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«Yo soy la resurrección, el que cree en mí, aunque muera, vivirá» VAR05971 Full view

«Yo soy la resurrección, el que cree en mí, aunque muera, vivirá»

Domingo de la Semana 5ª de Cuaresma. Ciclo A – 29 de marzo de 2020

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 11,1- 45

Nuevamente tenemos una lectura muy impresionante en la vida de Jesús. Vemos que el tema de este domingo es la victoria de la vida sobre la muerte. Esta victoria se dará en el misterio central de la vida de Jesucristo: Pasión, Muerte y Resurrección, pero ya se prefigura en la impresionante visión del profeta Ezequiel[1] en la que los huesos muertos que recobran vida (Ezequiel 37,12-14) y, sobre todo, en la resurrección de Lázaro (San Juan 11,1- 45). El tema de fondo es de gran interés: la muerte es y ha sido siempre el gran enigma para el género humano. Y lo vemos ahora de manera especial por la situación de fragilidad que todos estamos pasamos. Podemos decir que éste último domingo de Cuaresma llena de esperanza el corazón del hombre, frágil y pecador (Romanos 8,8-11), ya que el «espíritu de Aquel que resucitó a Jesús…habita entre nosotros».

«Infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis»

La visión que tiene el profeta (Ez 37,1-11) se convierte en una parábola[2] (Ez 37, 12-14) al ser ofrecida como una respuesta a una queja que sintetiza el clamor del pueblo durante su cautiverio en Babilonia que completamente desolado se resiste a creer en las promesas consoladoras que Dios les dirigía por medio de los profetas: «Entonces me dijo: «Hijo de hombre, estos huesos son toda la casa de Israel. Mira cómo dicen: Se han secado nuestros huesos y perecido nuestra esperanza, todo ha acabado para nosotros.» (EZ 37,11). Ezequiel nos transmite un mensaje que va más allá de su intención primigenia. Descendiendo a una visión biológica de la muerte, remontándose a los motivos de la creación, operando con el elemento dinámico y recurrente del viento (ruh: espíritu – viento-aliento); el profeta ha dado expresión a las ansias más radicales del ser humano, al mensaje más gozoso de la revelación: la victoria de la vida sobre la muerte.

«Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado»

El Evangelio de este Domingo nos presenta el más grande de los signos realizados por Cristo: la vuelta a la vida de su amigo Lázaro. Esta obra se relaciona con la curación del ciego de nacimiento porque en ambos casos Jesús se refiere al tiempo de que dispone aún para realizar estas obras. Antes de la curación del ciego Jesús dice: «Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar» (Jn 9,4). Y ahora anuncia a sus discípulos su decisión de volver a Judea, a pesar del peligro, asegurándoles que aún le queda tiempo (Jn 11,9-10). Tiene tiempo para obrar la resurrección de Lázaro, porque aún no ha llegado su hora. Pero cuando haya llegado su hora (ver Jn 13,1), ya no habrá más tiempo porque entonces será de noche[3].

Los amigos de Jesús

Lo primero que llama la atención es el gran afecto de Jesús por Lázaro y por sus hermanas Marta y María. La más conocida del grupo es María; ella es la única que es descrita con mayor deten­ción, pues ella hizo un acto de los más hermosos del Evangelio y que revelan un gran amor hacia Jesús: «María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos» (ver Jn 12,3). Lázaro es conocido por su referencia a ella: «Su hermano Lázaro era el enfermo». Toda la amis­tad y confian­za que tenían las hermanas con Jesús queda en evidencia en el mensaje que le mandan: «Se­ñor, aquél a quien tú quieres está enfermo». Como si esto fuera poco, el evangelista explica: «Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro». ¡Podemos imaginar qué hermosa debió ser esta amistad! Las hermanas parecen no pedir nada a Jesús; pero el informar que está enfermo «aquél a quien tú quieres» es ya una súplica apremiante. La enfermedad debió ser grave para que las hermanas mandaran este recado. Por eso parece extraño que Jesús no tenga prisa en acudir junto al enfermo y permanece dos días más donde se encontraba. Luego, Jesús dice a sus discípulos: «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis. Pero vayamos donde él». Jesús había dicho a sus discípulos que la enfermedad de Lázaro no era de muerte, y ahora les dice: «Lázaro ha muerto». Pero parece no importarle esta contradicción, y ahora, que Lázaro está muerto, se decide a ir donde él. La explicación de esta actitud la da Él mismo: «Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorifi­cado por ella».

