«¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
Domingo de la Semana 4ª de Cuaresma. Ciclo A – 22 de marzo de 2020
Lectura del Santo Evangelio según San Juan 9,1-41
En tiempos de corona virus, justamente las lecturas de este domingo nos hablan de curación y sanidad en Jesús. El pasaje de la curación del ciego de nacimiento nos ofrece un tema que entrelaza todas las lecturas de este cuarto Domingo de Cuaresma: «Jesús es la verdadera luz que ilumina nuestras tinieblas» (San Juan 9,1-41). El ciego de nacimiento pasa de la oscuridad de la ceguera, considerada como consecuencia del pecado, a la luz por obra y poder del amor sanador de Jesucristo. Vemos como esta misma verdad la repite San Pablo en su carta a los Efesios: «antes eran tinieblas, ahora sois luz en el Señor» (Efesios 5,8-14). Sin duda es muy aleccionadora la elección del David como guía de su pueblo (Primer libro de Samuel 16,1.6-7.10-13a). Él era el más pequeño de la casa de Jesé, era pastor y era solamente un muchacho. Sin embargo, Dios lo escoge para regir los destinos de su pueblo Israel y para ser el arquetipo del prometido Mesías. La experiencia de encuentro con Dios vivo iluminará y transformará completamente su vida.
¿Quién pecó…para que haya nacido ciego?»
La lectura evangélica es un largo relato[1], lleno de dramatismo, que va creciendo hasta un punto culminante, cuando el ciego que ha recobrado la vista dice a Jesús: «’Creo, Señor’. Y se postró ante él». El Evangelio parte con la presentación de un ciego de nacimiento, que pasa por la recuperación de la vista física hasta llegar a la plena luz de la fe. Y este cambio tan radical sucedió en él por su encuentro con Jesús. Por eso Jesús dice: «Mientras estoy en el mundo soy la luz del mundo». En todo el relato se superponen la realidad de la ceguera con el pecado. El pecado, según la doctrina religiosa judía, era considerado como una contaminación moral que afectaba la totalidad de la persona[2]. Por ello, al ser muy grave, se manifestaba en una enfermedad o mal físico. Asimismo, se consideraba que esta contaminación se transmitía de padres a hijos. Esto queda de manifiesto cuando los discípulos le preguntan al Señor: «Maestro, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?».
Como se deduce de la pregunta, los males físicos, las enfermedades, – incluso los accidentes terribles y la muerte violenta (Ver Lc 13,1-2. 4) -, eran vistos como un castigo por la infidelidad a Dios, por los pecados, por la impureza moral. Sin embargo, al Señor no le interesa responder «académicamente» a la cuestión, y, aprovechando esta oportunidad para educar a sus discípulos, ofrece una respuesta inesperada, que trasciende lo específicamente preguntado. En efecto, la respuesta del Señor Jesús hace notar a sus discípulos que la ceguera no es un «castigo» para aquél hombre, sino que será la ocasión para experimentar la misericordia del Padre. La recuperación de la vista física del ciego de nacimiento es un signo de la vista espiritual, cuya expresión máxima es la fe. Su primera comprensión de la identidad de Jesús está expresada en estas palabras: «Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: ‘Vete a Siloé y lávate’. Yo fui, me lavé y vi». Se trata de una comprobación empírica, física, natural: un hombre que se llama Jesús.
Discutiendo con los fariseos
Sigue el relato y el ciego es llevado donde los fariseos que se pierden en una acalorada discusión acerca del carácter religioso del hecho milagroso realizado el «sábado»[3]. Y ellos, «los separados», los que conocían y observaban rigurosamente la ley, le preguntan al pobre ciego: «¿Tú, qué dices de él?». Viene inmediatamente la respuesta que era de esperar: «Que es un profeta». Ya no es un simple hombre sino es un «hombre de Dios». Estaba empezando a ver la luz pero tenía que dar aún un paso adelante. Mientras tanto los fariseos rechazando la luz decían: «Ese hombre es un pecador… no sabemos de dónde es», el ciego se mantenía firme en su posición: «Sabemos que Dios no escucha a los pecadores…». Lo que más le sorprende es que los fariseos, debiendo «ver» no vean: «Eso es lo extraño: que vosotros no sepáis de dónde es y que me haya abierto a mí los ojos». Los fariseos se sienten indignados ya que no aceptan que él venga a darles lecciones «y lo echaron fuera». A causa de Jesús, fue arrojado de la sinagoga.
«¿Tú crees en el Hijo del hombre?»
Jesús quiso entonces darle la plenitud de la luz. La vista física que había recuperado no es más que un signo de ésta. Se le hace el encontradizo y le pregunta: «¿Tú crees en el Hijo del hombre[4]?». El ciego le dice: «¿Y quién es Señor para que crea en él?». La respuesta de Jesús tiene un doble sentido: «Lo has visto: es el que está hablando contigo». En esta frase se encuentran los dos sentidos de la vista: físico y espiritual, es decir, la visión natural y la fe. Y en la reacción del ciego se encuentra un reconocimiento de la verdadera identidad de Jesús: Dios y Hombre. El ciego ve a un hombre con la vista física que ha recuperado; pero confiesa a Dios con la fe: «’Creo, Señor’. Y se postró ante Él». Es un reconocimiento de la divinidad, pues los judíos tienen esta estricta ley: «Sólo ante el Señor, tu Dios, te postrarás y a él sólo darás culto» (Mt 4,10, citada por Jesús para rechazar al diablo). Al ciego de nacimiento se le habían abierto también los ojos de la fe, que le permitían ver la verdadera «luz del mundo». Esto nos recuerda cuando Jesús dijo: «Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25).
