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«Tú eres mi Hijo Amado, el predilecto»

Bautismo del Señor. Ciclo C
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 3, 15-16.21-22

Sin que aparezca la palabra «novedad» en los textos litúrgicos, todos ellos se refieren, en cierta manera, a la novedad de la acción de Dios en la historia. Es nuevo el lenguaje de Dios en Isaías : «ha terminado la esclavitud…, que todo valle sea elevado y todo monte y cerro rebajado…, ahí viene el Señor Yahveh con poder y su brazo lo sojuzga todo».  Es absolutamente nuevo que Jesús sea bautizado por Juan, que el cielo se abra, que el Espíritu descienda en forma de paloma, que se oiga una voz del cielo: «Tú eres mi hijo predilecto». Es nueva la realidad del hombre que ha recibido el bautismo: «un baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Señor».

Nota: en el presente año C, pueden utilizarse también las siguientes lecturas:
PRIMERA LECTURA: Isaías 42, 1-4. 67
SEGUNDA LECTURA: Hechos de los apóstoles 10, 34-38

La novedad sólo puede venir de Dios

El hombre, desde los mismos inicios, lleva la huella del pecado original. Se trata de una realidad común a toda la humanidad. Esta es la triste condición humana. El hombre puede gritar, desesperarse, blasfemar; o puede sentir el peso de la culpa, pedir perdón y ayuda, esperar. Lo que está claro es que sólo Dios puede echarle una mano; sólo Dios puede cambiar su vieja condición pecadora en pura novedad de gracia y misericordia.

Está igualmente claro que Dios siempre está de parte del hombre y actúa en favor de él, porque «ha sido creado a imagen y semejanza suya». La liturgia presenta tres momentos históricos de la intervención de Dios: primero interviene para liberar al pueblo israelita de la esclavitud de Babilonia (Isaías 40, 1-5.9-11), luego para revelar al mundo la filiación divina de Jesús (San Lucas 3, 15-16.21-22) , finalmente para manifestar a los hombres la nueva situación creada en quienes han recibido el bautismo (Tito 2, 11-14; 3, 4-7). La consecuencia es lógica: Si Dios ha intervenido en el pasado con una irrupción de vida y esperanza nuevas, Dios interviene en el presente e intervendrá en el futuro, porque el nombre más propio de Dios es la fidelidad.

La manifestación de Jesús

La manifestación («epifanía») de Jesús se realiza en tres momentos. En los tres se trata de poner en evidencia ante los hombres quién es Jesús. El primer momento es el que se recuerda en la solemnidad de la Epifanía que celebrábamos el Domingo pasado: llegan tres magos de oriente preguntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?». Cuando lo encuentran le ofrecen dones: oro como a Rey, incienso como a Dios y mirra como a quien ha de morir. Empezamos a comprender quién es este Niño que nació en medio de nosotros tan ignorado.

El segundo momento ocurre en el bautismo de Jesús por medio de Juan en el Jordán. Es el momento que celebramos este Domingo. El mismo Juan responde acerca de su bautismo: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis… yo he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel» (Jn 1,26.31). Esa manifestación es la que nos narra el Evangelio de hoy. El tercer momento ocurre en las bodas de Caná. Este pasaje, que es el Evangelio del próximo Domingo, termina diciendo el Evangelista: «En Caná de Galilea comenzó Jesús sus señales, manifestó su gloria y creyeron en él sus discípulos» (Jn 2,11).

El pueblo estaba a la espera…

El Evangelio de hoy nos informa sobre el ambiente que se vivía en Israel cuando Jesús comienza su ministerio público. Las personas más sensibles a los caminos de Dios presentían que estaba cerca el momento en que Dios iba a cumplir su promesa de salvación (enviando al Cristo, al Mesías anunciado en los profetas). En esto tenían razón, porque el Cristo ya estaba en medio de ellos, pero no en su identificación. «Como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazo¬nes acerca de Juan, si no sería él el Cristo». Juan rectifica inmediatamente, indicando lo más esencial del Cristo: estará lleno del Espíritu Santo. Así estaba anunciado. Y no sólo estará lleno del Espíritu, sino que Él lo comunicará a los hombres.

David había sido establecido como rey en Israel por medio de la unción por parte del profeta Samuel. David era entonces un Ungido (un Mesías). Pero no fue la unción la que hizo de él el gran rey que recuerda la historia, sino el Espíritu de Dios que por medio de ese signo visible le había sido comunicado. Había que atribuir todo lo grande que fue David al Espíritu de Dios que estaba en él. Juan bien sabía esto. Por eso lo expresa de la manera más evidente: «El Cristo bautizará en Espíritu Santo».

El Espíritu Santo

Habiendo sido bautizado Jesús, «se abrió el cielo y bajó sobre Él el Espíritu Santo en forma corporal como una paloma». Hay algo insólito en esta descripción que no debe pasar inadvertido. El texto dice literalmente que el Espíritu bajó «en forma corporal» (en griego: «somatikó»). ¿Cómo es posible un espíritu corporal? El Espíritu es inmaterial. Pero en este caso era necesario que se viera, para que quedara en evidencia que en Jesús se cumplen las palabras de Dios sobre el Mesías esperado: «He puesto mi Espíritu sobre él». Y como si este signo no fuera suficiente para identificar al Cristo, una voz del cielo le dice: «Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy».