 Llegando a Betania

El viaje hasta Betania debió tardar al menos cuatro días, pues al llegar a Beta­nia, «Jesús se encontró con que Lázaro lleva­ba ya cuatro días en el sepulcro». Hacer que alguien vuelva a la vida cuando «ya huele mal», cuando aparecen ya las señales de que el cuerpo ha entrado en estado de descomposición, es un signo inconfundible de que Él es más que un profeta. El hecho de que haya esperado hasta el cuarto día de su muerte apunta directamente a la convicción judía de que el espíritu de una persona fallecida permanecía cerca del cuerpo por tres días. Después de eso, se apartaba definitivamente, con lo que desaparecía finalmente toda posibilidad -por parte de un «gran profeta»- de una revivificación. Lázaro ha estado muerto hace ya cuatro días, es decir, un día más allá de toda esperanza, según la convicción judía. Y allí donde ya no hay esperanza sólo la acción directa de Dios puede hacer semejante milagro de hacer volver a alguien de la muerte, pues sólo Dios -Señor y Dador de Vida- es quien «da la vida a los muertos». En Jesús se cumple lo anunciado en la Primera Lectura. Lo paradójico es que este signo evidente e inequívoco de su identidad y misión divina sea justamente el que mueva a los fariseos a decidir quitarlo de en medio anticipando su condena a muerte: «Desde este día, decidieron darle muerte» (Jn 11,53).

«¿Crees tú esto?»

Al encontrarse con Jesús, Marta, expresa la confianza en que Él todavía puede hacer algo: «Aún ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá». Ella parece tener la fe necesaria para obtener de Jesús que su hermano vuelva a la vida. Por eso Jesús le dice que su hermano resucitará. Marta entonces vacila en creer esto, y desvía el tema hacia una verdad adquirida por una parte de los judíos (los del círculo de los fariseos): «Ya sé que resucitará en la resurrección, en el último día». Jesús insiste en lo dicho mediante una declaración solemne de su identidad: «Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siem­pre». Y viene la pregunta decisiva de cuya respuesta dependerá que Jesús pueda actuar o no: «¿Crees tú esto?». Si Marta hubiera respondido: «No, esto no lo creo», no habría existido la base necesaria para que Lázaro volviera a la vida; no se habría entendido que eso ocu­rría por el poder de Jesús, y Dios no habría recibido gloria. Pero Marta responde con una hermosa confesión de fe, la más completa que el Evangelio registra hasta ahora en boca de alguien: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo». Equivale a decir: «Yo creo que tú eres la resurrección y que puedes resucitar a mi hermano». Y sobre esta base de fe, Jesús puede operar este milagro.

El milagro más grande realizado por Jesús

Lo que sigue es mucho más impresionante. Jesús no hace el milagro de manera autónoma. Él quiere que todos comprendan que él es el Hijo de Dios y que su actuación es una con la de su Padre. Por eso, alzando los ojos, ora así: «Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado». Entonces grita: «¡Lázaro, sal fuera!». Y el muerto salió fuera vivo. Dijimos que este milagro se operó gracias a la fe de Marta y de María; pero él mismo despierta la fe, no sólo de los discípulos, sino de todos los presentes: «Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creye­ron en Él».

 Una palabra del Santo Padre:

«Esta celebración, gracias a la Palabra de Dios, está toda iluminada por la fe en la Resurrección. Una verdad que se abrió camino no sin dificultad en el Antiguo Testamento, y que emerge de forma explícita precisamente en el episodio que hemos escuchado, la colecta para el sacrificio expiatorio en favor de los difuntos (2 Mac 12, 43-46).

