. Por eso lo expresa de la manera más evidente: «El Cristo bautizará en Espíritu Santo».
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El Espíritu Santo
Habiendo sido bautizado Jesús, «se abrió el cielo y bajó sobre Él el Espíritu Santo en forma corporal como una paloma». Hay algo insólito en esta descripción que no debe pasar inadvertido. El texto dice literalmente que el Espíritu bajó «en forma corporal» (en griego: «somatikó»). ¿Cómo es posible un espíritu corporal? El Espíritu es inmaterial. Pero en este caso era necesario que se viera, para que quedara en evidencia que en Jesús se cumplen las palabras de Dios sobre el Mesías esperado: «He puesto mi Espíritu sobre él». Y como si este signo no fuera suficiente para identificar al Cristo, una voz del cielo le dice: «Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy».
En los episodios siguientes Lucas insiste sobre la presencia del Espíritu en Jesús. Después del bautismo dice: «Jesús, lleno del Espíritu Santo, se volvió del Jordán y era conducido por el Espíritu en el desierto» (Lc 4,1). Y concluida la narración de las tentaciones, agrega: «Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu» (Lc 4,14). Pero, sobre todo, es Jesús mismo el que, entrando en la sinagoga de Nazaret, lee la profecía de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido». Y la comenta así: «Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy» (Lc 4,18.21). Es lo mismo que afirmar: «Esta profecía se refiere a mí, yo soy el que poseo el Espíritu del Señor, yo soy el Ungido, el Mesías».
Siendo uno de la Trinidad, Jesús posee el Espíritu desde la eternidad. Pero en cuanto se ha hecho hombre lo recibe para realizar la obra de la redención y comunicarlo a los hombres. Por eso «Él bautiza en el Espíritu Santo». El Espíritu, que recibimos de Cristo, después que Él lo ha recibido del Padre, nos configura con Él, sobre todo, en su condición de Hijo de Dios. San Pablo lo dice de manera insuperable: «Habéis recibido un Espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar: ‘¡Abba, Padre!’ El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios» (Rom 8,15-16).
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Una palabra del Santo Padre:
«Vosotros lleváis al bautismo a vuestros hijos y este es el primer paso para esa tarea que vosotros tenéis, la tarea de la transmisión de la fe. Pero tenemos necesidad del Espíritu Santo para transmitir la fe, solos no podemos. Poder transmitir la fe es una gracia del Espíritu Santo, la posibilidad de transmitirla; y es por eso que vosotros lleváis a vuestros hijos, para que reciban al Espíritu Santo, reciban la Trinidad —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo— que habitará en sus corazones.
Quisiera deciros solo una cosa, que se refiere a vosotros: la transmisión de la fe se puede hacer solo «en dialecto», en el dialecto de la familia, en el dialecto de papá y mamá, del abuelo, de la abuela.
Después llegarán los catequistas para desarrollar esta primera transmisión con ideas, con explicaciones… Pero no os olvidéis de esto: se hace «en dialecto» y si falta el dialecto, si en casa no se habla entre los padres en la lengua del amor, la transmisión no es tan fácil, no se podrá hacer. No os olvidéis. Vuestra tarea es transmitir la fe pero hacerlo con el dialecto del amor de vuestra casa, de la familia.
También ellos [los niños] tienen su propio «dialecto» ¡que nos sienta bien escuchar! Ahora todos están callados, ¡pero basta que uno dé el tono para que después continúe la orquesta! ¡El dialecto de los niños!
Y Jesús nos aconseja ser como ellos, hablar como ellos. Nosotros no debemos olvidar esta lengua de los niños, que hablan como pueden, pero es la lengua que gusta tanto a Jesús.
Y en vuestras oraciones sed simples como ellos, decid a Jesús lo que hay en vuestro corazón como lo dicen ellos. Hoy lo dirán con el llanto, sí, como hacen los niños. El dialecto de los padres que es el amor por transmitir la fe, y el dialecto de los niños que debe ser acogido por los padres para crecer en la fe.
Continuaremos ahora la ceremonia; y si ellos comienzan con el concierto es porque no están cómodos o tienen demasiado calor o no se sienten a gusto o tienen hambre… Si tienen hambre, amamantadles, sin miedo, dadles de comer, porque también este es un lenguaje de amor».
Papa Francisco. Homilía en la Fiesta del Bautismo del Señor. 7 de enero de 2018.
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. En el Catecismo se dice que el bautismo imprime carácter, es decir, el bautismo se recibe una sola vez y para toda la vida. ¿Qué pasa, entonces, cuando no se vive como cristiano? ¿Cuando se vive indiferente a la propia fe? ¿Cuándo se tiene más fe en horóscopos y supersticiones que las verdades que Dios nos ha transmitido?
2. “Recuerda que eres un bautizado”, “Sé lo que eres, vive lo que eres”. ¿Soy consciente del compromiso que he asumido con mi bautismo?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1262 – 1274.