En los episodios siguientes Lucas insiste sobre la presencia del Espíritu en Jesús. Después del bautismo dice: «Jesús, lleno del Espíritu Santo, se volvió del Jordán y era conducido por el Espíritu en el desierto» (Lc 4,1). Y concluida la narración de las tentaciones, agrega: «Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu» (Lc 4,14). Pero, sobre todo, es Jesús mismo el que, entrando en la sinagoga de Nazaret, lee la profecía de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido». Y la comenta así: «Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy» (Lc 4,18.21). Es lo mismo que afirmar: «Esta profecía se refiere a mí, yo soy el que poseo el Espíritu del Señor, yo soy el Ungido, el Mesías».

Siendo uno de la Trinidad, Jesús posee el Espíritu desde la eternidad. Pero en cuanto se ha hecho hombre lo recibe para realizar la obra de la redención y comunicarlo a los hombres. Por eso «Él bautiza en el Espíritu Santo». El Espíritu, que recibimos de Cristo, después que Él lo ha recibido del Padre, nos configura con Él, sobre todo, en su condición de Hijo de Dios. San Pablo lo dice de manera insuperable: «Habéis recibido un Espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar: ‘¡Abba, Padre!’ El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios» (Rom 8,15-16).

Una palabra del Santo Padre:

«Decía: es la fe de la Iglesia. Esto es muy importante. El Bautismo nos introduce en el cuerpo de la Iglesia, en el pueblo santo de Dios. Y en este cuerpo, en este pueblo en camino, la fe se transmite de generación en generación: es la fe de la Iglesia. Es la fe de María, nuestra Madre, la fe de san José, de san Pedro, de san Andrés, de san Juan, la fe de los Apóstoles y de los mártires, que llegó hasta nosotros, a través del Bautismo: una cadena de trasmisión de fe. ¡Es muy bonito esto!

Es un pasar de mano en mano la luz de la fe: lo expresaremos dentro de un momento con el gesto de encender las velas en el gran cirio pascual. El gran cirio representa a Cristo resucitado, vivo en medio de nosotros. Vosotras, familias, tomad de Él la luz de la fe para transmitirla a vuestros hijos. Esta luz la tomáis en la Iglesia, en el cuerpo de Cristo, en el pueblo de Dios que camina en cada época y en cada lugar. Enseñad a vuestros hijos que no se puede ser cristiano fuera de la Iglesia, no se puede seguir a Jesucristo sin la Iglesia, porque la Iglesia es madre, y nos hace crecer en el amor a Jesucristo.

Un último aspecto surge con fuerza de las lecturas bíblicas de hoy: en el Bautismo somos consagrados por el Espíritu Santo. La palabra «cristiano» significa esto, significa consagrado como Jesús, en el mismo Espíritu en el que fue inmerso Jesús en toda su existencia terrena. Él es el «Cristo», el ungido, el consagrado, los bautizados somos «cristianos», es decir consagrados, ungidos. Y entonces, queridos padres, queridos padrinos y madrinas, si queréis que vuestros niños lleguen a ser auténticos cristianos, ayudadles a crecer «inmersos» en el Espíritu Santo, es decir, en el calor del amor de Dios, en la luz de su Palabra.

Por eso, no olvidéis invocar con frecuencia al Espíritu Santo, todos los días. «¿Usted reza, señora?» —«Sí» —«¿A quién reza?» —«Yo rezo a Dios» —Pero «Dios», así, no existe: Dios es persona y en cuanto persona existe el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. «¿Tú a quién rezas?» —«Al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo». Normalmente rezamos a Jesús. Cuando rezamos el «Padrenuestro», rezamos al Padre. Pero al Espíritu Santo no lo invocamos tanto. Es muy importante rezar al Espíritu Santo, porque nos enseña a llevar adelante la familia, los niños, para que estos niños crezcan en el clima de la Trinidad santa. Es precisamente el Espíritu quien los lleva adelante. Por ello no olvidéis invocar a menudo al Espíritu Santo, todos los días. Podéis hacerlo, por ejemplo, con esta sencilla oración: «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor». Podéis hacer esta oración por vuestros niños, además de hacerlo, naturalmente, por vosotros mismos.».

Francisco. Homilía en la Fiesta del Bautismo del Señor. 11 de enero de 2015.

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. En el Catecismo se dice que el bautismo imprime carácter, es decir, el bautismo se recibe una sola vez y para toda la vida. ¿Qué pasa, entonces, cuando no se vive como cristiano? ¿Cuando se vive indiferente a la propia fe? ¿Cuándo se tiene más fe en horóscopos y supersticiones que las verdades que Dios nos ha transmitido?

2. “Recuerda que eres un bautizado”, “Sé lo que eres, vive lo que eres”. ¿Soy consciente del compromiso que he asumido con mi bautismo?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1262 – 1274.

https://www.youtube.com/watch?v=ylSjq2CzCGo

Written by Rafael De la Piedra