Toda la divina Revelación es fruto del diálogo entre Dios y su pueblo, y también la fe en la Resurrección está vinculada a este diálogo, que acompaña el camino del pueblo de Dios en la historia. No sorprende que un misterio tan grande, tan decisivo, tan sobrehumano como el de la Resurrección haya requerido todo el itinerario, todo el tiempo necesario, hasta llegar a Jesucristo. Él puede decir: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11, 25), porque en Él este misterio no sólo se revela plenamente, sino que se realiza, tiene lugar, llega a ser realidad por primera vez y definitivamente. El Evangelio que hemos escuchado, que une —según la redacción de san Marcos— el relato de la muerte de Jesús y el del sepulcro vacío, representa la cima de todo ese camino: es el acontecimiento de la Resurrección, que responde a la larga búsqueda del pueblo de Dios, a la búsqueda de todo hombre y de toda la humanidad.

Cada uno de nosotros está invitado a entrar en este acontecimiento. Estamos llamados a estar primero ante la cruz de Jesús, como María, como las mujeres, como el centurión; a escuchar el grito de Jesús y su último suspiro, y, por último, el silencio; ese silencio que se prolonga durante todo el Sábado Santo. Y estamos llamados también a ir al sepulcro, para ver que la gran piedra fue movida; para escuchar el anuncio: «Ha resucitado, no está aquí» (Mc 16, 6). Allí está la respuesta. Allí está el fundamento, la roca. No en «discursos persuasivos de sabiduría», sino en la palabra viviente de la cruz y la resurrección de Jesús.

 Esto es lo que predica el apóstol Pablo: Jesucristo crucificado y resucitado. Si Él no resucitó, nuestra fe es vana e inconsistente. Pero como Él resucitó, es más, Él es la Resurrección, entonces nuestra fe está llena de verdad y de vida eterna».

 Papa Francisco. Misa en sufragio de los Cardenales y Obispos fallecidos durante el año. 3 de noviembre de 2014

https://www.youtube.com/watch?v=9LCT_0GD54w

Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 

1.«El máximo enigma de la vida humana es la muerte». ¿Me siento preparado para morir? La respuesta es realmente difícil.

 2.Miremos el misterio de Cristo desde la realidad que estamos viviendo de Corona Virus.

 3.Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 640; 645-646; 994.

[1]Ezequiel (en hebreo, yehezquel, o sea, Dios fortalece). Uno de los profetas mayores. Por ser hijo de un sacerdote, Buzi,  quizás lo criaron en los alrededores del templo con miras a continuar el oficio de su padre. Sin embargo, debido a la toma militar de su nación en 597 A.C., lo llevaron cautivo a Babilonia, junto con el rey Joaquín y otros nobles (2R 24.14-17). Tal vez permaneció en el cautiverio toda su vida. Se estableció primero con los demás cautivos en Tel Abib. Pero, como cualquier desterrado, sus pensamientos siempre volvían a su ciudad natal y se interesaba profundamente en todo lo que en ella pasaba. En 593 A.C., cuando ya tenía 30 años (Ez 1.1), la edad cuando por lo general se iniciaba el ministerio sacerdotal, Ezequiel tuvo visiones por las que recibió su vocación profética (Ez 1-3). La esposa de Ezequiel murió de repente el mismo día que Nabucodonosor tomó a Jerusalén (586 a.C.), pero Dios le prohibió el luto al profeta Ezequiel. Él  siempre quiso oficiar en el culto del templo de Jerusalén y  tuvo que aprender a adorar a Dios sin templo y sin sacrificios, en tierra extranjera, y así enseñó a su pueblo a hacer lo mismo (ver. Jn 4.23). Sin embargo, siempre mantuvo una vívida esperanza en la restauración completa del pueblo, la ciudad y el templo (Ez 33-48). El ministerio de Ezequiel duró unos veintidós años hasta 571 a.C. (Ez 29.17), y quizás aun más.

[2] Parábola: método sencillo de enseñar verdades espirituales mediante una imagen o una historia breve siempre con una enseñanza.

[3] Es interesante notar que cuando sale Judas del lugar donde se había celebrado la última cena, con la decisión de entregarlo. San Juan resalta el hecho de que: «Era de noche» (Jn 13,30).

 

Written by Rafael De la Piedra