«Vivid como hijos de la luz»
A base de contraponer luz y tinieblas, es decir conducta cristiana y pagana, justicia y pecado, el después y el antes del bautismo; San Pablo exhorta a los cristianos de la comunidad de Éfeso a caminar y vivir como «hijos de la Luz» viviendo como Jesucristo vivió (Ef 5,1-2). El que es de la luz pertenece a Dios (Ef 5,8). La luz es considerada uno de los signos bautismales hasta nuestros días. Antiguamente los catecúmenos una vez bautizados pasaban a la categoría de «iluminados». El cristiano además de ser iluminado por Dios Padre en Jesucristo, es también ungido por su Espíritu en el Bautismo. La fe es siempre un don, pues la recibimos gratuitamente de Dios y Él la da a todos pero sobre todo a los que son menos útiles a los ojos del mundo (ver 1Co 1, 26 – 31). Así aparece en la Primera Lectura, cuando el profeta unge a David, el último entre ocho hermanos, como rey de Israel, «porque el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón». Esta unción que en el Antiguo Testamento fue propia de reyes, sacerdotes y profetas tuvo lugar después en el Ungido (Cristo) por excelencia, el Mesías, el nuevo David; y de ella participamos todos los bautizados en Jesús.
https://www.youtube.com/watch?v=LKfgd-eR0-E
Una palabra del Santo Padre:
«Este episodio nos lleva a reflexionar sobre nuestra fe, nuestra fe en Cristo, el Hijo de Dios, y al mismo tiempo se refiere también al Bautismo, que es el primer sacramento de la fe: el sacramento que nos hace “venir a la luz”, mediante el renacimiento del agua y del Espíritu Santo; así como le sucede al ciego de nacimiento, al cual se le abren los ojos después de haberse lavado en el agua de la piscina de Siloé. El ciego de nacimiento sanado nos representa cuando no nos damos cuenta de que Jesús es la luz, es «la luz del mundo», cuando miramos a otro lado, cuando preferimos confiar en pequeñas luces, cuando nos tambaleamos en la oscuridad. El hecho de que ese ciego no tenga un nombre nos ayuda a reflejarnos con nuestro rostro y nuestro nombre en su historia. También nosotros hemos sido “iluminados” por Cristo en el Bautismo, y por ello estamos llamados a comportarnos como hijos de la luz. Y comportarse como hijos de la luz exige un cambio radical de mentalidad, una capacidad de juzgar hombres y cosas según otra escala de valores, que viene de Dios. El sacramento del Bautismo, efectivamente, exige la elección de vivir como hijos de la luz y caminar en la luz. Si ahora os preguntase: “¿Creéis que Jesús es el Hijo de Dios? ¿Creéis que puede cambiaros el corazón? ¿Creéis que puede hacer ver la realidad como la ve Él, no como la vemos nosotros? ¿Creéis que Él es la luz, nos da la verdadera luz?” ¿Qué responderíais? Que cada uno responda en su corazón.
¿Qué significa tener la verdadera luz, caminar en la luz? Significa ante todo abandonar las luces falsas: la luz fría y fatua del prejuicio contra los demás, porque el prejuicio distorsiona la realidad y nos carga de rechazo contra quienes juzgamos sin misericordia y condenamos sin apelo. ¡Este es el pan de todos los días! Cuando se chismorrea sobre los demás, no se camina en la luz, se camina en las sombras. Otra falsa luz, porque es seductora y ambigua, es la del interés personal: si valoramos hombres y cosas en base al criterio de nuestra utilidad, de nuestro placer, de nuestro prestigio, no somos fieles la verdad en las relaciones y en las situaciones. Si vamos por este camino del buscar solo el interés personal, caminamos en las sombras».
Papa Francisco. Ángelus en el IV domingo de Cuaresma, 26 de marzo de 2017
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1.Nuestros obispos latinoamericanos han dicho que «las angustias y frustraciones han sido causadas, si las miramos a la luz de la Fe, por el pecado, que tiene dimensiones personales y sociales muy amplias» (Puebla, Conclusiones 73). ¿Me doy cuenta del daño que hago a los demás por mi pecado?
2. Por mi bautismo soy «Hijo de la Luz». ¿Qué significa vivir como «hijo de la Luz»?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 385; 748; 1216; 2087- 2089
[1] La lectura de este Domingo es el capítulo 9 completo del Evangelio de San Juan.
[2] El origen primero de la enfermedad y de la muerte debe ser buscado, evidentemente, en el pecado y en la caída (ver el relato de Gn 3). Está claro asimismo que la violación de las leyes físicas y morales, conduce, con mucha frecuencia a la enfermedad y al desequilibrio psíquico (Pr 2:16-19; 23:29-32). Sin embargo, vemos en el Antiguo Testamento como la enfermedad puede ser el castigo de un pecado concreto (Dt 28:58-61: 2S 24:15; 2R 5:27), o puede provenir de las faltas de los padres (Éx 20:5).
[3] Los escritos rabínicos post-exílicos fomentaron una interpretación sumamente estricta del descanso del sábado y esto llevado a una complicada casuística que convirtió en una carga insoportable la «alegría» en la observancia del sábado (ver Is 58,13). Estas normas fueron causa de frecuentes conflictos entre Jesús y los fariseos.
[4] Hijo del hombre. Este término aparece ochenta y dos veces en los Evangelios con referencia a Jesús y sólo tres veces en el resto del Nuevo Testamento. En los Evangelios sólo Jesús lo usa, a excepción de Juan (12,34). Era la manera como Jesús prefería denominarse a sí mismo y a su ministerio mesiánico. En el libro de Daniel (8,17) es un personaje celestial y apocalíptico que desciende del cielo para tomar el poder de los reinos del mundo al fin de la historia (Dn 7,13).